La decalogía de Malaz se abre con unos versos, un poema que nos advierte que vamos a abrir “un antiguo libro” cuyas páginas narran “las historias de los Caídos”. Con este interpelación metaliteraria al lector ya se nos apunta que veremos “recuerdos vistos por ojos entornados”, una historia que alguien nos va a contar. Una forma de presentarnos la narración que ya nos hace preguntarnos quiénes serán esos Caídos y quién es el narrador último que los recuerda. Porque “abrir el Libro de los Caídos” es “respirar el hondo aroma de la historia”, y Malaz quiere poner en el centro de la narración las vivencias de sus distintos personajes, y lo importante que es mantener vivos su recuerdo porque todo lo que se narra, lo que se vuelve a contar, permite que siga vivo en la memoria. El recuerdo y el testimonio serán siempre ejes centrales de la decalogía porque es la forma de que perviva lo que puede estar camino del olvido. Porque, como se despide este poema inicial,
“Estas historias son las nuestras
Pues somos historia revivida, y no hay más. Historia sin final,
y no hay más”.