viernes, 23 de noviembre de 2018

Fragmento de Fuego y Sangre: la conquista de Aegon


Esta semana ha llegado a las librerías el nuevo libro de George R. R. Martin. Fuego y Sangre es un recorrido en forma de crónica histórica por los reinados de los primeros siete reyes de la dinastía Targaryen, desde Aegon el Conquistador hasta la regencia de Aegon III Veneno de Dragón. Ya hemos podido ver, en esta fotoreseña, el aspecto de la edición de Plaza y Janes, y hoy os traigo un fragmento  que nos permite echarle un vistazo detallado al espinoso tema de la traducción.
Aunque seguramente ya sois muchos los que tenéis en vuestras manos esta nueva obra ambientada en los Siete Reinos, para aquellos que todavía no os hayáis hecho con ella os servirá para comprobar que la traducción se ajusta a la terminología canónica de la saga en español. Es decir, que usa los mismos nombres y topónimos que los libros de George R. R. Martin publicados por Gigamesh.
El fragmento no es ninguna novedad: es la versión de la conquista de los Siete Reinos por Aegon que ya pudimos leer en El Mundo de Hielo y Fuego. Eso sí, mientras que en esa obra se dedicaban apenas 80 páginas al reinado de todos los reyes Targaryen, en Fuego y Sangre tenemos más 800 páginas que tratan con detalle los gobiernos de los primeros siete reyes de la dinastía de los señores dragón de Poniente.

Fuego y Sangre se ha publicado en tapa dura con sobrecubierta, tiene 880 paginas y se puede comprar por 32,89 euros (en ebook por 12,34 euros).

SINOPSIS 
Siglos antes de que tuvieran lugar los acontecimientos que se relatan en «Canción de hielo y fuego», la casa Targaryen, la única dinastía de señores dragón que sobrevivió a la Maldición de Valyria, se asentó en la isla de Rocadragón. 
Aquí tenemos el primero de los dos volúmenes en el que el autor de Juego de tronos nos cuenta, con todo lujo de detalles, la historia de tan fascinante familia: empezando por Aegon I Targaryen, creador del icónico Trono de Hierro, y seguido por el resto de las generaciones de Targaryens que lucharon con fiereza por conservar el poder, y el trono, hasta la llegada de la guerra civil que casi acaba con ellos. 
¿Qué pasó realmente durante la Danza de dragones? ¿Por qué era tan peligroso acercarse a Valyria después de la Maldición? ¿Cómo era Poniente cuando los dragones dominaban los cielos? Estas, y otras muchas, son las preguntas a las que responde esta monumental crónica, narrada por un culto maestre de la Ciudadela, que anticipa el ya conocido universo de George R.R. Martin. 
Fuego y Sangre brindará a los lectores la oportunidad de tener otra visión de la fascinante historia de Poniente. Esta obra, magníficamente ilustrada con 80 láminas inéditas de Doug Wheatley, se convertirá, sin duda, en una lectura ineludible para todos los fans de la aclamada serie.

LA CONQUISTA DE AEGON
Los maestres de la Ciudadela, encargados de preservar las historias de Poniente, han utilizado la Conquista de Aegon como punto de referencia cronológica durante los trescientos últimos años. Al datar nacimientos, defunciones, batallas y otros sucesos se indica d. C. (después de la Conquista) o a. C. (antes de la Conquista).

Los auténticos eruditos saben que esta datación no es en modo alguno precisa. Aegon Targaryen no conquistó los Siete Reinos de la noche a la mañana; transcurrieron más de dos años entre el desembarco de Aegon y su coronación en Antigua, que ni siguiera puso fin a la Conquista, ya que Dorne seguía sin dejarse someter. Los intentos esporádicos de anexionar Dorne al reino se sucedieron durante todo el reinado de Aegon y hasta bien entrados los de sus hijos, motivo por el que no es posible definir la fecha exacta del final de las guerras de la Conquista.

Incluso la fecha de su comienzo se presta a confusión. Muchos suponen, erróneamente, que el reinado del rey Aegon Targaryen, el primero de su nombre, empezó el día en que desembarcó en la desembocadura del río Aguasnegras, al pie de las tres colinas, donde más adelante se fundaría la ciudad de Desembarco del Rey. Pero no fue así: el rey y sus descendientes celebraban el Día del Desembarco de Aegon, pero el Conquistador cifraba el principio de su reinado en el día en que el Septón Supremo de la Fe lo coronó y ungió en el Septo Estrellado de Antigua. Esta coronación se produjo dos años después del desembarco de Aegon, cuando las tres grandes batallas de las guerras de la Conquista ya llevaban mucho tiempo libradas y ganadas. Por tanto, se infiere que, en realidad, la mayor parte de la conquista de Aegon tuvo lugar del año 2 al 1 a. C. (antes de la Conquista).


Los Targaryen eran de pura sangre valyria, señores dragón de rancio abolengo. Doce años antes de la Maldición de Valyria (114 a. C.), Aenar Targaryen, tras vender sus propiedades del Feudo Franco y las Tierras del Largo Verano, se mudó con todas sus mujeres, riquezas, esclavos, dragones, hermanos, parientes e hijos a Rocadragón, una ciudadela lúgubre situada a los pies de una montaña humeante, en una isla del mar Angosto.

En su época de máximo esplendor, Valyria fue la mayor ciudad del mundo conocido, el culmen de la civilización. En el interior de su reluciente muralla, dos casas rivalizaban por el poder y la gloria en la corte y en el consejo: ora se alzaban, ora caían, en una interminable, sutil y frecuentemente encarnizada lucha por el poder. Los Targaryen no eran, ni con mucho, los señores dragón más poderosos, y sus rivales interpretaron su huida a Rocadragón como una rendición, un acto de cobardía. Pero Daenys, la hija doncella de lord Aenar, a la que siempre se conocería a partir de entonces como Daenys la Soñadora, había tenido una visión en la que Valyria era pasto de las llamas. Y doce años después, cuando llegó la Maldición, no sobrevivieron más señores dragón que los Targaryen.

Durante dos siglos, Rocadragón fue el puesto fronterizo más occidental del poder valyrio. Su situación, en pleno Gaznate, ofrecía a sus señores un control absoluto sobre la bahía del Aguasnegras y permitía que tanto los Targaryen como sus más estrechos aliados, los Velaryon de Marcaderiva, una casa menor de ascendencia valyria, se llenasen las arcas a costa de los mercantes que la atravesaban. Los barcos de los Velaryon, junto con los de los Celtigar de Isla Zarpa, otra casa aliada de Valyria, controlaban las aguas del mar Angosto; mientras tanto, los Targaryen dominaban el cielo con sus dragones.

Aun así, durante la mayor parte de la centuria que siguió a la Maldición de Valyria, el bien llamado Siglo Sangriento, la casa Targaryen tenía las miras más puestas en el este que en el oeste, y mostraba muy poco interés por los asuntos de Poniente. Gaemon Targaryen, el hermano y marido de Daenys la Soñadora, fue señor de Rocadragón tras Aenar el Exiliado y se lo llegó a conocer como Gaemon el Glorioso. Cuando murió, sus hijos Aegon y Elaena gobernaron juntos. Los sucedieron su hijo Maegon, su hermano Aerys y los hijos de este: Aelyx, Baelon y Daemion. El último de los tres hermanos era Daemion, cuyo hijo Aerion heredó el señorío de Rocadragón.

El Aegon que pasó a la historia como Aegon el Conquistador y Aegon el Dragón nació en Rocadragón en el 27 a. C. Era el único varón y segundo vástago de Aerion, señor de Rocadragón, y de lady Valaena de la casa Velaryon, esta última Targaryen por parte de madre. Aegon tenía dos hermanas de linaje auténtico: Visenya, mayor que él, y Rhaenys, de menor edad. Desde hacía mucho era costumbre entre los señores dragón de Valyria que se casaran un hermano y una hermana, con el fin de conservar la pureza de sangre, pero Aegon se casó con sus dos hermanas. Por tradición debería haberse casado tan solo con Visenya, la mayor; aunque inusitada, la inclusión de Rhaenys como segunda esposa tenía precedentes. Se dice que Aegon se casó con Visenya por obligación y con Rhaenys por devoción.

Los tres hermanos habían demostrado su condición de señores dragón antes de su matrimonio. De los cinco dragones que habían volado al exilio con Aenar desde Valyria, solo uno había sobrevivido hasta los días de Aegon: la gran bestia llamada Balerion, el Terror Negro. Las dragonas Vhagar y Meraxes eran más jóvenes, salidas del huevo en Rocadragón.

Según un mito muy común, de los que difunden los ignorantes, Aegon Targaryen no pisó Poniente hasta el día en que se dispuso a su conquista; pero esto no puede ser cierto. Años antes se había tallado y decorado por orden suya la Mesa Pintada, una enorme pieza de madera de casi veinte varas de largo, con un contorno que seguía la forma de Poniente y decorada con todos los bosques, ríos, poblaciones y castillos de los Siete Reinos. Claramente, el interés de Aegon por Poniente era muy anterior a los acontecimientos que lo instarían a emprender la guerra. Además, existen informes fiables de que Aegon y su hermana Visenya visitaron de jóvenes la Ciudadela de Antigua, y de que se les vio practicar la cetrería en el Rejo como invitados de lord Redwyne. Puede que Aegon también visitara Lannisport, aunque los registros son contradictorios.

El Poniente de la juventud de Aegon estaba dividido en siete reinos beligerantes; pocas épocas hubo en que no anduvieran batallando entre sí dos o tres de ellos. El extenso, frío y pedregoso Norte estaba gobernado por los Stark de Invernalia. En los desiertos de Dorne ejercían su influencia los príncipes Martell. Las Tierras del Oeste, ricas en oro, las gobernaban los Lannister de Roca Casterly, y los Gardener controlaban Altojardín, el fértil terreno del Dominio. El Valle, los Dedos y las Montañas de la Luna estaban en manos de la casa Arryn… Pero los reyes más beligerantes de la época de Aegon eran los de los reinos más cercanos a Rocadragón: Harren el Negro y Argilac el Arrogante.

Desde Bastión de Tormentas, su gran ciudadela, los reyes de la Tormenta de la casa Durrandon habían dominado la mitad oriental de Poniente, desde el cabo de la Ira hasta la bahía de los Cangrejos, pero su poder iba menguando a lo largo de los siglos. Los reyes del Dominio habían ido arrebatándoles terreno desde el oeste; los dornienses los acosaban desde el sur, y Harren el Negro y sus hombres del hierro los habían expulsado del Tridente y de las tierras del norte del río Aguasnegras. El rey Argilac, el último Durrandon, puso freno a este declive durante cierto tiempo: detuvo una invasión dorniense a muy corta edad; cruzó el mar Angosto para unirse a la gran alianza contra los «tigres» imperialistas de Volantis, y veinte años después mató a Garse VII Gardener, rey del Dominio, en la batalla de las Tierras del Verano. Pero Argilac había envejecido; peinaba canas en su célebre melena azabache, y su bravura y destreza en combate se habían apagado.

Al norte del Aguasnegras, Harren el Negro de la casa Hoare, rey de las Islas y los Ríos, regía las Tierras de los Ríos a sangre y fuego. El abuelo de Harren, el hijo del hierro Harwyn Manodura, había arrebatado el Tridente al abuelo de Argilac, llamado Arrec, cuyos ancestros habían derrocado centurias atrás al último rey de los Ríos. El padre de Harren había extendido sus dominios al este, hasta Rosby y el Valle Oscuro, y Harren había dedicado la mayor parte de su largo reinado, cerca de cuarenta años, a levantar un castillo gigantesco junto al Ojo de Dioses, pero con Harrenhal casi construido, el hijo del hierro pronto se vería libre para embarcarse en nuevas conquistas.

Ningún rey de Poniente fue más temido que Harren el Negro, cuya crueldad era legendaria en los Siete Reinos, y ningún rey de Poniente se sintió más amenazado por él que Argilac, el rey de la Tormenta, el último Durrandon, un guerrero envejecido que solo contaba con una heredera, su hija doncella. Así, el rey Argilac se puso en contacto con los Targaryen de Rocadragón para ofrecer a lord Aegon la mano de su hija, con todas las tierras que se extendían al este del Ojo de Dioses, desde el Tridente hasta el río Aguasnegras, como dote.

Aegon Targaryen desdeñó la propuesta del rey de la Tormenta, señalándole que tenía ya dos esposas y no necesitaba una tercera, y que las tierras que le ofrecía habían pertenecido a Harrenhal más de una generación, por lo que Argilac no era quién para cederlas. Claramente, el anciano rey de la Tormenta quería establecer a los Targaryen a orillas del Aguasnegras como escudo entre sus tierras y las de Harren el Negro.

El señor de Rocadragón le presentó una contraoferta: aceptaría las tierras que le brindaba Argilac si también le cedía el Garfio de Massey, así como los bosques y llanuras comprendidos entre el sur del Aguasnegras y el río Rodeo, incluido el nacimiento del Mander. El pacto se sellaría con el enlace de la hija de Argilac y Orys Baratheon, amigo de la infancia de lord Aegon y paladín suyo.

Argilac el Arrogante rechazó, airado, estas condiciones. Se rumoreaba que Orys Baratheon era de baja estofa, hermano ilegítimo por parte de padre de lord Aegon, y el rey de la Tormenta no pensaba deshonrar a su hija cediendo su mano a un bastardo; la mera proposición lo indignaba. Argilac ordenó que cortaran las manos al mensajero de Aegon y se las devolvieran en una caja. «Estas son las únicas manos que pienso conceder a vuestro bastardo», escribió.

Aegon no respondió. Se limitó a convocar a sus amigos, banderizos y aliados principales para que acudieran a Rocadragón. Eran pocos. Los Velaryon de Marcaderiva habían jurado fidelidad a la casa Targaryen, igual que los Celtigar de Isla Garra. Del Garfio de Massey acudieron lord Bar Emmon de Punta Aguda y lord Massey de Piedratormenta, ambos juramentados a Bastión de Tormentas, pero con lazos más estrechos con Rocadragón. Lord Aegon y sus hermanas conversaron con ellos y juntos acudieron al septo del castillo para rezar a los Siete de Poniente, aunque no existe constancia hasta entonces de que Aegon fuera un gran devoto.

El séptimo día, una bandada de cuervos partió de las torres de Rocadragón para llevar el mensaje de lord Aegon a los Siete Reinos de Poniente. Y a los siete reyes volaron, así como a la Ciudadela de Antigua, a los grandes señores y los menores, todos con idénticas palabras: a partir de ese día únicamente habría un rey en Poniente. Aquellos que se prosternaran ante Aegon de la casa Targaryen conservarían sus tierras y títulos; los que se alzaran en armas contra él resultarían derrocados, humillados y aniquilados.

Existen distintas crónicas sobre el número de espadas que partieron de Rocadragón con Aegon y sus hermanas; algunos dicen que tres mil, y otros, que solo unos cientos. Esta humilde hueste de los Targaryen desembarcó en el delta del Aguasnegras, en la orilla norte, donde tres colinas boscosas se elevaban sobre una aldea de pescadores.

En tiempos de los Cien Reinos, muchos señores menores habían reclamado para sí la desembocadura del río, entre ellos, los reyes Darklyn del Valle Oscuro, los Massey de Piedratormenta y los antiguos reyes de los Ríos, fueran Mudd, Fisher, Bracken, Blackwood o Hook. En diversas ocasiones, torres y fuertes habían coronado las tres colinas y habían sido derribados en una guerra u otra. Por aquel entonces solo quedaban piedras y ruinas cubiertas de maleza para recibir a los Targaryen. Aunque tanto Bastión de Tormentas como Harrenhal la habían reclamado, la desembocadura no tenía defensas, y los castillos más próximos pertenecían a señores menores sin poder militar ni influencia; señores que, por añadidura, no tenían muchos motivos para apreciar a su supuesto señor feudal, Harren el Negro.

Aegon Targaryen se apresuró a levantar una empalizada de barro y troncos alrededor de la colina más alta, y envió a sus hermanas a asegurarse la sumisión de los castillos circundantes. Rosby se rindió a Rhaenys y a Meraxes, la de los ojos dorados, sin presentar batalla. En Stokeworth, unos cuantos ballesteros dispararon saetas a Visenya, hasta que las llamas de Vhagar prendieron los tejados del torreón del castillo. También se sometieron.

El primer escollo de consideración para los conquistadores lo plantearon lord Darklyn del Valle Oscuro y lord Mooton de Poza de la Doncella, que unieron fuerzas y marcharon hacia el sur con tres mil hombres, con intención de expulsar a los invasores de vuelta al mar. Aegon envió a Orys Baratheon para atacarlos mientras avanzaban, a la vez que él descendía sobre ellos desde el cielo con el Terror Negro. Ambos señores murieron en la desigual batalla que se desencadenó. Después, el hijo de Darklyn y el hermano de Mooton rindieron sus castillos y juraron lealtad a la casa Targaryen. En aquella época, el Valle Oscuro era el principal puerto ponientí del mar Angosto; había crecido en tamaño y riqueza gracias al comercio. Visenya Targaryen no permitió que asolaran la población, pero tampoco dudó en apropiarse de sus tesoros, que engrosaron en gran medida las arcas de los conquistadores.

Quizá sea este el momento adecuado para hablar de las muy diversas afinidades de Aegon Targaryen y de sus hermanas y reinas.

Visenya, la hermana la mayor, tenía tanto de guerrera como el mismísimo Aegon; tan cómoda con la cota de malla como ataviada con sedas. Empuñaba la espada larga valyria Hermana Oscura y la manejaba con destreza, ya que se había entrenado junto a su hermano desde la infancia. Aunque tenía el cabello de oro y plata, y los ojos violeta de Valyria, la suya era una belleza dura y austera. Incluso los que más la apreciaron la consideraban adusta, seria e implacable; algunos decían que jugaba con el veneno y se aventuraba en el terreno de la magia negra.

Rhaenys, la menor de los tres Targaryen, era opuesta a su hermana: alegre, curiosa, impulsiva y fantasiosa. No era guerrera; le encantaban la música, el baile y la poesía, y era mecenas de numerosos juglares, titiriteros y cómicos. Aun así, se decía que pasaba más tiempo a lomos de su dragón que sus dos hermanos juntos, porque por encima de todas las cosas, le encantaba volar. Se le oyó decir una vez que antes de morir quería sobrevolar con Meraxes el mar del Ocaso para ver qué había en su costa occidental. Nadie ponía en duda la fidelidad de Visenya a su hermano y esposo, pero Rhaenys se rodeaba de muchachos atractivos y se rumoreaba que incluso invitaba a algunos a sus estancias cuando Aegon pasaba la noche con su hermana mayor. A pesar de estos rumores, los cortesanos atentos se daban cuenta de que el rey pasaba diez noches con Rhaenys por cada una que pasaba con Visenya.

Resulta curioso que la figura de Aegon Targaryen fuera tan enigmática para sus coetáneos como para nosotros. Armado con el acero valyrio de Fuegoscuro, se contaba entre los más grandes guerreros de su época, pero no se complacía en las hazañas de las armas y nunca participó en justas o torneos. Su montura era Balerion, el Terror Negro, pero solo volaba para guerrear o para desplazarse velozmente por tierra y mar. Su imponente presencia atraía a los hombres hacia su estandarte, pero no tenía más amigos íntimos que Orys Baratheon, el compañero de su juventud. Atraía a las mujeres, pero siempre fue fiel a sus hermanas. Como rey, depositaba la confianza en su consejo privado y en sus esposas, en cuyas manos delegaba el gobierno cotidiano del reino, aunque no dudaba en asumir el mando cuando lo consideraba necesario. Aunque trataba con dureza a los rebeldes y traidores, era generoso con los antiguos enemigos que le rendían pleitesía.

Lo demostró por primera vez en el Fuerte de Aegon, la rudimentaria fortaleza de madera y adobe que había erigido en la cumbre de la que a partir de entonces se conocería como la Colina Alta de Aegon. Tras haber conquistado una docena de castillos y asegurado ambas riberas de la desembocadura del Aguasnegras, ordenó a los señores derrotados que acudieran a él. Cuando llegaron, se postraron y depositaron las espadas a los pies de Aegon, quien les pidió que se levantaran y los reafirmó en sus tierras y títulos. A los que lo habían apoyado durante más tiempo les concedió honores. Designó a Daemon Velaryon, Señor de las Mareas, consejero naval al mando de la flota real; a Triston Massey, señor de Piedratormenta, lo nombró consejero de los edictos; a Crispian Celtigar, consejero de la moneda. Además, proclamó: «Orys Baratheon es mi escudo, mi partidario incondicional y mi firme mano derecha», por lo que los maestres consideran a Baratheon la primera Mano del Rey.

Aunque hacía mucho que existía la tradición de los blasones entre los señores de Poniente, los señores dragón de Valyria no los habían utilizado nunca. Cuando los caballeros de Aegon desplegaron su enorme estandarte de batalla, un dragón tricéfalo de gules sobre campo de sable, los señores lo interpretaron como un signo inequívoco de que ya era verdaderamente uno de ellos, un gran rey digno de Poniente. Cuando la reina Visenya coronó a su hermano con una diadema de acero valyrio encastrada con rubíes, y la reina Rhaenys lo saludó como «Aegon, el primero de su nombre, rey de todo Poniente y escudo de su pueblo», los dragones rugieron y los señores y caballeros lo vitorearon, pero las ovaciones más fuertes fueron las del pueblo llano, las de los pescadores, los labriegos y las dueñas.

Sin embargo, los siete reyes que Aegon el Dragón pensaba derrocar no estaban para celebraciones. En Harrenhal y en Bastión de Tormentas, Harren el Negro y Argilac el Arrogante ya habían convocado a sus banderizos. Desde el oeste, el rey Mern del Dominio cabalgó al norte a lo largo del camino del Océano hasta Roca Casterly, para reunirse con el rey Loren de la casa Lannister. La princesa de Dorne mandó un cuervo a Rocadragón, con la oferta de unirse a Aegon contra Argilac, el rey de la Tormenta, pero como igual y aliada, no como súbdita. Llegó otra oferta de alianza de Ronnel Arryn, el niño rey del Nido de Águilas, en la que su madre pedía todas las tierras del este del Forca Verde del Tridente a cambio del apoyo del Valle contra Harren el Negro. Incluso en el Norte, el rey Torrhen Stark de Invernalia estuvo reunido con sus banderizos y consejeros hasta altas horas de la noche para decidir qué hacer con aquel aspirante a conquistador. Todo el reino contenía la respiración a la espera de la siguiente jugada de Aegon.

Unos días después de la coronación, las huestes de Aegon se pusieron en marcha de nuevo. La mayor parte cruzó el Aguasnegras y se dirigió al sur, a Bastión de Tormentas, bajo el mando de Orys Baratheon. Lo acompañaba la reina Rhaenys, a lomos de Meraxes, la de los ojos dorados y las escamas de plata. La flota de los Targaryen, encabezada por Daemon Velaryon, partió de la bahía del Aguasnegras y enfiló al norte, hacia Puerto Gaviota y el Valle. Con ellos iban la reina Visenya y Vhagar. El rey se dirigió al noroeste, hacia el Ojo de Dioses y Harrenhal, la descomunal fortaleza que era el orgullo y la obsesión del rey Harren el Negro.

Los tres embates de los Targaryen se encontraron con una fuerte oposición. Lord Errol, lord Fell y lord Buckler, banderizos de Bastión de Tormentas, sorprendieron a la avanzadilla de las huestes de Orys Baratheon cuando cruzaba el Rodeo, y derribaron a más de mil hombres antes de retirarse al bosque. Una flota improvisada de los Arryn, con la añadidura de una docena de buques de guerra braavosíes, se enfrentó a la armada de los Targaryen en las aguas de Puerto Gaviota y la derrotó. Entre las bajas estaba Daemon Velaryon, el almirante de Aegon. Incluso atacaron a Aegon en la orilla sur del Ojo de Dioses, y no una vez, sino dos. La batalla de los Juncos brindó la victoria a los Targaryen, aunque sufrieron grandes pérdidas en los Sauces Llorones, donde dos hijos del rey Harren cruzaron el lago en barcoluengos con los remos amortiguados y cayeron sobre su retaguardia.

Sin embargo, en última instancia, los enemigos de Aegon no tenían respuesta para sus dragones. Los hombres del Valle hundieron una tercera parte de la flota de los Targaryen y capturaron otras tantas embarcaciones, pero cuando la reina Visenya descendió sobre ellos desde las alturas, los barcos estallaron en llamas. Lord Errol, lord Fell y lord Buckler encontraron refugio en los bosques que tan bien conocían, hasta que la reina Rhaenys dio rienda suelta a Meraxes y un muro de llamas barrió los bosques, convirtiendo los árboles en antorchas a su paso. En cuanto a los vencedores de los Sauces Llorones, al cruzar el lago para volver a Harrenhal se vieron indefensos cuando Balerion se abalanzó de repente sobre ellos desde el cielo matinal. Los barcoluengos de Harren ardieron, al igual que sus hijos.

Los enemigos de Aegon también se vieron acosados por otros contendientes. Cuando Argilac el Arrogante reunía a sus espadas en Bastión de Tormentas, los piratas de los Peldaños de Piedra desembarcaron en el cabo de la Ira aprovechando su ausencia, y grupos de asalto dornienses salieron a borbotones de las Montañas Rojas para barrer las Marcas. En el Valle, el joven rey Ronnel tuvo que vérselas con una rebelión en Tres Hermanas, pues los hermaneños habían retirado su lealtad al Nido de Águilas y habían proclamado reina a lady Marla Sunderland.

A pesar de todo, se trataba de aflicciones insignificantes en comparación con lo que esperaba a Harren el Negro. Aunque la casa Hoare había gobernado las Tierras de los Ríos durante tres generaciones, en el Tridente no sentían ningún aprecio por sus señores hijos del hierro. Harren el Negro había provocado millares de muertes en la construcción de Harrenhal, su titánico castillo; había expoliado las tierras en busca de material de construcción y había exprimido por igual a señores y pueblo llano en su ansia por acumular oro. Por tanto, los ribereños, encabezados por lord Edmyn Tully de Aguasdulces, se alzaron contra él. Tully, al que habían convocado para la defensa de Harrenhal, se puso de parte de la casa Targaryen, enarboló el estandarte del dragón sobre su castillo y marchó con caballeros y arqueros para unir sus fuerzas a las de Aegon. Su desafío animó a los otros señores de los Ríos. Uno por uno, los señores del Tridente renegaron de Harren y prestaron su apoyo a Aegon el Dragón. Los Blackwood, Mallister, Vance, Bracken, Piper, Frey, Strong… reclutaron a sus hombres y descendieron sobre Harrenhal.

El rey Harren el Negro, al verse superado repentinamente, se refugió en su fortaleza supuestamente inexpugnable. Harrenhal, el mayor castillo jamás construido en Poniente, presumía de cinco torres colosales, una fuente inagotable de agua dulce, sótanos enormes bien aprovisionados y una robusta muralla de piedra negra, más alta que ninguna escala de asalto y tan gruesa que no podía romperse con arietes ni resquebrajarse con trabuquetes. Harren atrancó las puertas y se dispuso, con los hijos y partidarios que le quedaban, a resistir un asedio.

Aegon de Rocadragón tenía un plan distinto. Tras unirse a Edmyn Tully y los otros señores de los Ríos para rodear el castillo, mandó a un maestre a sus puertas bajo un estandarte de paz, para parlamentar. Salió a su encuentro Harren, un hombre mayor de pelo cano que, aun así, transmitía fiereza enfundado en su armadura negra. Cada rey iba acompañado de un maestre y un portaestandartes, por lo que ha quedado constancia de las palabras que cruzaron.

—Rendíos ahora —empezó Aegon— y podréis seguir siendo el señor de las Islas del Hierro. Rendíos ahora y vuestros hijos vivirán para sucederos. Tengo ocho mil hombres apostados alrededor de vuestra muralla.

—Lo que haya fuera de mi muralla no es de mi incumbencia —contestó Harren—. Estos muros son fuertes y gruesos.

—Pero no tienen altura suficiente para protegeros de los dragones. Los dragones vuelan.

—Los construí de piedra —dijo Harren—, y la piedra no arde.

—Cuando caiga el sol —respondió Aegon—, se extinguirá vuestro linaje.

Se dice que Harren escupió al oír esto último y se retiró al castillo; envió a los parapetos a todos los hombres, armados con lanzas, arcos y ballestas, y prometió tierras y riquezas para quien abatiera al dragón. «Si tuviera una hija, el matadragones obtendría también su mano —proclamó Harren el Negro—. En su lugar le daré a una hija de los Tully, o a las tres si quiere. O puede quedarse con una de las mocosas de los Blackwood, o de los Strong, o con cualquiera de las hijas de esos traidores cobardes del Tridente, señores del fango mierdoso.» Harren el Negro se retiró entonces a su torre, rodeado por su guardia personal, para cenar con los hijos que le quedaban.

Cuando se puso el sol, los hombres de Harren el Negro escudriñaban la oscuridad incipiente aferrados a sus lanzas y ballestas. Quizá, al ver que no aparecía ningún dragón, algunos pensaran que las amenazas de Aegon eran vanas. Pero Aegon Targaryen se había alzado con Balerion por encima de las nubes, muy por encima, tanto que el dragón parecía una mosca ante la luna. Fue entonces cuando emprendió el descenso hacia el interior de la muralla. Con alas negras como el carbón, Balerion se sumergió en la oscuridad de la noche, y cuando aparecieron bajo él las inmensas torres de Harrenhal, dio rienda suelta a su furia y, de un rugido, las bañó en fuego negro ribeteado de rojo.

La piedra no arde, se había mofado Harren, pero su castillo no era solo de piedra. Madera, lana, cáñamo, paja, pan, tasajo y trigo: todo ardió. Tampoco los hombres del hierro de Harren eran de piedra. Entre gritos, envueltos en humo y llamas, corrían por los patios y se precipitaban por las almenas para morir contra el suelo. Incluso la piedra se resquebraja y funde si el fuego alcanza la temperatura suficiente. Los señores de los Ríos que aguardaban fuera del castillo relataron después que las torres de Harrenhal resplandecían, rojas contra la noche, como cinco grandes cirios… y, al igual que los cirios, empezaron a retorcerse y menguar a medida que ríos de piedra derretida corrían por sus costados.

Aquella noche, Harren y sus últimos hijos fueron pasto de las llamas que consumieron la monstruosa fortaleza. La casa Hoare se extinguió con él, al igual que el poder de las Islas del Hierro en las Tierras de los Ríos. Al día siguiente, ante las ruinas humeantes de Harrenhal, el rey Aegon aceptó el juramento de lealtad de Edmyn Tully, señor de Aguasdulces, y lo nombró señor supremo del Tridente. Los otros señores de los Ríos también rindieron pleitesía a Aegon como rey, y a Edmund Tully como su señor. Cuando se enfriaron las cenizas y fue posible entrar en el castillo sin peligro, se recogieron las espadas de los caídos, muchas rotas, fundidas o retorcidas como cintas de acero por el fuegodragón, y se enviaron al Fuerte de Aegon en carromatos.

Los banderizos del rey de la Tormenta, al sur y al este, demostraron ser más leales que los del rey Harren. Argilac el Arrogante congregó una hueste muy numerosa en Bastión de Tormentas. La sede de los Durrandon era una fortaleza imponente; la gran muralla que la rodeaba era más gruesa aún que la de Harrenhal. También se consideraba inexpugnable, pero la noticia del final del rey Harren llegó pronto a los oídos de su viejo enemigo, el rey Argilac. Lord Fell y lord Buckler, pues lord Errol ya había muerto en combate, le enviaron informes sobre la reina Rhaenys y su dragón mientras retrocedían ante la hueste enemiga. El viejo rey guerrero bramó que no tenía intención de morir como Harren, horneado dentro de su alcázar como un cochinillo con una manzana en la boca. Así pues, Argilac el Arrogante, curtido en numerosas batallas, decidió enfrentarse a su suerte empuñando una espada y partió a caballo de Bastión de Tormentas por última vez, para ir al encuentro del enemigo en campo abierto.

El avance del rey de la Tormenta no sorprendió a Orys Baratheon ni a sus hombres; la reina Rhaenys, a lomos de Meraxes, había presenciado su partida de Bastión de Tormentas, y ofreció a la Mano del Rey información detallada en cuanto al número y la disposición de las fuerzas enemigas. Orys se hizo fuerte en las colinas, al sur de Puertabronce, y se estableció en el terreno alto a aguardar la llegada de los tormenteños.

A medida que se acercaban los ejércitos, los hombres de la Tormenta hicieron honor a su nombre. Esa mañana empezó a caer una lluvia persistente, que a mediodía se había convertido en borrasca. Los banderizos del rey Argilac lo instaron a retrasar el ataque hasta el día siguiente, pero las fuerzas del rey de la Tormenta casi duplicaban las de sus enemigos, y tenía casi cuatro veces más caballeros y caballería pesada. Lo indignaba la vista de los estandartes de los Targaryen, que ondeaban empapados en las colinas de su propiedad, y el viejo guerrero curtido en tantas batallas se dio perfecta cuenta de que la lluvia los azotaba desde el sur y daba de frente a los hombres de los Targaryen que defendían las colinas, por lo que dio la orden de atacar y comenzó la batalla que pasó a los anales de la historia como la Última Tormenta.

La batalla prosiguió hasta bien entrada la noche, muy sangrienta y mucho más igualada que la conquista de Harrenhal por parte de Aegon. Por tres veces, Argilac el Arrogante y sus hombres cargaron contra las posiciones de los Baratheon, pero las laderas eran empinadas y la lluvia había ablandado y embarrado el terreno, por lo que los caballos de guerra avanzaban a duras penas entre resbalones, y las cargas perdieron la cohesión y el impulso adecuados. A los tormenteños les fue mejor cuando mandaron a sus lanceros a pie colina arriba. Cegados por la lluvia, los invasores no los vieron escalar hasta que fue demasiado tarde, y las cuerdas empapadas de los arcos hicieron que los arqueros resultaran inútiles. Cayó una colina y luego otra, y la cuarta y última carga del rey de la Tormenta y sus caballeros se abrió paso hasta el centro de las tropas de los Baratheon… y se encontró con la reina Rhaenerys y Meraxes. Incluso en tierra, la dragona demostró ser temible. Dickon Morrigen y el Bastardo de Refugionegro, que estaban al mando de la vanguardia, quedaron envueltos en llamas, al igual que la guardia personal del rey Argilac. Los caballos de batalla se desbocaron y huyeron, aplastando a su paso a los jinetes que los seguían y convirtiendo la carga en un caos. Hasta el rey de la Tormenta cayó de su montura.

Aun así, Argilac siguió luchando. Cuando Orys Baratheon bajó la colina enfangada con los suyos, se encontró al viejo rey plantando cara a media docena de hombres, con otros tantos muertos a sus pies. «Apartad», ordenó Baratheon, y desmontó para enfrentarse al rey de la Tormenta a su altura, tras ofrecerle una última oportunidad de rendición a la que Argilac contestó con un exabrupto. Así que lucharon, el vetusto rey guerrero de pelo encanecido y la fiera Mano de Aegon con su barba negra. Se dice que ambos hirieron a su contendiente, pero al final, el último Durrandon vio concedido su deseo de morir con una espada en la mano y una maldición en los labios. La muerte de su rey descorazonó por completo a los tormenteños, y a medida que se difundía la noticia, los señores y caballeros de Argilac tiraban la espada y huían.

Durante unos días se temió que Bastión de Tormentas sufriera la misma suerte que Harrenhal, pues Argella, la hija de Argilac, afianzó las puertas frente al avance de Orys Baratheon y la hueste de los Targaryen, y se declaró reina de la Tormenta. Cuando la reina Rhaenys entró en el castillo a lomos de Meraxes para parlamentar, Argella le prometió que, antes que arrodillarse ante el enemigo, moriría hasta el último defensor de Bastión de Tormentas. «Podéis tomar mi castillo —dijo—, pero solo encontraréis huesos, sangre y cenizas.» Sin embargo, los soldados de la guarnición no estaban tan dispuestos a morir. Esa noche enarbolaron una bandera de paz, abrieron las puertas del castillo y llevaron a lady Argella amordazada, encadenada y desnuda al campamento de Orys Baratheon.

Se dice que Baratheon le quitó las cadenas personalmente, la envolvió en su capa, le sirvió vino y le habló con amabilidad del valor de su padre y de cómo había muerto. Después, para honrar al rey caído, adoptó el blasón y el lema de los Durrandon. El venado coronado se convirtió en su emblema; Bastión de Tormentas, en su sede, y lady Argella, en su esposa.

Con las Tierras de los Ríos y las de la Tormenta bajo el control de Aegon el Dragón y sus aliados, el resto de los reyes de Poniente vio claramente que llegaba su turno. En Invernalia, el rey Torrhen convocó a sus banderizos, a sabiendas de que con las grandes distancias del norte le llevaría tiempo reunirlos. La reina Sharra del Valle, regente en nombre de su hijo Ronnel, se refugió en el Nido de Águilas, preparó su defensa y envió un ejército a la Puerta de la Sangre, el acceso del Valle de Arryn. A la reina Sharra la alababan de joven llamándola «Flor de la Montaña», la doncella más bella de los Siete Reinos. Quizá con la esperanza de persuadir a Aegon con su belleza, le envió un retrato y se ofreció a casarse con él, siempre que nombrara heredero a su hijo Ronnel. Aunque al final recibió el retrato, no se sabe si Aegon llegó a responder a la propuesta; ya tenía dos reinas, y Sharra Arryn era entonces una flor marchita, diez años mayor que él.

Mientras tanto, los dos grandes reyes de occidente hicieron causa común y reunieron sus ejércitos con intención de detener a Aegon de una vez por todas. Desde Altojardín partió Mern IX de la casa Gardener, rey del Dominio, con una poderosa hueste. Al pie de la muralla de Sotodeoro, sede de la casa Rowan, se reunió con Loren I Lannister, rey de la Roca, que avanzaba con su ejército desde las Tierras del Oeste. Juntos, los dos reyes estaban al frente de la hueste más numerosa que jamás se hubiera visto en Poniente: un ejército de cincuenta y cinco mil hombres, con unos seiscientos señores, grandes y menores, y más de cinco mil caballeros. «Nuestro puño de hierro», presumía el rey Mern. Sus cuatro hijos cabalgaban junto a él, y sus dos nietos lo atendían como escuderos.

Los dos reyes no se entretuvieron en Sotodeoro; un ejército de semejante tamaño debía mantenerse en marcha o esquilmaría la tierra en la que acampara. Los aliados partieron al instante hacia el nornornoreste, atravesando los altos pastos y los campos de trigo dorado.

Aegon recibió el aviso de su llegada en su campamento, junto al Ojo de Dioses, por lo que reunió a sus fuerzas y avanzó al encuentro de estos nuevos enemigos. Bajo su mando solo disponía de una quinta parte de los hombres que reunían los dos reyes, y muchos de sus soldados eran vasallos de los señores de los Ríos, cuya lealtad a la casa Targaryen era reciente y nunca se había puesto a prueba. Sin embargo, con un ejército menor, Aegon se desplazaba mucho más deprisa que sus enemigos. En la ciudad de Septo de Piedra se le unieron sus dos reinas, junto con sus dragones: Rhaenys desde Bastión de Tormentas y Visenya desde Punta Zarpa Rota, donde había recabado numerosas promesas de pleitesía de los señores del lugar. Los tres Targaryen juntos vieron, desde el cielo, como el ejército de Aegon cruzaba las fuentes del Aguasnegras y continuaba apresuradamente hacia el sur.

Los dos ejércitos se vieron frente a frente en las amplias llanuras abiertas del sur del Aguasnegras, cerca del lugar por donde más adelante transcurriría el camino Dorado. Los dos reyes se regocijaron cuando sus exploradores volvieron con informes sobre el número y la disposición del ejército de los Targaryen. Al parecer tenían cinco hombres por cada uno de Aegon, y la desproporción entre señores y caballeros era todavía mayor. Además, el terreno era amplio y abierto, con hierba y trigo hasta donde alcanzaba la vista, idóneo para la caballería pesada. Aegon Targaryen no controlaría el terreno elevado, a diferencia de Orys en la Última Tormenta. La tierra era firme y sin rastro de barro. No los importunaría la lluvia; el cielo estaba despejado, aunque hacía viento, y no había llovido en más de quince días.

El rey Mern había llevado a la batalla casi el doble de hombres que el rey Loren, por lo que solicitó el honor de dirigir la columna central. A Edmund, su hijo y heredero, le otorgaron el mando de la vanguardia. El rey Loren y sus caballeros formarían a la derecha; lord Oakheart, a la izquierda. Sin barreras naturales a las que anclar la línea de defensa de los Targaryen, los dos reyes pensaban rodear a Aegon por los flancos para caer sobre su retaguardia, mientras el «puño de hierro», una gran cuña de caballeros con armadura y grandes señores, aplastaba el centro de la formación.

Aegon Targaryen desplegó a sus hombres en una media luna irregular, con los lanceros y piqueros cerrando filas en primera línea, los arqueros y ballesteros justo detrás, y la caballería ligera en ambos flancos. Dio el mando de las tropas a Jon Mooton de Poza de la Doncella, uno de los primeros enemigos que se había ganado para su causa. El rey pensaba luchar, junto a sus reinas, desde el cielo. También se había percatado de la ausencia de lluvia: los pastos y el trigo que rodeaban a los ejércitos estaban listos para la cosecha… y muy secos.

Los Targaryen esperaron a que los dos reyes hicieran sonar sus cornetas y empezaran a avanzar bajo un mar de estandartes. El rey Mern en persona lideraba la carga contra el centro de la formación enemiga a lomos de su semental bayo; junto a él cabalgaba su hijo Gawen con su estandarte, una mano de sinople sobre campo de plata. Entre gritos y rugidos, envalentonados por los cuernos y los tambores de guerra, los hombres de los Gardener y los Lannister cargaron a través de una lluvia de flechas hasta llegar a sus enemigos, barriendo a su paso a los lanceros de los Targaryen y rompiendo sus filas. Pero Aegon y sus hermanas ya surcaban el cielo.

Aegon sobrevoló las filas enemigas a lomos de Balerion, atravesando un alud de lanzas, piedras y flechas, y descendió repetidamente para envolver en llamas a sus enemigos. Rhaenys y Visenya prendieron los campos de la retaguardia de los soldados enemigos, así como los lugares donde el viento empujara el fuego hacia ellos. La hierba seca y las espigas prendieron al instante. El viento avivó las llamas y arrastró el humo de frente contra los hombres de los dos reyes. El olor del fuego asustó a las monturas y, a medida que el humo se hacía más denso, tanto hombres como animales avanzaban a ciegas. Empezaron a romper filas mientras se elevaban muros de fuego a sus lados. Los hombres de lord Mooton, al otro lado de las llamas empujadas por el viento, esperaron con arcos y lanzas, dispuestos para acabar fácilmente con los hombres quemados y en llamas que lograran escapar de aquel infierno.

La batalla se conocería como el Campo de Fuego.

Más de cuatro mil hombres perecieron bajo el fuegodragón, y otros mil, atravesados por espadas, lanzas o flechas. Decenas de miles sufrieron quemaduras que, en muchos casos, los marcaron de por vida. El rey Mern IX estaba entre los caídos, junto con sus hijos, nietos, hermanos, primos y otros parientes. Uno de sus sobrinos sobrevivió tres días; cuando murió a causa de las quemaduras, la casa Gardener murió con él. El rey Loren de la Roca, al ver perdida la batalla, consiguió ponerse a salvo tras atravesar a caballo un muro de fuego y humo.

Los Targaryen perdieron menos de cien hombres. La reina Visenya sufrió una herida de flecha en el hombro, pero se recuperó pronto. Mientras los dragones se atiborraban de muertos, Aegon ordenó que recogieran las espadas de los caídos y las mandaran río abajo.

Al día siguiente capturaron a Loren Lannister. El rey de la Roca puso su espada y corona a los pies de Aegon, se arrodilló ante él y le rindió pleitesía, y Aegon, fiel a su promesa, alzó a su enemigo derrotado, lo reafirmó en sus tierras y su señorío, y lo nombró señor de Roca Casterly y Guardián del Occidente. Siguieron su ejemplo los banderizos de lord Loren, así como muchos señores del Dominio, los que habían sobrevivido al fuegodragón.

Aun así, la conquista de occidente no había culminado, por lo que el rey Aegon se despidió de sus hermanas y partió de inmediato a Altojardín, con la esperanza de asegurarse su rendición antes de que otro aspirante lo reclamara para sí. Encontró el castillo en manos de su mayordomo, Harlan Tyrell, cuyos antepasados llevaban siglos al servicio de los Gardener. Tyrell rindió las llaves sin presentar batalla y juró lealtad al rey conquistador. Como recompensa, Aegon le concedió Altojardín y sus dominios; lo nombró Guardián del Sur y señor supremo del Mander, y lo convirtió en señor de los antiguos vasallos de la casa Gardener.

La intención del rey Aegon era seguir avanzando hacia el sur y forzar la sumisión de Antigua, el Rejo y Dorne, pero mientras estaba en Altojardín le llegó noticia de un nuevo desafío: Torrhen Stark, el Rey en el Norte, había cruzado el Cuello y entrado en las Tierras de los Ríos, al frente de un ejército de treinta mil norteños salvajes. Aegon se dirigió hacia el Norte de inmediato, adelantándose a su ejército a lomos de Balerion, el Terror Negro, para plantarle cara. Mandó aviso a sus dos reinas y a todos los señores y caballeros que le habían rendido pleitesía tras las batallas de Harrenhal y el Campo de Fuego.

Cuando Torrehn Stark llegó a orillas del Tridente, encontró aguardándolo al sur del río a un ejército que prácticamente duplicaba el suyo. Señores de los Ríos, occidentales, tormenteños, hombres del Dominio… Habían acudido todos. Sobre el campamento, Balerion, Meraxes y Vhagar surcaban el cielo en círculos cada vez más amplios.

Los exploradores de Torrhen habían visto las ruinas de Harrenhal, en las que aún ardían ascuas rojizas bajo los escombros. El Rey en el Norte también había oído muchas anécdotas sobre el Campo de Fuego, y sabía que le esperaría la misma suerte si intentaba cruzar el río. A pesar de todo, algunos de sus banderizos lo urgían a atacar, insistiendo en que el valor norteño les brindaría la victoria. Otros lo instaban a retroceder hasta Foso Cailin y presentar batalla en tierras del Norte. Brandon Nieve, el hermano bastardo del rey, se ofreció a cruzar a solas el Tridente, al amparo de la oscuridad, para matar a los dragones mientras dormían.

El rey Torrhen sí que mandó a Brandon Nieve al otro lado del Tridente, pero acompañado de tres maestres y no para matar, sino para negociar. Durante toda la noche se sucedieron los mensajes en uno y otro sentido. A la mañana siguiente, fue Torrhen Stark quien cruzó el Tridente. Allí, en la orilla sur, se arrodilló, dejó la antigua corona de los reyes del Invierno a los pies de Aegon y le juró lealtad, y se puso en pie como señor de Invernalia y Guardián del Norte, ya no como rey. Desde aquel día hasta la fecha, a Torrhen Stark se lo conoce como el Rey que se Arrodilló, pero no quedaron atrás los huesos calcinados de ningún norteño, y las espadas que Aegon recogió de lord Stark y sus vasallos no estaban retorcidas, dobladas ni fundidas.

Una vez más, Aegon Targaryen y sus reinas tomaron caminos distintos. Aegon se dirigió de nuevo al sur, a Antigua, mientras que Visenya y Rhaenys, a lomos de sus dragones, pusieron rumbo respectivamente al Valle de Arryn y a los desiertos de Dorne, pasando por Lanza del Sol.

Sharra Arryn había reforzado las defensas de Puerto Gaviota, había destinado una hueste a la Puerta de la Sangre y había triplicado la dotación de las guarniciones de Piedra, Nieve y Cielo, las atalayas que protegían el acceso al Nido de Águilas. Todas estas defensas resultaron inútiles frente a Visenya Targaryen, que las sobrevoló sobre las alas curtidas de Vhagar y aterrizó en el patio interior del Nido de Águilas. Cuando la regente del Valle se apresuró a enfrentársele con una docena de guardas a su espalda, se encontró a Visenya con Ronnel Arryn sentado en el regazo, mirando maravillado a la dragona. «Madre, ¿puedo ir a volar con esta señora?», preguntó el niño rey.

No se profirieron amenazas ni se cruzaron palabras airadas, sino que las dos reinas intercambiaron sonrisas y cortesías. Luego, lady Sharra pidió que le llevaran las tres coronas: su diadema de regente, la corona pequeña de su hijo y la Corona Halcón de la Montaña y el Valle, que los reyes Arryn habían llevado durante mil años. Las rindió ante la reina Visenya, junto con las espadas de su guarnición, y cuentan que el pequeño rey sobrevoló tres veces la cumbre de la Lanza del Gigante y aterrizó convertido en un pequeño señor. Así anexionó Visenya Targaryen el Valle de Arryn al reino de su hermano.

Rhaenys Targaryen no tuvo una conquista tan fácil. Una hueste de lanceros dornienses custodiaba el paso del Príncipe, el pasaje entre las Montañas Rojas, pero Rhaenys no entabló combate con ellos. Sobrevoló el paso, por encima de las arenas rojas y blancas, y descendió en Vaith para exigir su sumisión, pero se encontró el castillo vacío y abandonado. En la ciudad que había junto a su muralla solo quedaban ancianos, mujeres y niños. Cuando les preguntó por el paradero de sus señores, lo único que contestaron fue: «Se han ido». Rhaenys bajó, siguiendo el curso del río, hasta Bondadivina, sede de la casa Allyrion, pero también estaba desierta. Siguió volando hasta el lugar donde el Sangreverde llega al mar y se encontró en Los Tablones, donde cientos de barcazas, esquifes de pesca, gabarras, casas flotantes y cascos de barcos se cocían al sol, unidos con cuerdas, cadenas y trozos de madera para crear una ciudad flotante; pero solo un puñado de ancianas y niños se asomó a ver volar en círculos a Meraxes.

Al final, el vuelo de la reina la llevó a Lanza del Sol, la antigua sede de la casa Martell, donde encontró a la princesa de Dorne esperando en su castillo abandonado. Cuentan los maestres que Meria Martell tenía entonces ochenta años y llevaba sesenta gobernando a los dornienses. Estaba muy gorda, ciega y casi calva, con la piel cetrina y fofa. Argilac el Arrogante la llamaba el Sapo Amarillo de Dorne, pero ni la edad ni la ceguera le habían nublado la mente.

—No lucharé contra vos —dijo la princesa Meria a Rhaenys—, ni me prosternaré. Dorne no tiene rey; decídselo a vuestro hermano.

—Eso haré —contestó Rhaenys—. Pero volveremos, princesa, y la próxima vez traeremos fuego y sangre.

—Ese es vuestro lema —dijo la princesa Meria—. El nuestro, «Nunca Doblegado, nunca Roto». Podéis quemarnos, mi señora, pero no nos doblegaréis ni nos quebrantaréis. Esto es Dorne y aquí no sois bien recibida. Volved si os atrevéis.

Y así se despidieron la reina y la princesa, y Dorne se quedó sin conquistar.

Aegon fue mejor recibido en occidente. Antigua, la mayor ciudad de todo Poniente, estaba rodeada de una gruesa muralla y gobernada por los Hightower, la casa nobiliaria de más rancio abolengo y la más rica y poderosa del Dominio. Antigua también era la sede de la Fe: allí residía el Septón Supremo, Padre de los Fieles, la voz de los nuevos dioses en la Tierra, al que debían obediencia millones de devotos de todos los reinos, menos del Norte, donde todavía rezaban a los antiguos dioses. También estaban las espadas de los Militantes de la Fe y las órdenes de monjes guerreros a las que el vulgo conocía como Estrellas y Espadas.

Aun así, cuando Aegon Targaryen y su hueste llegaron a Antigua, encontraron las puertas de la ciudad abiertas y a lord Hightower esperándolos para rendirles pleitesía. Lo que había sucedido era que, cuando la noticia del desembarco de Aegon llegó a Antigua, el Septón Supremo se encerró siete días y siete noches en el Septo Estrellado para que los dioses lo guiaran. No tomó otra cosa que pan y agua, y no hizo nada más que rezar, pasando del altar de un dios al de otro. El séptimo día, la Vieja alzó su lámpara dorada para mostrarle el camino. Su altísima santidad vio que si Antigua se alzaba en armas contra Aegon el Dragón, sería pasto de las llamas, y Torrealta, la Ciudadela y el Septo Estrellado quedarían destruidos.

Manfred Hightower, señor de Antigua, era cauto y devoto. Uno de sus hijos menores servía en los Hijos del Guerrero, y otro acababa de profesar los votos como septón. Cuando el Septón Supremo le habló de la visión que le había mostrado la Vieja, lord Hightower decidió que no se enfrentaría con las armas al Conquistador. Por este motivo, ningún hombre de Antigua ardió en el Campo de Fuego, aunque los Hightower eran banderizos de los Gardener de Altojardín. Por el mismo motivo, lord Manfred cabalgó al encuentro de Aegon el Dragón y le ofreció su espada, su ciudad y su lealtad. Hay quien dice que también le ofreció la mano de su hija menor, que Aegon rechazó cortésmente para no ofender a sus reinas.

Tres días después, en el Septo Estrellado, su altísima santidad en persona ungió a Aegon con los siete óleos, lo coronó y lo proclamó Aegon de la casa Targaryen, el primero de su nombre, rey de los ándalos, los rhoynar y los primeros hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino. «Siete Reinos», dijo, aunque Dorne no se había rendido ni se rendiría durante más de un siglo.

A la primera coronación de Aegon, en la desembocadura del Aguasnegras, solo habían asistido unos pocos señores, pero varios centenares se congregaron para presenciar esta, y decenas de miles de personas lo aclamaron por las calles de Antigua mientras las recorría a lomos de Balerion. Entre los que asistieron a la segunda coronación de Aegon estaban los maestres y archimaestres de la Ciudadela, y quizá sea ese el motivo por el que se emplea esta coronación para datar el principio del reinado de Aegon, y no la del Fuerte de Aegon, el día de su desembarco.

Y así fue como los Siete Reinos de Poniente se unieron en un gran reino por voluntad de Aegon el Conquistador y sus hermanas.

Muchos pensaban que el rey Aegon haría de Antigua su sede cuando terminaran las guerras; otros suponían que gobernaría desde Rocadragón, la antigua isla ciudadela de la casa Targaryen. Pero el rey sorprendió a todos al proclamar su intención de establecer la corte en la ciudad incipiente de las tres colinas, junto a la desembocadura del Aguasnegras, donde sus hermanas y él habían pisado Poniente por primera vez. La nueva ciudad se llamaría Desembarco del Rey, y desde allí reinaría Aegon el Dragón y celebraría audiencia sentado en un gran trono forjado con las espadas fundidas, retorcidas, machacadas y rotas de sus enemigos caídos, un peligroso asiento que pronto se conocería en el mundo como el Trono de Hierro de Poniente.



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