Laurel se tapó la boca y la nariz con la mano, y se quedó así. No desmontó. Lord Dorado parecía cansado y mareado, pero bajó de la yegua conmigo. Caminamos juntos entre los cadáveres y los inspeccionamos. Eran todos muchachos, con la edad exacta para embarcarse en semejante locura. Ayer por la tarde habían ensillado de un salto y habían partido al galope dispuesto a matar unos cuantos picazos. Ayer por la noche estaban muertos. Allí tendidos no parecían crueles ni sanguinarios, ni siquiera estúpidos. Tan solo sin vida.
La misión del bufón, de Robin Hobb
La misión del bufón, por John Howe. |
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