Hace solo dos días George R. R. Martin nos sorprendía a todos colgando un nuevo capítulo de Vientos de invierno en su página web, y además uno totalmente nuevo ya que nunca lo había leído en ninguna convención a la que tan aficionado es de asistir. Pues bien, el capítulo generó tal densidad de tráfico en su página web que esta llegó a estar bloqueada durante un tiempo, lo que habla del interés que existe entre los lectores por saber más del sexto libro de Canción de Hielo y Fuego.
Ahora os traigo el capítulo en cuestión, titulado Mercy y que tiene por protagonista a uno de los personajes femeninos más queridos por los fans, que ha sido traducido con gran rapidez por la página
Los Siete Reinos. El propio Martin ha reconocido en su blog (
aquí) que este capítulo llevaba mucho tiempo escrito (un mínimo de 10 años) ya que lo escribió como el primer capítulo de Arya en
Danza de dragones, cuando
Danza iba a ser el libro siguiente a
Tormenta de espadas y sus sucesos tendrían lugar tras un salto temporal de cinco años en los eventos de la saga. Como sabemos, finalmente Martin deshechó el salto temporal, y empezó a escribir
Festín de cuervos, y este capítulo fue retrocediendo en la linea temporal hasta ser el primero de la joven Stark en
Vientos de invierno, revisándolo y reescribiéndolo varias veces para ajustarlo a los cambios producidos en la trama.
Bueno, dejo de enrollarme y os dejo disfrutar de este capítulo totalmente nuevo de Vientos de invierno.
MERCY
Se despertó con un jadeo, sin saber quién era o
dónde estaba.
El olor de la sangre era fuerte en su nariz… ¿o era
esa su pesadilla, que persistía? Había soñado con lobos de nuevo, corriendo
sobre algún oscuro bosque de pinos con una gran manada tras ella, siguiendo el
rastro de una presa.
Una media luz llenó el cuarto, gris y sombrío.
Temblando, se sentó en la cama y pasó la mano por su cabeza. Algunos pelos se
erizaban contra su mano. Tengo que afeitarme antes de que Izembaro me vea.
Mercy, soy Mercy, y esta noche seré violada y asesinada. Su verdadero nombre
era Mercedene, pero Mercy (NOTA DEL TRADUCTOR: Misericordia en inglés) era
como le llamaba todo el mundo…
Excepto en sueños. Respiró hondo para acallar el
latido de su corazón, tratando de recordar más acerca de lo que había soñado,
pero la mayoría se había ido. Había habido sangre, creía, y una luna llena, y
un árbol que la observaba mientras corría.
Había corrido las cortinas para que el sol de la
mañana le despertara. Pero no había sol fuera de la ventana del pequeño cuarto
de Mercy, solo un muro de cambiante niebla gris. El aire se había vuelto
fresco…y era bueno, pues si no podría haberse pasado el día durmiendo. Sería
como si Mercy se durmiera durante su propia violación.
El vello cubría sus piernas. La colcha se enrollaba
sobre ella como una serpiente. Ella la retiró, lanzó la manta al suelo de
tablas y caminó desnuda hacia la ventana. Braavos estaba perdida en la niebla.
Ella podía ver el agua verde del canal debajo, la calle con adoquines de piedra
bajo su edificio, dos arcos del musgoso puente… pero el otro extremo del puente
desaparecía en el gris, y de los edificios a lo largo del canal solo quedaban
unas vagas luces. Oyó una suave salpicadura y un barco serpiente emergió del
arco central del puente. “¿Qué hora?” llamó Mercy al hombre que estaba en la
alzada cola de la serpiente, empujándola con su remo.
El marinero miró hacia arriba, en busca de la voz:
“Cuatro, por el rugir del Titán”. Sus palabras resonaron huecamente en los
remolinos de las aguas verdes y los muros de edificios ocultos.
No llegaba tarde, no todavía, pero no debía
holgazanear. Mercy era un alma alegre y una trabajadora dura, pero raramente
puntual. Eso no serviría hoy. El enviado desde Poniente se esperaba en la
Puerta esta tarde, e Izembaro no estaría de humor para excusas, incluso si se
las servían con una dulce sonrisa.
Había llenado el barreño con el agua del canal la
noche anterior antes de irse a dormir, prefiriendo el agua salobre a la babosa y verde agua de lluvia de la cisterna.
Mojando un trapo áspero, se lavó de la cabeza a los pies, poniéndose a la pata
coja para frotarse sus pies callosos. Tras eso encontró su navaja. Una cabeza
desnuda ayudaba a las pelucas a entrar mejor, decía Izembaro.
Se afeitó, se puso su ropa interior y se pasó un
vestido de lana marrón sobre su cabeza. Una de sus medias necesitaba remiendos,
lo vio cuando se la subió. Pediría ayuda al Pargo; cosía tan miserablemente que
el encargado de vestuario normalmente se compadecía de ella. O podría
agenciarse un bonito par del vestuario. Pero eso sería arriesgado. Izembaro
odiaba que los actores llevaran sus ropas en las calles. Excepto por Wendeyne.
“Dale a la polla de Izembaro una pequeña mamada y una chica podía llevar cualquier
ropa que quisiera”. Mercy no era tan tonta para ello. Daena se lo había
advertido: “Las chicas que van por ese camino acaban en El Barco, donde cada
hombre que acude sabe que puede tener cualquier cosa bonita que aparezca en el
escenario, si su bolsa está lo suficientemente llena”.
Sus botas eran grumos de cuero viejo marrón
moteadas con manchas de sal y agrietadas por su largo uso; su cinturón, un
tramo de cuerda de cáñamo tintado de azul. Se lo ató sobre su cintura y colgó
un cuchillo en su cadera derecha y un monedero en la izquierda. Por último se
puso una capa sobre sus hombros. Era una verdadera capa real de actor, lana
púrpura forrada de seda roja, con una capucha para protegerse de la lluvia, y
tres bolsillos secretos. Ella escondió algunas monedas en uno, una llave de
hierro en otro y una cuchilla en la última. Una cuchilla de verdad, no cuchillo
de frutero como el que tenía en la cadera, pero que no pertenecía a Mercy, como
el resto de sus otros tesoros. El cuchillo de frutero sí pertenecía a Mercy.
Ella estaba hecha para comer fruta, sonreír y reír, trabajar duro y hacer lo
que se le decía.
“Mercy, Mercy, Mercy,” cantaba mientras descendía
por la escalera de madera hacia la calle. El pasamanos estaba astillado, los
escalones empinados y había cinco tramos de escalera, pero eso es lo que hacía
que el piso fuera tan barato. Eso, y la sonrisa de Mercy. Podría estar calva y
delgada, pero Mercy tenía una bonita sonrisa y una cierta gracia. Hasta
Izembaro estaba de acuerdo en que era agraciada. No estaba lejos de la Puerta
para el vuelo de un cuervo, pero para chicas con pies en lugar de alas el
camino era más largo. Braavos era una ciudad torcida. Las calles estaban
torcidas, los callejones estaban torcidos y los canales estaban aún más torcidos.
La mayoría de los días prefería coger el camino
largo, por el Camino del Trapero a lo largo del Puerto Externo, donde tenía el
mar debajo y el cielo arriba, y una vista clara a través del Gran Largo del
Arsenal y las laderas con pinares del Escudo de Sellagoro. Los marineros le
alababan mientras pasaba por los muelles, llamándole desde alquitranados
balleneros Ibbeneses y tripones barcos de Poniente. Mercy no siempre entendía
sus palabras, pero sabía lo que le estaban diciendo. Alguna vez les devolvía la
sonrisa y les decía que podrían encontrarla en la Puerta si tenían monedas. El
camino largo también le hacía cruzar el Puente de los Ojos con sus caras de
piedra talladas. Desde lo alto podía mirar a través de sus arcos y ver toda la
ciudad: las cúpulas de cobre verde del Palacio de la Verdad, los mástiles
erigiéndose como un bosque en el Puerto Púrpura, las torres altas de los
poderosos, el rayo dorado que giraba en su espira sobre el Palacio del Señor
del Mar… incluso los hombros de bronce del Titán, lejos sobre las oscuras aguas
verdes. Pero eso era solo cuando el sol brillaba sobre Braavos. Si la niebla
era espesa no había nada que ver salvo el gris, así que Mercy eligió la ruta
más corta para ahorrar camino a sus pobres agrietadas botas.
La niebla parecía desaparecer ante ella y cerrarse
cuando ella pasaba. Los adoquines estaban mojados y resbaladizos bajo sus pies.
Oyó a un gato ronronear lastimeramente. Braavos era una ciudad buena para los
gatos y vagaban por todas partes, especialmente de noche. En la niebla todos
los gatos son grises, pensó Mercy. En la niebla todos los hombres son asesinos.
Ella nunca había visto una niebla tan densa como esta. En los canales más
grandes, los aguadores estarían moviendo sus barcos serpiente uno detrás de
otro, incapaces de ver más que sombrías luces de los edificios a cada lado.
Mercy se cruzó con un viejo con una linterna que
iba en dirección contraria, y envidió su luz. La calle estaba tan sombría que
difícilmente podía ver por dónde pisaba. En las partes más humildes de la
ciudad las casas, tiendas y almacenes se apiñaban, recostándose unos sobre
otros como amantes borrachos, los pisos altos estaban tan cercanos que podías
saltar de un balcón a otro. Las calles, debajo, se convertían en túneles
oscuros donde resonaba cada pisada. Los pequeños canales tenían aún más
obstáculos, pues muchas casas que se alineaban allí tenían sus excusados
sobresaliendo sobre el agua. A Izembaro le encantaba recitarle el discurso de
“La Melancólica Hija del Mercader” sobre cómo “aquí el último Titán se yergue, a
horcajadas sobre sus hermanos” pero Mercy prefería la escena donde el gordo
mercader cagaba en la cabeza del Señor del Mar cuando pasaba en su barcaza
dorada y púrpura. Solo en Braavos podía pasar algo así, se decía, y solo en
Braavos el Señor del Mar y el pescador se reirían igual al verlo.
La Puerta estaba cerca del final de Ciudad Ahogada,
entre el Puerto Exterior y el Puerto Púrpura. Un viejo almacén se había quemado
allí y la tierra se estaba hundiendo un poco más cada año, así que el espacio
era barato. Sobre la inundada base del almacén, Izembaro había alzado su
cavernoso teatro. El Domo y la Linterna Azul podrían tener entornos más
elegantes, decía a sus titiriteros, pero aquí entre los puertos nunca le
faltarían marineros y putas para llenar el patio de butacas. El Barco estaba
cerca, llevando multitudes al muelle donde había morado durante veinte años,
decía, y La Puerta prosperaría igual.
El tiempo le había dado la razón. El escenario de
La Puerta se había inclinado mientras el edificio se asentaba, sus trajes eran
proclives al moho y serpientes de agua tenían su nido en la inundada bodega,
pero nada de eso importaba a los titiriteros mientras la casa estuviera llena.
El último puente estaba hecho de tela y toscos tablones,
y parecía disolverse en la nada, pero eso era solo por la niebla. Mercy
correteó por él, con sus tacones retumbando en la madera. La niebla se abría
ante ella como una andrajosa cortina gris para revelar el teatro. Una mantecosa
luz amarilla salía desde las puertas, y Mercy podía oír voces tras ella. Al
lado de la puerta, Brusco el Grande había pintado sobre el título del último
espectáculo y escrito en su lugar “La Mano Sangrienta” con grandes letras
rojas. Estaba pintando debajo una mano sangrienta, para aquellos que no
supieran leer. Mercy se detuvo a mirar. “Es una bonita mano”-le dijo. “El
pulgar está torcido”. Brusco lo tocó con su cepillo. “El Rey de los Titiriteros
estaba preguntando por ti”.
“Estaba tan oscuro que me quedé dormida”. Cuando
Izembaro se había llamado a si mismo Rey de los Titiriteros, la compañía había
gozado un extraño placer en ello, saboreando el enfado de sus rivales de El
Domo y La Linterna Azul. Últimamente, sin embargo, Izembaro había empezado a
tomarse su título demasiado en serio. “Solamente hace el papel de rey ahora”-
dijo Marro, torciendo la mirada- “y si la obra no tiene ningún rey, él
preferiría no representarla”.
La Mano Sangrienta ofrecía dos reyes, el gordo y el
niño. Izembaro haría el papel del gordo. No sería una parte larga, pero tendría
un buen discurso mientras estaba muriendo, y una espléndida lucha con un jabalí
demoníaco antes. Phario Forel lo había escrito, y él tenía la pluma más
sangrienta de todo Braavos.
Mercy encontró a la compañía reunida tras el
escenario, y se deslizó entre Daena y el Pargo en la parte de atrás, esperando
que su retraso fuera inadvertido. Izembaro estaba contando a todo el mundo que
esperaba que La Puerta estuviera llena hasta la bandera esta tarde, pese a la
niebla. “El Rey de Poniente ha mandado a su enviado a honrar al Rey de los
Titiriteros esta noche”- dijo a su tropa. “No decepcionaremos a nuestro querido
monarca”.
“¿Nosotros?”- dijo el Pargo, que hacía todos los
trajes para los actores. “¿Hay más de uno ahora?”
“Está tan gordo como para contar por dos”- susurró
Bobono. Toda tropa de titiriteros tenía un enano. Él era el suyo. Cuando vio a
Mercy le echó una ojeada. “Ooh”- dijo- “aquí está. ¿Está la chica lista para su
violación?”- dijo mientras se palmeaba sus labios.
El Pargo le dio una palmada en la cabeza: “Estate
callado”.
El Rey de los Titiriteros ignoró la conmoción.
Seguía hablando, contando a los actores lo magníficos que debían ser. Además
del enviado de Poniente, habría responsables de llaves y cortesanas famosas
también. No quería que se fueran con una mala opinión de La Puerta. “Le irá mal
a todo hombre que me falle”, una amenaza que había tomado prestada del discurso
que daba el Príncipe Garin en la batalla de “Ira de los Señores de Dragón”, la
primera obra de Phario Forel.