—Tendrás que derribar algunas de las paredes interiores —dijo el Capitán—. Que los esclavos te hagan una cama nueva, una lo bastante larga, y algún mueble más.
—No estás escuchando —dijo el gigante—. Pierdo los estribos cuando la gente no escucha.
—Eres mi heredero...
—No. No lo soy. La esclavitud es una abominación. La esclavitud es aquello que los que odian le hacen a los demás. Se odian a sí mismos. Odian para ser diferentes, para ser mejores. Tú. Tú te dijiste que tenías derecho a poseer a otras personas. Te dijiste que eran menos que tú, y creíste que unos grilletes lo demostrarían.
—Yo amaba a mis esclavos. Cuidé de ellos.
—Hay sitio de sobra para el sentimiento de culpa en el corazón del odio —respondió el guerrero.
—Este es mi regalo...
—Todo el mundo intenta hacerme regalos. Yo los rechazo todos. Crees que el tuyo es maravilloso. Que es generoso. No eres nada. Tu imperio es patético. Conocí perros callejeros que eran mejores tiranos que tú.
—¿Por qué me atormentas con esas palabras? Me estoy muriendo. Me has matado. Y, sin embargo, no te desprecio por ello. No, te convierto en mi heredero. Te doy mi reino. Mi ejército obedecerá tus órdenes. Ahora todo es tuyo.
—No lo quiero.
—Si no lo aceptas tú, se apoderará de él uno de mis oficiales.
—Este reino no puede existir sin esclavos. Tu ejército solo será una banda más de asaltantes, así que alguien los perseguirá y los destruirá. Y todo lo que intentaste construir quedará olvidado.
—Me torturas.
—Te cuento la verdad. Deja que tus oficiales vengan a matarme. Los destruiré a todos. Y dispersaré a tu ejército. Habrá sangre en la hierba.
—No estás escuchando —dijo el gigante—. Pierdo los estribos cuando la gente no escucha.
—Eres mi heredero...
—No. No lo soy. La esclavitud es una abominación. La esclavitud es aquello que los que odian le hacen a los demás. Se odian a sí mismos. Odian para ser diferentes, para ser mejores. Tú. Tú te dijiste que tenías derecho a poseer a otras personas. Te dijiste que eran menos que tú, y creíste que unos grilletes lo demostrarían.
—Yo amaba a mis esclavos. Cuidé de ellos.
—Hay sitio de sobra para el sentimiento de culpa en el corazón del odio —respondió el guerrero.
—Este es mi regalo...
—Todo el mundo intenta hacerme regalos. Yo los rechazo todos. Crees que el tuyo es maravilloso. Que es generoso. No eres nada. Tu imperio es patético. Conocí perros callejeros que eran mejores tiranos que tú.
—¿Por qué me atormentas con esas palabras? Me estoy muriendo. Me has matado. Y, sin embargo, no te desprecio por ello. No, te convierto en mi heredero. Te doy mi reino. Mi ejército obedecerá tus órdenes. Ahora todo es tuyo.
—No lo quiero.
—Si no lo aceptas tú, se apoderará de él uno de mis oficiales.
—Este reino no puede existir sin esclavos. Tu ejército solo será una banda más de asaltantes, así que alguien los perseguirá y los destruirá. Y todo lo que intentaste construir quedará olvidado.
—Me torturas.
—Te cuento la verdad. Deja que tus oficiales vengan a matarme. Los destruiré a todos. Y dispersaré a tu ejército. Habrá sangre en la hierba.
Doblan por los mastines, de Steven Erikson
Karsa Orlong, por Brent Grooms |
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