—No puedo salvarlos, Syl —susurró Kaladin, lleno de angustia.
—¿Estás seguro?
—He fracasado siempre antes.
—¿Y por eso fracasarás esta vez también?
—Sí.
Ella guardó silencio.
—Muy bien —dijo al cabo de un rato—. Pongamos que tienes razón.
—¿Entonces por qué luchar? Me dije a mí mismo que lo intentaría una última vez. Pero fracasé antes de empezar. No se les puede salvar.
—¿La lucha en sí misma no significa nada?
—No si estás destinado a morir —agachó la cabeza.
Las palabras de Sigzil resonaban en su mente. «Vida antes que muerte. Fuerza antes que debilidad. Viaje antes que destino.» Kaladin miró la rendija de cielo. Como un río lejano de agua pura y azul.
Vida antes que muerte.
¿Qué significaba el dicho? ¿Que los hombres deberían buscar la vida antes que buscar la muerte? Eso era obvio. ¿O significaba otra cosa? ¿Que la vida venía antes que la muerte? Una vez más, obvio. Y sin embargo las palabras sencillas le hablaban. La muerte viene, susurraban. La muerte les viene a todos. Pero la vida viene primero. Saboréala.
La muerte es el destino. Pero el viaje, eso es la vida. Eso es lo que importa.
Un frío viento sopló por el pasillo de piedra, barriéndolo, trayendo olores frescos y despejados y llevándose el hedor de los cadáveres putrefactos.
Nadie se preocupaba por los hombres de los puentes. A nadie le importaban los que estaban en el fondo, con los ojos más oscuros. Y sin embargo, aquel viento parecía susurrarle una y otra vez «Vida antes que muerte. Fuerza antes que debilidad. Viaje antes que destino».
Su pie golpeó algo. Se agachó a recogerlo. Una roca pequeña. Apenas visible en la oscuridad. Reconocía lo que le estaba pasando, esta melancolía, esta sensación dedesesperación. Le había sucedido a menudo cuando era más joven, sobre todo durante las semanas del Llanto, cuando el cielo quedaba oculto por las nubes. Durante esos momentos, Tien lo animaba, lo ayudaba a salir de la desesperación. Tien siempre había podido hacer eso.
Cuando perdió a su hermano, se enfrentó peor a esos períodos de tristeza. Se convirtió en el despojo, sin preocuparse, pero tampoco sin desesperarse. Le parecía mejor no sentir nada antes que sentir dolor.
«Voy a fallarles —pensó, cerrando los ojos—. ¿Por qué intentarlo?»
¿No era un necio por querer resistir como lo hacía? Si tan solo pudiera ganar una vez... Eso sería suficiente. Mientras pudiera creer que era capaz de ayudar a alguien, mientras creyera que algunos caminos conducían a lugares distintos de la oscuridad, podía sentir esperanza.
«Te prometiste que lo intentarías una última vez —pensó—. Todavía no están muertos.»
«Todavía viven. Por ahora.»
Había una cosa que no había intentado. Algo que lo asustaba demasiado. Cada vez que lo había intentado en el pasado, lo había perdido todo.
El despojo parecía estar plantado allí delante. Significaba liberación. Apatía. ¿De verdad quería Kaladin volver a eso? Era un refugio falso. Ser ese hombre no lo había protegido. Solo lo había hundido más y más hasta que quitarse la vida pareció el mejor camino.
«Vida antes que muerte.»
Kaladin se levantó, abrió los ojos y dejó caer la piedra. Caminó lentamente hacia la luz de las antorchas. Los hombres alzaron la cabeza. Tantas miradas de interrogación. Algunas dubitativas, otras sombrías, otras animosas. Roca, Dunny, Hobber, Leyten. Creían en él. Había sobrevivido a las tormentas. Un milagro.
—Hay algo que podríamos intentar —dijo—. Pero lo más probable es que acabemos todos muertos a manos de nuestro propio ejército.
—Vamos a morir de todas formas —recalcó Mapas—. Tú mismo lo dijiste.
Varios hombres asintieron.
Kaladin inspiró profundamente.
—Tenemos que intentar escapar.
—¿Estás seguro?
—He fracasado siempre antes.
—¿Y por eso fracasarás esta vez también?
—Sí.
Ella guardó silencio.
—Muy bien —dijo al cabo de un rato—. Pongamos que tienes razón.
—¿Entonces por qué luchar? Me dije a mí mismo que lo intentaría una última vez. Pero fracasé antes de empezar. No se les puede salvar.
—¿La lucha en sí misma no significa nada?
—No si estás destinado a morir —agachó la cabeza.
Las palabras de Sigzil resonaban en su mente. «Vida antes que muerte. Fuerza antes que debilidad. Viaje antes que destino.» Kaladin miró la rendija de cielo. Como un río lejano de agua pura y azul.
Vida antes que muerte.
¿Qué significaba el dicho? ¿Que los hombres deberían buscar la vida antes que buscar la muerte? Eso era obvio. ¿O significaba otra cosa? ¿Que la vida venía antes que la muerte? Una vez más, obvio. Y sin embargo las palabras sencillas le hablaban. La muerte viene, susurraban. La muerte les viene a todos. Pero la vida viene primero. Saboréala.
La muerte es el destino. Pero el viaje, eso es la vida. Eso es lo que importa.
Un frío viento sopló por el pasillo de piedra, barriéndolo, trayendo olores frescos y despejados y llevándose el hedor de los cadáveres putrefactos.
Nadie se preocupaba por los hombres de los puentes. A nadie le importaban los que estaban en el fondo, con los ojos más oscuros. Y sin embargo, aquel viento parecía susurrarle una y otra vez «Vida antes que muerte. Fuerza antes que debilidad. Viaje antes que destino».
Su pie golpeó algo. Se agachó a recogerlo. Una roca pequeña. Apenas visible en la oscuridad. Reconocía lo que le estaba pasando, esta melancolía, esta sensación dedesesperación. Le había sucedido a menudo cuando era más joven, sobre todo durante las semanas del Llanto, cuando el cielo quedaba oculto por las nubes. Durante esos momentos, Tien lo animaba, lo ayudaba a salir de la desesperación. Tien siempre había podido hacer eso.
Cuando perdió a su hermano, se enfrentó peor a esos períodos de tristeza. Se convirtió en el despojo, sin preocuparse, pero tampoco sin desesperarse. Le parecía mejor no sentir nada antes que sentir dolor.
«Voy a fallarles —pensó, cerrando los ojos—. ¿Por qué intentarlo?»
¿No era un necio por querer resistir como lo hacía? Si tan solo pudiera ganar una vez... Eso sería suficiente. Mientras pudiera creer que era capaz de ayudar a alguien, mientras creyera que algunos caminos conducían a lugares distintos de la oscuridad, podía sentir esperanza.
«Te prometiste que lo intentarías una última vez —pensó—. Todavía no están muertos.»
«Todavía viven. Por ahora.»
Había una cosa que no había intentado. Algo que lo asustaba demasiado. Cada vez que lo había intentado en el pasado, lo había perdido todo.
El despojo parecía estar plantado allí delante. Significaba liberación. Apatía. ¿De verdad quería Kaladin volver a eso? Era un refugio falso. Ser ese hombre no lo había protegido. Solo lo había hundido más y más hasta que quitarse la vida pareció el mejor camino.
«Vida antes que muerte.»
Kaladin se levantó, abrió los ojos y dejó caer la piedra. Caminó lentamente hacia la luz de las antorchas. Los hombres alzaron la cabeza. Tantas miradas de interrogación. Algunas dubitativas, otras sombrías, otras animosas. Roca, Dunny, Hobber, Leyten. Creían en él. Había sobrevivido a las tormentas. Un milagro.
—Hay algo que podríamos intentar —dijo—. Pero lo más probable es que acabemos todos muertos a manos de nuestro propio ejército.
—Vamos a morir de todas formas —recalcó Mapas—. Tú mismo lo dijiste.
Varios hombres asintieron.
Kaladin inspiró profundamente.
—Tenemos que intentar escapar.
Kaladin y Syl (por Dixon Leavitt). |
El camino de los reyes, de Brandon Sanderson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario