-Dioses, hombre, tira ese casco, se te va a cocer el cerebro. Y el violín, ese maldito trasto está roto de todos modos.
-El casco está forrado de arena fría, señor.
-¿De qué?
-Arena fría. Parecen virutas, señor, pero se puede echar un puñado en un fuego y no se calienta. Es una cosa muy rara, señor.
Los ojos del comandante se clavaron entrecerrados en el casco.
-¡Por el abismo, el protector sagrado llevaba eso!
El hombre asintió con gesto solemne.
-Y cuando la espada de Dassem lo derribó, salió volando, señor. Directamente a mis brazos.
-¿Y el violín lo siguió?
Los ojos del soldado se achicaron con gesto suspicaz.
-No, señor. El violín es mío. Me lo compré en Malaz, tenía intención de aprender a tocarlo.
-¿Entonces quién lo atravesó de un puñetazo, soldado?
-Ese sería Seto, señor, ese hombre de ahí, junto a Rapiña.
-¡No sabe tocar ese maldito trasto!- gritó el soldado en cuestión.
-Bueno, porque ahora no puedo, ¿no? Está roto. Pero cuando termine la guerra, lo voy a arreglar, ¿está claro?
Memorias del hielo (Malaz 3), de Steven Erikson.
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