El 13 de marzo de 2012 George R. R. Martin participó en una convención literaria en Toronto y leyó ante el auditorio asistente este capítulo de Winds of Winter. Se permitió grabar el acto así que el video con la lectura de George Martin se subió a Youtube (podeis verlo entero aquí) y el texto del capítulo fue transcrito. Aquí os dejo la traducción del mismo, aunque el propio Martin afirmó que no se trata de un capítulo entero sino solo de un fragmento. El capítulo tiene por protagonista a Victarion Greyjoy y según Martin iría a continuación del capítulo de Ser Barristan (que también podéis leer en este blog aquí).
VICTARION
Señora Noble era
más una tina grasienta que una nave, y se revolcaba por las aguas como hacían
las nobles damas de las tierras verdes. Sus bodegas de carga eran grandes y Victarion
las guarneció con hombres armados. Con la nave navegaban las otras presas que
la Flota del
Hierro había
capturado en su largo viaje a la Bahía de los Esclavos,
un surtido zafio de galeras, barcazas y navíos mercantes; y salpicado aquí y
allá con algunos barcos de pesca. Era una flota de naves gordas y
endebles, muy prometedoras para comerciar lanas y vinos y otras mercancías pero
nada para situaciones de peligro. Victarion entregó el mando a Wulf Una Oreja.
–Los esclavistas
puede que se estremezcan cuando vean tus velas alzarse del mar, –le dijo–
pero una vez que os hayan divisado claramente, se reirán de sus temores.
Comerciantes y pescadores, eso es todo lo que sois. Cualquier hombre puede
verlo. Dejad que se acerquen tanto como quieran, pero oculta a tus hombres bajo
la cubierta hasta que estés listo. Entonces rodéalos y abórdales. Libera a los
esclavos y alimenta al mar con los esclavistas, pero toma las naves.
Necesitaremos de cada barco para llevarnos de regreso a casa.
–A casa–, dijo
sonriente Wulf–.
A los hombres les gustará el sonido de eso, señor Capitán. Las naves primero, y
luego destrozaremos a estos hombres de Yunkai. Sí.
La Victoria
de Hierro fue amarrada junto a la Señora Noble,
las dos naves ceñidas firmemente con cadenas y arpeos, y una escalerilla se
extendió entre ellas. La Señora Noble era mucho más grande que el
buque de guerra y se alzaba más alta sobre las aguas. A lo largo de la borda
asomaban las caras de los hombres del hierro, mirando como Victarion
palmeaba a Wulf
Una Oreja en el hombro y lo enviaba trepando por la
escalerilla. El mar estaba tranquilo e inmóvil; el cielo iluminado por las
estrellas. Wulf
ordenó retirar la escalerilla y las cadenas fueron lanzadas. El buque de guerra
y la gran galera separaron su curso.
En la distancia,
el resto de la afamada flota de Victarion estaba izando la vela. Unos confusos vítores salieron de la
tripulación de la Victoria de Hierro, y fue respondida de igual
manera por los hombres de la Señora Noble
Victarion
le había dado a Wulf sus mejores guerreros. Los envidió. Serían los
primeros en asestar el golpe, los primeros en ver esa mirada de terror en
los ojos de los enemigos. Mientras él estaba en pie en la proa de la Victoria
de Hierro observando a los buques mercantes de Una Oreja
desaparecer uno por uno hacia el Oeste. Las caras de los primeros enemigos que
había matado alguna vez volvieron a Victarion Greyjoy. Pensó en su
primera nave, en su primera mujer. Sentía una inquietud en él, un hambre por el
alba y las cosas que traería este día. «Muerte o gloria, hoy beberé hasta
desfallecer de ambas.» El Trono de Piedramar debería haber sido suyo
cuando Balon
murió, pero su hermano Euron se lo había robado, como le había robado a su
esposa muchos años antes. «Él la robó y la mancilló, pero la dejó para que
yo la matara.»
Todo eso ya
estaba hecho y había quedado atrás, pese a todo. Y Victarion
tendría por fin su venganza. «Tengo el cuerno, y pronto tendré a la mujer.
Una mujer más bella que la esposa que él me hizo matar.»
–Capitán–. La
voz pertenecía a Longwater Pyke. –Los remeros esperan sus órdenes. Tres de
ellos, y fuertes.
–Envíalos a mi
camarote. Necesitaré al sacerdote también.
Todos los
remeros eran grandes. Uno era un muchacho, uno un bruto, y el otro el bastardo
de un bastardo. El Chico había estado remando por menos de un año, el Bruto por
veinte. Tenían nombres, pero Victarion no los conocía. Uno había
venido del Lamentación,
uno del Gavián, y el otro del Beso de la Araña. No podría esperarse que él supiera
los nombres de cada esclavo que había cogido alguna vez un remo en
la Flota de Hierro.
–Mostradles el
cuerno– ordenó cuando los tres se habían acomodado en su camarote.
–Mi hermano
encontró esta cosa en Valyria– les dijo Victarion a los esclavos–. Pensad en
lo grande que debía haber sido el dragón capaz de portar dos de estos sobre su
cabeza. Más grande que Vhagar o Meraxes, más grande que Balerion el Terror Negro.
–Tomó el cuerno de Moqorro y recorrió sus curvas con la palma de su mano–.
En la Asamblea de sucesión en Viejo Wyk, uno de los mudos de Euron
sopló este cuerno. Algunos de vosotros lo recordaréis. Fue un sonido que ningún
hombre que lo haya oído jamás olvidará.
–Dicen que murió–dijo
el Chico,
–el que sopló el cuerno.
–Sí. El cuerno
estaba humeando después. El mudo tenía ampollas en sus labios, y el pájaro
tatuado en su pecho estaba sangrando. Murió al día siguiente. Cuando le
abrieron por dentro, sus pulmones estaban negros.
–El cuerno está
maldito– dijo el Bastardo del Bastardo.
–Es un cuerno de
un dragón de Valyria- dijo Victarion–. Sí, está
maldito. Nunca dije que no lo estuviera. –Pasó rozando con su mano a lo largo
de una de las bandas de oro rojo; y las runas antiguas parecieron cantar bajo
las yemas de sus dedos. Durante medio latido del corazón nada deseó tanto como
hacer sonar el cuerno él mismo. «Euron fue un necio al darme esto, es una
cosa preciosa, y poderosa. Con esto ganaré el Trono de Piedramar, y luego el
Trono de Hierro. Con esto ganaré el mundo.» –Claggorn
sopló el cuerno tres veces y murió por eso. Él era tan grande como cualquiera
de vosotros y fuerte como yo. Tan fuerte, que podría retorcer la cabeza de un
hombre de sus hombros con sólo sus manos desnudas, y aun así el cuerno lo mató.
-Nos matará
entonces también a nosotros– dijo el Chico.
Victarion
no perdonaba a menudo a un esclavo por hablar a destiempo, pero el Chico era
joven, con no más de veinte de años, y además pronto moriría. Lo dejó pasar.
–El mudo hizo
sonar el cuerno tres veces. Vosotros tres sólo lo haréis una. Puede que muráis,
puede que no. Todos los hombres mueren. La Flota de Hierro está navegando
hacia la batalla. Muchos en esta misma nave estarán muertos antes de que se
ponga el sol, apuñalados o acuchillados, destripados, ahogados, quemados vivos;
sólo los Dioses saben quiénes de nosotros estará aquí cuando venga la mañana.
Haz sonar el cuerno y vive y yo te haré un hombre libre; a uno, a dos o a los
tres. Os daré esposas, una porción de tierra, una nave para navegar, esclavos
propios. Los hombres conocerán vuestros nombres.
–¿Incluso usted,
Señor Capitán?– le preguntó el Bastardo del Bastardo.
–Sí.
–Yo lo haré
entonces.
–Y yo– dijo el Chico.
El Bruto
cruzó sus brazos y asintió.
Si eso hacía que
los tres se sienten más valientes y creyeran que tenían alguna opción, permitámosles
aferrarse a eso. Victarion se preocupaba poco de lo que creyeran unos
esclavos.
–Navegaréis
conmigo en la Victoria de Hierro, -les dijo,- pero no os uniréis a la
batalla. Chico,
eres el más joven, tú harás sonar el cuerno primero. Cuando llegue el momento
lo harás soplar larga y ruidosamente. Dicen que eres fuerte. Sopla el Cuerno
hasta que estés demasiado débil para mantenerte en pie; hasta el último aliento
que puedas sacar de ti, hasta que tus pulmones estén ardiendo. Haz que te oigan
los libertos en Meereen, los esclavistas en Yunkai,
los fantasmas en Astapor. Haz que los monos se caguen encima a causa del
sonido cuando llegue a la Isla de los Cedros. Entonces pasas el cuerno al próximo
hombre. ¿Me has oído? ¿Entiendes qué debes hacer?
El Chico y el
Bastardo del
Bastardo tiraron de un mechón de su pelo; el Bruto
habría hecho lo mismo, pero era calvo.
–Podéis tocar el
cuerno. Ahora iros.
Se marcharon uno
tras otro, los tres esclavos y después Moqorro. Victarion
no le permitiría llevarse el cuerno infernal.
–Lo guardaré
aquí conmigo hasta que sea necesario.
–Como ordene.
¿Necesitará que lo sangre?
Victarion
asió a la mujer oscura por la muñeca y la tiró hacia él.
– Ella lo
hará. Ahora vete a orar a tu dios rojo. Enciende tu fuego y dime lo que ves.
Los ojos oscuros
de Moqorro parecieron brillar.
-Veo dragones.
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