martes, 11 de octubre de 2022

La casa del dragón 1x08: El señor de las mareas

Los Siete Reinos se acercan al abismo, por mucho que un envejecido Viserys se haya esforzado en evitarlo. El anciano rey Targaryen ha tratado una última vez de imponer una paz y una concordia que ha acabado por demostrarse ficticia, el mero sueño de un hombre cansado que pocos de sus descendientes van a ser capaces (o van a tener la intención) de mantener. Las envidias, ambiciones, odios y malentendidos han acabado por hacer imposible la convivencia de las dos ramas principales de la casa Targaryen y el último episodio de La casa del dragón nos ha dejado una magistral fiesta de la falsedad y del fingimiento para despedir a un rey que ha buscado la conciliación y la unión por todos los medios posibles.


En este 1x08 titulado ‘El señor de los mareas’ nos ha dejado además el último gran salto temporal que tendremos en la serie, situándonos unos diez años después del capítulo previo y poniendo en tensión a los bando de los negros y los verdes por la posible sucesión de la casa Velaryon. En este nuevo capítulo La casa del dragón vuelve a alejarse de lo que nos cuenta Fuego y sangre para desarrollar por libre ciertos sucesos, con el fin de crear un nudo narrativo lo suficientemente interesante para sustentar la gran reunión familiar de los Targaryen en Desembarco del Rey. En mi opinión, ha sido todo un acierto y nos deja el capítulos más redondo y potente de esta primera temporada, que vuelve a aprovechar de la fuerza de sus personajes y no tiene que recurrir a grandiosas escenas de acción o lucha de dragones para mantenernos con los ojos bien pegados a la pantalla.

Y es que la enfermedad de Corlys Velaryon ha vuelto a sacar a la palestra la bastardía de los hijos de Rhaenyra, esa amenaza constante para la heredara del Trono de Hierro. También es la ocasión para que los verdes de la reina Alicent hayan tratado de atraerse a su bando a la flota más importante de los Siete Reinos. Una lucha soterrada por el poder, por lograr los apoyos suficientes para sustentar así el posible ascenso a ese afilado y aterrador Trono que ambicionan tanto Rhaenyra para ella misma como Alicent para su descendiente primogénito. Y eso, a pesar de la terrible carga que supone tal legado, como nos muestra de una forma descarnada Rhaenyra en el triste reencuentro con su padre.

Un momento que junto con la revelación de que la heredera no intentó asesinar a Laenor me ha alegrado mucho presenciar en pantalla, porque sirven para devolver la humanidad a una Rhaenyra que en ciertos momentos de capítulos previos se había mostrado mucho más fría y calculadora. A ello podemos sumarle su intento último de cerrar las heridas abiertas con Alicent, durante esa cena familiar que ha reunido en una misma mesa a aquellos que con tanta facilidad han fingido una pacífica convivencia ante el rey pero no han dudado en atacarse cuando este ha desaparecido de escena. Solo Rhaenyra y Alicent han tratado de mantener una paz que por lo que parece va a acabar naufragando por culpa del poder de una profecía apenas entendida y mal dirigida. 


Y es que como decía antes en este nuevo capítulo La casa del dragón se aparte una vez más de Fuego y sangre para crear sus propios momentos de tensión, su propia trama, consiguiendo el éxito que busca. Es el caso de esta pugna por la posible sucesión de Corlys Velaryon de la que somos testigos, de la intervención del propio rey Viserys para tomar partido en una escena entre patética y heroica, o de ese Daemon que vuelve a tomarse la justicia por su mano. Con sus cambios y modificaciones ha servido para dejarnos una gran escena que ha desnudado el intento fracasado de los verdes de fortalecer su bando, su enésimo intento de sacar a la palestra la “traición” de Rhaenyra al engendrar a sus bastardos, y sobre todo para darle un último momento de lucimiento a un rey Viserys que ha tratado de imponer su fuerza de voluntad. Una lucha tanto sobre su propio cuerpo decrépito como sobre una familia y un reino que se le escapan de las manos, como lleva haciendo desde los primeros compases de esta temporada. Una vez más, todo ha acabado en sangre derramada y muerte, marcando el infausto destino que les aguarda a todos los que se opongan a la voluntad del que se siente en el Trono.

Pero si tengo que quedarme con algo de todo lo que nos deja este capítulo sería con el momento de la gran cena familiar. Una auténtica fiesta del fingimiento, con todos tratando de mantener la agradable ficción de una conciliatoria reunión de parientes y no de bandos irreconciliables. Todo ello ha servido para un último y desesperado intento del rey Viserys de llamar a la unión de sus descendientes, con un patético y emotivo monólogo cargado de razón pero que todos sabemos bien que acabará cayendo en oídos sordos.

Y es que solo hace falta que el rey se retire de escena para que le aparente calma se desvanezca. El insulto y la tensión regresan a escena en los miembros más jóvenes del linaje, envenenados ya por toda una vida viviendo bajo las guías de sus respectivas madres. Todo ello sirve para que los hijos de Alicent nos resulten mayormente odiosos con ese Aegon violador y depravado, con ese Aemond inflado de fría prepotencia (en un reflejo casi perfecto del canalla Daemon). Frente a ellos los hijos de Rhaenyra se nos muestran llenos de una nobleza más humana y cercana, con los que es más fácil empatizar ante lo poco agradable de su situación. En definitiva, una excelente puerta de presentación para los que serán ya los actores definitivos que interpretarán a estos jóvenes príncipes para lo que resta de La casa del dragón.

Finalmente, cuando Rhaenyra y Alicent se despiden de la forma más amistosa posible lo que nos podría parecer un buen augurio para le futuro acaba agriándose de una forma totalmente inesperada. Porque en uno de esos giros que separan la serie de Fuego y sangre, vuelve a resurgir la profecía de la Canción de hielo y fuego, del príncipe que fue prometido, para demostrarse de importancia central en el destino que le aguarda a los Siete Reinos, aunque sea por culpa de la casualidad y del error de interpretación. Y es que ese es el peligro de toda profecía: que todo el mundo cree que le habla a uno mismo.

Esto es lo que le acaba sucediendo a una Alicent que ha creído interpretar en los murmullos de un hombre agonizante y confundido una decisión, una confesión que la carga con un legado que no debería ser suyo. Esto será, se intuye, lo que la mueva finalmente a convertirse en decidida defensora de los derechos de su primogénito Aegon como futuro rey, aunque para ello haya que arrastrar a todos los Siete Reinos a la guerra, al fuego y la sangre.

El octavo capítulo de La casa del dragón ha servido de despedida del rey Viserys, cuyo cuerpo decrépito y moribundo se ha convertido en metáfora de la paz que ha tratado de mantener en los Siete Reinos. Su último esfuerzo para salir en defensa de la que siempre ha considerado su legítima heredera ha acabado en una reunión familiar tan agradable ante sus cansados ojos como falsa en su fondo. Con los bandos de los verdes y los negros firmemente formados, con sus jóvenes miembros preparados para violencia, tanto el emocionado discurso de concordia del anciano rey como las palabras de acercamiento de Rhaenyra y Alicent acabarán barridas por el viento de la disputa. Todo ello en el que se coloca como el mejor capítulo de la temporada con un grandioso Paddy Considine que se corona con su memorable rey Viserys, que se despide por la puerta grande de La casa del dragón y que nos dejará un vacío que no solo costará llenar sino que además sumirá los Siete Reinos en el momento más oscuro y peligroso de su historia.




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2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo, capitulazo. Voy a dejar yo también a un lado los cambios con respecto al libro, porque cuando se consigue hacer un capítulo en el que la gente "sólo" habla y se pasa tan rápido, es que está bien hecho. Lo que ha conseguido el señor Paddy también es difícil, un papelón haciendo de rey que no destaca por nada en la vida, al que todos ningunean, que hace que no apetezca nada ser rey y que, en este último capítulo, ha conseguido que se me haya hecho agotador llegar al trono. Un gran actor. Por cierto, me gustaría saber qué hace Sir Criston para conservarse tan bien mientras los demás van haciéndose mayores ;-)

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    1. Si, hay algunos personajes que tienen una genética que ya quisiera yo para mí, ese Daemon y ese Criston son inmortales. Bromas aparte, creo que podrían haber hecho algo más para aparentar el paso del tiempo aunque mantengan los mismos actores. Seguro que Criston con una barba más poblada o algo así aparentaría unos años más, o serviría para decirnos que el tiempo también pasa para él.

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