martes, 25 de octubre de 2022

La casa del dragón 1x10: La reina negra

El final de la primera temporada de La casa del dragón nos va a dejar huérfanos, al menos hasta 2024, de las luchas entre Targaryen por el deseado Trono de Hierro. Los bandos de los verdes y los negros, que a lo largo de los diez episodios que conforman esta temporada han ido agrandando sus diferencias, afilando sus armas y finalmente haciendo estallar el conflicto, se despiden de nosotros bien cargados heridas (físicas y emocionales) y deudas pendientes. La sangre y el fuego anegarán los Siete Reinos, y el primer adelanto de la brutal guerra civil de la Danza de los dragones nos llega en este último capítulo de la temporada, que sin ser el más potente y el mejor de la nueva serie de HBO  sin duda nos despide con muy buen sabor de boca.

Al igual que el episodio previo transcurría totalmente en Desembarco del Rey, este décimo y último episodio que lleva por título ‘La reina negra’ ha restringido casi toda su acción a Rocadragón. Solo escapa de esta localización isleña un último y trágico momento, del que hablaré más abajo, pero la fortaleza refugio de la casa Targaryen se ha convertido en el lugar donde Rhaenyra recibe de forma inesperada las noticias más dolorosas: la muerte de su padre y la coronación de su hermanastro.


La revelación de la traición de la coronación de Aegon II, traída por Rhaenys, hace que el parto de Rhaenyra se adelante con trágico desenlace. El aborto de la no nata Visenya deja una nueva y profunda herida en una atribulada Rhaenyra en el peor momento posible, cuando tiene que lidiar con la decisión más importante de toda su vida. Y es que la noticia de la coronación de Aegon significa que a los negros solo quedan dos opciones: hincar la rodilla o plantar cara para defender la legalidad de la sucesión elegida por Viserys I.

Defensor acérrimo de lo segundo es el príncipe Daemon, convencido de que su hermano el rey fue asesinado, y que empieza a preparar a sus fuerzas para repeler cualquier ataque por parte de los verdes. Algo que no puede sorprendernos, después de lo que hemos visto del personaje a lo largo de toda la temporada (un Daemon siempre listo para saltar a la yugular del enemigo, porque es un guerrero que la única solución que ve ante sus ojos es la espada y los dragones); lo que resulta mucho más inesperado (y más desagradable) es como el príncipe dragón está dispuesto a amenazar con la fuerza física a su propia esposa, demostrando una vez más que en la serie de HBO nos están ofreciendo una visión mucho más oscura y despiadada del personaje de Daemon que la que traslada Fuego y sangre.


El funeral por la pequeña Visenya se ha acabo convirtiendo en una coronación inesperada con la llegada de la corona de Viserys. Un acto mucho más austero, sombrío y triste que la grandiosa ascensión de Aegon II que vimos el capítulo previo. Sin duda, los guionistas no dejan nada al azar, ya que ambas escenas de coronación resuenan con los ecos de las personalidades de los nuevos reyes: por una parte ese engreído y vanidoso Aegon, por el otro esta trágica y cavilosa Rhaenyra.

Y es que si algo nos deja esta primera temporada es una Rhaenyra que brilla especialmente en sus actos y comportamientos. Una joven que ha ido creciendo con la conciencia de la responsabilidad que recae sobre sus hombros (como heredera y como guardiana de la profecía de la Canción de hielo y fuego). A lo largo de los diez capítulos hemos visto a una princesa inteligente, que ha sido criada y educada para ser la reina de todos sus súbditos y que busca el menor derramamiento de sangre (aunque las circunstancias y muchos de los consejeros/parientes que la rodean jueguen en su contra).


Porque aunque se nos hace notar que las fuerzas de Rhaenyra gozan de una superioridad que parece abrumadora en cuanto al número de dragones que poseen (14 frente a los 3 de los verdes), en cambio los soldados que tiene para respaldar su posición no son tantos como sería deseable. Por eso el corazón del episodio es la búsqueda de aliados por todos los Siete Reinos que refuercen a Rhaenyra en su reclamación, con las casas Baratheon, Stark, Arryn y Tully como principales objetivos de los negros.

Y es que afortunadamente para ellos el mar por ahora les pertenece, ya que los Velaryon se muestran finalmente leales a Rhaenyra. A pesar de que en la serie han cambiado muchos elementos de su relación respecto a como se narraba Fuego y sangre, por lo que tienen más que reprocharle al bando de los negros, tanto Corlys como Rhaenys se colocan del lado de su pariente para enfrentarse a los verdes y reclamar el Trono de Hierro.

Unos verdes que en este capítulo han realizado uno de los movimientos con menos sentido de toda la temporada. Y es que la mismísima Mano del rey ha acudido a Rocadragón para presentar los ‘generosos’ términos de Aegon II, con una guardia personal poco significativa. Los guionistas han querido jugar con nosotros, dándonos un codazo con una escena que refleja en el mismo lugar el enfrentamiento entre Daemon y Rhaenyra con Otto Hightower que vimos en los primeros compases de la serie. Lo que no tiene es ningún sentido argumental, porque aunque asesinar a Otto Hightower (como quiere Daemon) hubiera sido excesivo, lo que el espectador no puede entender es que no lo tomen como rehén, que parece el movimiento más inteligente dado el equilibrio de fuerzas existente y las intenciones de Rhaenyra. Sin duda un borrón en el desarrollo del capítulo, que visto en retrospectiva me parece muy poco afortunado.


Dejando este encuentro que no ha tenido ningún resultado, Rhaenyra se lanza a enviar mensajes en busca de aliados. Que sean
sus hijos montados en dragones los que busquen la alianza es tanto una manera de darle importancia a la petición como de convertirlo en una amenaza poco velada. Una jugada que se vuelve trágicamente en contra de los negros cuando el joven Lucerys Velaryon choca de frente con el orgullo de los Baratheon, en una fría y distante recepción en Bastión de Tormentas. Y como si no fuera suficiente desafío para un chaval pedir la ayuda de un hombre rudo y destemplado, allí está también el frío y desalmado Aemond el Tuerto.

La revancha por los sucesos del pasado salta ahora a primer plano, con un Aemond que reclama un ojo por ojo que no tiene nada de figurado. Solo el papel de Luke como mensajero le salva de tener que luchar por su vida espada en mano, pero esto solo sirve para posponer el enfrentamiento y hacerlo todavía más brutal al convertirlo en la primera muestra del “danzar” de los dragones en los cielos de Poniente.

Entre relámpagos y lluvia al final todo se reduce a dos jóvenes impulsivos tratando de manejar armas mortales, bestias descomunales que se dejan llevar por sus instintos animales. Si algo nos deja claro este episodio final de la temporada es que los Targaryen están jugando con un poder que nadie puede controlar. Como dice en otra escena de este mismo episodio Rhaenyra, con los dragones “todo arde” y son sus jinetes los primeros en probarlo.


Cuando
Aemond se lanza a este juego mortal sin duda no esperaba un desenlace tan brutal, pero con su comportamiento imprudente e irreflexivo ha derramado la primera sangre real (y de un pariente, lo que lo convierte en doblemente maldito en el mundo de Poniente). El joven que quería cobrarse revancha por la herida que porta descubre que ser un jinete de dragón tan monstruoso como Vaghar no es ningún juego; la muerte de su joven pariente Luke lo hace ganar muchos puestos en su escalada para convertirse en el más odiado de los espectadores. Pronto tendrá más competidores, seguro.

Y es que todo esta escena sobre los cielos de Bastión de Tormentas sirve para dejarnos con un desenlace que tira por tierra todo posible intento de Rhaenyra por salvar la situación con el menor derramamiento de sangre. El dolor y la ira en el rostro de la reina negra prometen que el fuego y la sangre caerán sobre los Siete Reinos en una segunda temporada de la serie que se espera que llegue en 2024.




EN CONCLUSIÓN: La adaptación de La casa del dragón de parte de lo que nos cuenta Fuego y sangre se salda con una nota excelente, con una primera temporada que con sus cambios y modificaciones sobre lo narrado por George R. R. Martin logra capturar el espíritu y el tono de los personajes y sus luchas. Los Siete Reinos de Poniente vuelven a atrapar al espectador como lo hacían las primeras temporadas de Juego de tronos, con protagonistas que no dejan indiferentes gracias tanto a sus noblezas como sus iniquidades, sus luces y sus sombras. 

Una temporada con un trabajo de producción tan cuidado que deslumbra por la belleza de sus vestimentas y localizaciones (muchas de ellas rodadas en los hermosos cascos antiguos de las localidades extremeñas como Cáceres y Trujillo). En el recorrido de estos primeros diez capítulos me quedo en especial con las interpretaciones de los actores que encarnan a Viserys I (Paddy Considine), la joven Rhaenyra (Milly Alcock), la adulta Alicent (Olivia Cooke), la princesa Rhaenys (Eve Best) o el príncipe Daemon (Matt Smith), así como algunas de las últimas incorporaciones, con un papel más reducido, como son Aegon II (Tom Glynn-Carney) o Aemond el Tuerto (Ewan Mitchell). Siendo algunos de ellos profundamente diferentes a como los retrataban las páginas escritas por Martin, no obstante en la serie demuestran una vida propia que atrapa el interés del espectador, ganándose su amor o su repulsa.

Queda por ver como se desarrolla la próxima temporada de La casa del dragón, en la que tendrá un peso mayor la acción al meternos de lleno en los combates y enfrentamientos de la Danza de los dragones. En cualquier caso, será un placer poder volver a volar sobre los Siete Reinos a lomo de dragón en esta palpitante adaptación en pantalla de uno de los mundos fantásticos más ricos y fascinantes.



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