miércoles, 3 de abril de 2019

Prólogo de The God is Not Willing de Steven Erikson

Ilustración de Jared Shear.

Steven Erikson ya trabaja en la que será su nueva trilogía de Malaz, una secuela directa de su decalogía del Libro de los Caídos. La trilogía del Testigo nos llevará alrededor de una década después de los sucesos de El Dios Tullido, y el escritor canadiense ya ha empezado a adelantarnos algunos datos de su próxima obra. Su títulos será The God is Not Willing (El dios no está dispuesto) todavía no está terminada y aunque no hay fecha oficial para su publicación, la web de la editorial tiene como posible fecha de salida agosto de 2020.
Para aligerar la espera ya tenemos un par de interesantes textos. A mediados de marzo Erikson nos trajo un extenso ensayo sobre su forma de acercarse a esta nueva trilogía y su enfoque sobre su protagonista principal (lo podéis leer traducido aquí: Pisando terreno peligroso). También nos había ido mostrando los epígrafes que abrían varios de sus capítulos, que ya os traje traducidos en esta entrada o en esta otra. Y ahora, tal y como adelantó haces unos días Erikson en su facebook oficial, nos trae el prólogo completo de la novela.
Aunque lo ideal es haber leído completa la decalogía completa de Malaz antes de empezar este prólogo, me ha parecido una buena idea traducirlo ya. Al tratarse del inicio del nuevo libro malazano, he preferido contactar antes con el propio Erikson para pedirle permiso para traducirlo; como es habitual en el autor, muy amablemente ha accedido, por lo que no puedo más que agradecérselo desde aquí.
Por supuesto la traducción es mía y nada oficial, sin ánimo de lucro y solo para que los fans puedan disfrutarla. Os la dejo a continuación, y al final haré unos breves apuntes sobre lo más interesante. [También podéis descargarlo en formato PDF desde este enlace]



PRÓLOGO
Cordillera del Paseo Divino, Noroeste de Genabackis, territorio de los teblor.

El ascenso había durado seis días. Al mediodía del séptimo, llegaron a la cima de la escarpa que flanqueaba la pared de hielo casi vertical que había estado a su izquierda durante los últimos dos días. La cara de esa pared había sido destrozada por deshielos pasados, pero a esta altura el invierno todavía se apoderaba de las montañas, y los vientos que giraban y caían desde arriba estaban helados de escarcha, sangrando arco iris a la luz del sol.
La cima del acantilado era una cresta inclinada e irregular, apenas lo suficientemente nivelada para que los cuatro teblor se mantuvieran en pie. El viento aullaba a su alrededor, arrastrando las correas sueltas de las armas y haciendo ondear las pieles que todos llevaban. Ese viento los empujaba periódicamente, como si estuviera indignado por su audacia. Estas alturas y este mundo no les pertenecían. El cielo estaba demasiado cerca, el aire era demasiado tenue.
La viuda Dayliss de los teblor se apretó la capa de piel de lobo sobre los hombros. Ante ellos, la pendiente caía en un empinado y rocoso descenso a una masa de hielo roto, arena y nieve que bordeaba la costa como un muro defensivo.
Desde donde se encontraban, podían ver más allá de esa barrera de dientes de sierra, hacia el lago mismo. Bloques de hielo se elevaban como islas, rompiendo la superficie cubierta de nieve del lago. Algunas de esas islas se amontonaban como fortalezas, como si cientos de tiranos lucharan para gobernar este vasto imperio de agua congelada.

Nadie estaba todavía listo para hablar. La viuda Dayliss levantó la vista y entrecerró los ojos hacia el norte, donde presumiblemente el lago llegaba a su fin. Pero todo era blanco a lo largo de esa inmensa distancia. Flotando como nubes vagas por encima de esta blancura se encontraban los picos más altos de la cordillera, y las vertientes orientadas al sur estaban desnudas de nieve. Su sola visión era espantosa. La viuda Dayliss se volvió hacia el joven caudillo a su derecha.
Todavía la sobresaltaba encontrar a un rathyd acompañándolos, como si mil años de enfrentamientos y asesinatos no significaran nada, o al menos no lo suficiente para evitar que este caudillo se aventurara entre los uryd, para buscar guerreros que lo acompañaran a este lugar. .
Todo estaba cambiando. Ella lo estudió por un momento más, y luego dijo: 
—Tu gente podría verlo, entonces.
Elade Tharos estaba apoyado en su espada a dos manos de palosangre, su punta atascada en el hielo vidrioso que llenaba una grieta en la piedra a sus pies.
—En los campamentos altos de verano —dijo, asintiendo.— Las Caras Blancas ya no eran blancas.
Había habido pocos uryd, después de haber escuchado la historia de Elade, que llegaran a comprender el significado de estas noticias. El ritmo de la vida era lento, el ritmo medido de las estaciones. Si había sido más frío el invierno pasado, bueno, había sido más cálido el invierno anterior a ese. Si el deshielo llegaba a tiempo; si extrañas corrientes de aire caliente soplaban desde las alturas del norte; si la nieve caía día tras día, lo suficientemente profunda como para enterrar a un teblor; si los bosques mismos llegaban ahora más alto en cada lado de la montaña, mientras que los árboles mucho más abajo morían a causa de las sequías y la pestilencia... bueno, así como uno elige un pastizal diferente cada verano, así también las formas de los teblor cambiarían, se adaptarían y se acomodarían.
Estas noticias, murmuraron, no era algo que temer. Oh, tal vez los rathyd (esos pocos asentamientos que quedaban, en sus lugares remotos y ocultos, escondidos de los hambrientos esclavistas del sur), se habían convertido en lactantes del miedo de una perra golpeada, y ahora empezarían a ensombrecer el cielo...
Tales palabras deberían haber oscurecido el rostro de Elade Tharos. En cambio, había sonreído, mostrando los dientes en un gruñido silencioso. Tomando un largo y lento aliento, dijo entonces:
—Los niños esclavistas están todos muertos. ¿O no has creído ni siquiera esos rumores? ¿No tiene mi nombre ningún significado aquí? Soy Elade Tharos, caudillo de todos los sunyd y rathyd. Caudillo de los libres y de los que una vez fueron esclavos. Las cabezas de un millar de niños esclavistas ahora señalan nuestro victorioso camino de regreso a nuestro hogar, cada uno de ellos en una lanza sunyd o rathyd. —Hizo una pausa, el desprecio brillando feroz en sus ojos grises.— Si tengo que hacerlo, buscaré algunos guerreros phalyd para este viaje al norte...
Y eso bastaba. Después de todo, ¿qué historia llevaría Elade Tharos a los odiados phalyd? "Los uryd huyeron a sus chozas y no me escucharon..." Incluso sin comprensión, ahora no quedaba otra opción, porque el orgullo era el señor de todos los guerreros.
Este caudillo de los rathyd podía ser joven pero no era tonto.
—Las nieves eternas se han desprendido —dijo Karak Thord.— En sí mismo algo imposible.
Su semblante era de preocupación, pero no estaba mirando las distantes montañas. Estaba mirando el lago.
—La pregunta, entonces, de a dónde fueron, ha sido contestada aquí. —Karak se volvió hacia Elade.— ¿Y este valle inundado? ¿Alguna vez ha estado así?
—No, Karak de los uryd. Una vez hubo un río, sí, que corría claro y frío sobre piedras redondeadas, guijarros y arena. Un lugar donde se recogía oro en las aguas poco profundas. Para cruzarlo, no más profundo que la cadera.
—¿Cuándo fue eso? -preguntó Karak Thord.
—En la época de mi padre.
Hubo un resoplido de la otra mujer entre ellos.
—¿Has curioseado en sus recuerdos, caudillo, para adivinar en qué siglo fue la última vez que visitó este lugar?
—No, Tonith de los uryd, no lo he hecho, porque él está muerto. Comprende que mi línea familiar ha tenido durante mucho tiempo el privilegio de recolectar el oro. Recorrimos los limites más profundos de la cordillera, de una forma que ningún otro teblor hizo. Todo el oro que se intercambiaba entre los teblor fue encontrado por mi familia. —Hizo una pausa por un momento y luego se encogió de hombros.— Debía haber continuado, por supuesto, y por eso mi educación comenzó temprano. Luego vinieron los esclavistas y nos expulsaron del sur, a aquellos que escapamos. Y cuando por fin nos creímos seguros, nos atacó un grupo de asaltantes teblor. Entonces, mi padre fue asesinado.
La viuda Dayliss estudió de nuevo al caudillo. De pronto su boca estaba seca.
—Los asaltantes, caudillo, eran uryd.
—Lo eran —respondió sin apenas inflexión.
Karak Thord ahora miraba a Elade con los ojos muy abiertos.
—Mi pariente...
—Así es, —dijo Elade.— No fue difícil enterarse de sus nombres. Después de todo, ¿los uryd no cantan todavía a Karsa Orlong, Delum Thord y Bairoth Gild? —Dirigió la mirada hacia Dayliss.— Y tú, viuda, cuyo hijo nació de la semilla de Bairoth. ¿No estás ahora entre los nuevos creyentes del Dios Hastiado?
—Sabes demasiado de los uryd, —respondió ella, el filo de una espada flotando ahora bajo sus palabras.
Elade se encogió de hombros. Pareciendo despedirlos a todos junto con el tema de su conversación, el caudillo fijó su atención una vez más en el lago congelado.
—Mirad bien, —dijo.— Ante nosotros no se encuentra un lago, sino una ensenada. Más allá de las montañas del Paseo Divino, donde una vez se extendía la tundra, ahora hay un mar. Las tierras altas al oeste lo protegen del océano. Hacia el este, se extiende a lo largo de un tercio del continente . —Se detuvo abruptamente e inclinó la cabeza.— ¿Qué sé de este continente? Más que cualquiera de vosotros, estoy seguro. Os imagináis en un mundo pequeño, estas montañas y valles, las planicies directamente al sur y más allá de eso, un mar. Pero no es el mundo lo que es pequeño, es el conocimiento de los teblor.
—¿Pero no el tuyo?
El tono de Tonith Agra era áspero, susurrando un miedo que ocultaba con el desprecio.
—Los que una vez fueron esclavos tenían mucho que decir. Todo lo que sabían sirve para iluminar. Y, he visto los mapas. —Ahora se volvió en redondo.— El muro de hielo retiene el mar. Hemos ascendido con él a nuestro lado estos últimos dos días. Hemos visto sus grietas, su decadencia. Hemos visto las antiguas bestias una vez atrapadas en él, con nudos de pelaje sucio cubriendo la cara del acantilado. Surgen más con cada primavera, mostrando cóndores y cuervos e incluso los Grandes Cuervos. El pasado ofrece una generoso festín para los carroñeros. Y, sin embargo, —agregó—, verlo es ver el futuro. Nuestro futuro.
La viuda Dayliss había comprendido el significado de los picos de las montañas desnudos. El invierno del mundo se estaba acabando. Ella también había entendido el propósito de este viaje. Para descubrir a dónde había ido el agua del deshielo. Para ver por qué no había llegado a los niveles más bajos, donde la sequía todavía los acosaba cada verano. Ahora sabía la verdad.
—Cuando esta presa de hielo se rompa...
Pero el caudillo Elade Tharos no era uno de los que cedía la palabra.
—Cuando esta presa de hielo se rompa, guerreros de los uryd, el mundo de los teblor terminará.
—Has hablado de un mar, —dijo Karak Thord.— Contra eso, ¿a dónde podemos huir?
Ahora Elade Tharos sonrió.
—No he ido solamente entre los uryd. He estado en otras partes, y antes de que termine, tendré a todos los clanes de los teblor conmigo.
—¿Contigo? —preguntó Tonith.— ¿Qué nos harías jurar? ¡El gran caudillo rathyd, el Libertador de los esclavos sunyd y rathyd, el Asesino de los Mil Niños del Sur! ¡Elade Tharos! ¡Claro que si! ¡Ahora nos llevará a una guerra contra una inundación que ni siquiera los dioses podrían detener!
Giró la cabeza, como si viera a Tonith Agra por primera vez. Desde luego, había habido pocas palabras entre ellos desde que abandonaron el asentamiento de los uryd.
—Tonith Agra, tu miedo muestra su patrón bajo una piel muy fina, y cada palabra que pronuncias es su golpe frágil. —Levantó una mano cuando ella agarró su espada de palosangre.— Escúchame, Tonith Agra. El miedo nos acecha a todos, y cualquier guerrero que niegue eso es un tonto. Pero escucha bien. Si debemos sentir el viento helado del terror, entonces tengámoslo a nuestras espaldas.
Esperó.
La viuda Dayliss hizo un sonido, incluso ella no pudo describir lo que significaba. Luego, negó lentamente con la cabeza.
—Te sientes en la estela del Dios Hastiado, ¿verdad? En su sombra. El rathyd cuyo padre cayó bajo la espada de palosangre de Karsa. O de Delum, o Bairoth. Así que ahora, saldrías de esa sombra. Y la gloria de lo que liderarás empujará al Dios Hastiado a la cuneta.
Elade Tharos se encogió de hombros.
—Aquí está la gloria que busco, viuda Dayliss, y si el Dios Hastiado debe jugar un papel en ella, será al final de mi espada de palosangre. Tonith Agra tiene razón: no podemos librar una guerra contra una inundación. El agua llegará. Nuestras tierras se inundarán. Pero la inundación de las tierras de los teblor es solo el nacimiento de la riada. ¿Aún no lo entiendes?
Ella asintió.
—Oh, sí, caudillo Elade Tharos. Esa inundación bajará de nuestros dominios. Inundará todas las tierras del sur. Donde habitan los niños esclavistas. Los destruirá a todos.
Sacudió la cabeza.
—No, no lo hará. Lo haremos nosotros.
De repente, el arma de Karak Thord estaba fuera. Se plantó frente a Elade Tharos y luego se arrodilló, levantando su espada de palosangre entre ellos, paralela al suelo y descansando sobre sus palmas hacia arriba.
—Soy Karak Thord de los uryd. Guíame, caudillo.
Sonriendo, Elade tocó la hoja.
—Lo haré.
Un momento después, Tonith Agra hizo lo mismo y, a pesar de su enfrentamiento tan recientemente revelado, el caudillo la aceptó sin reparos, sin siquiera un momento de vacilación.
La viuda Dayliss miró hacia otro lado, aunque sabía que el rathyd se había vuelto hacia ella y la esperaba expectante. Ella no quería ni podía negarlo. Un calor salvaje ardía en sus venas. Su corazón latía con fuerza. Pero  se mordió la lengua, el tiempo suficiente para mirar hacia el lejano sur.
, —murmuró Elade Tharos, repentinamente a su lado—. Antes del agua, debe haber fuego.
—Tal vez fue mi esposo quien mató a tu padre.
—No fue él. Con mis propios ojos vi a Karsa Orlong derribarlo. Solo yo entre los hombres de los rathyd sobreviví al ataque.
—Ya veo.
—¿De verdad? —preguntó.— Dime, ¿dónde está este Dios Hastiado? ¿Ha regresado Karsa Orlong a su tierra natal? ¿Ha venido a reunir a sus parientes de sangre, a sus nuevos seguidores? ¿Ha empezado la gran guerra contra los niños del sur? No. Ninguna de estas cosas. Dime, viuda Dayliss, ¿por qué te aferras a una falsa esperanza?
—Bairoth Gild eligió estar a su lado.
—Y murió por ese privilegio. Te aseguro —dijo Elade— que yo no  descuidaría tanto a mis seguidores juramentados.
Ella resopló.
—¿Ninguno caerá? ¿Qué clase de guerra imaginas, entonces? Cuando viajemos al sur, caudillo, ¿no nos pintaremos las caras de negro, gris y blanco?
Sus cejas se alzaron.
—¿Para buscar nuestras propias muertes? Viuda Dayliss, tengo la intención de que ganemos.
—¿Contra el sur? —Los demás escuchaban, observando.— Dices que has visto los mapas. Yo también, cuando la primera hija de Karsa regresó a nosotros. Elade Tharos, no podemos derrotar al Imperio de Malaz.
Elade se echó a reír.
—Eso sería sobrepasar mi ambición, —aseguró.— Pero esto te digo: el control imperial sobre Genabackis es más débil de lo que piensas, especialmente en las tierras de los Genabarii y los Nathii.
Ella sacudió su cabeza.
—Esa distinción no marca ninguna diferencia. Para llevar a nuestro pueblo al sur, para encontrar un lugar en el que vivir que esté más allá de las inundaciones por venir, tendremos que matarlos a todos. Malazanos, Nathii, Genabarii, Korhivi.
—Es cierto, pero son solo los malazanos los que han unido a todas esas personas en un solo enemigo, en los campos de batalla. Donde los encontraremos y los aplastaremos.
—Somos incursores, Elade Tharos, no soldados. Además, somos muy pocos.
Él suspiró.
—Tus dudas no me desaniman, y daré la bienvenida a tu voz en el consejo de guerra. ¿Somos muy pocos? Sí. ¿Estaremos solos? No.
—¿Qué quieres decir?
—Viuda Dayliss, ¿harás el voto? ¿Mantendrás en alto tu espada de palosangre para recibir mi toque? Si no, entonces nuestras palabras deben terminar aquí y ahora. Después de todo, —dijo con una suave sonrisa—, todavía no estamos en un consejo de guerra. Preferiría, cuando tengas dudas, que dieras tu voz a todos aquellos que las comparten pero que permanecerán en silencio.
Ella sacó su arma.
—Lo haré, —dijo ella.— Pero entiéndeme, Elade Tharos. Las hijas de Karsa Orlong han viajado desde nuestras tierras hasta donde encontrarán a su padre, el Dios Hastiado. Lo han hecho muchas veces.
—Sin embargo, él no hace nada.
—Elade Tharos, —respondió ella—, pero él respira profundamente.
—Entonces espero escuchar su grito de guerra, viuda Dayliss.
Espero que no. Pero ella guardó silencio. Y luego se acomodó sobre una rodilla y levantó su hoja de madera.
—Soy la viuda Dayliss, de la uryd. Guíame, caudillo.
El sol había alcanzado su punto más alto del día. Desde la vasta ensenada congelada del mar interior envuelto en niebla, los crujidos rompieron el silencio. Empezaba el deshielo. Desde la pared de hielo, ahora a su derecha, había una corriente retumbante de agua, en algún lugar detrás de las columnas de hielo verde y azul. Era el mismo sonido que habían notado cada tarde durante el ascenso, cuando el calor estaba en su punto máximo.
En los límites del sur, los clanes se sentirían complacidos con esta avalancha de escorrentía estacional. Este verano, dirían, la sequía terminará. ¿Lo veis? No había nada de qué preocuparse en absoluto.
Pronto, sabía ella, esos asuntos insignificantes perderían su relevancia. Cuando el caudillo fuera entre ellos. Trayendo con él la promesa de retribución contra los odiados niños del sur. Trayendo con él la promesa de la guerra.
Cuando por fin él tocó su espada y expresó las palabras de aceptación, ella se enderezó y extendió una mano.
—Consideremos este nuestro primer consejo de guerra.
Karak Thord dijo:
—Dayliss, esto no es...
—Pero lo es, —lo interrumpió ella. Buscó los ojos de Elade.— Caudillo. Hay un secreto sobre el que los cuatro debemos estar de acuerdo, un silencio que debemos prometer no romper.
—¿Qué secreto? —exigió Tonith.
Ella sostuvo su mirada con el caudillo.
—Lleva a todos los clanes de los teblor la promesa de una guerra contra los niños del sur. Habla de retribución. Habla de venganza por todos los crímenes cometidos contra nuestros pueblos por los esclavistas y cazadores de recompensas. Habla de los nuevos asentamientos que intentaron invadir nuestros territorios. Cuéntales tus victorias pasadas. Gánatelos, caudillo, con palabras de sangre y gloria.
Tonith se interpuso entre ellos.
—¿Qué pasa con la inundación? ¡Esa única revelación es suficiente!
—Muchos elegirán no creer nuestras palabras, —respondió Dayliss.— Especialmente entre los clanes más alejados, que tal vez estén contentos con estaciones que no han cambiado, y por lo tanto no saben nada de tribulaciones o escasez.
Ninguno habló por un tiempo. Pero el desplazamiento del hielo comenzó a encontrar su voz.
Entonces Elade Tharos asintió.
—Estoy preparado para hacer lo que sugieres. Pero para ganarme a todos los clanes, no puedo estar solo.
—Eso es verdad. Y es por eso que los tres estaremos contigo, caudillo. Rathyd, sunyd, y uryd. Solo este detalle hará que nos escuchen.
Karak Thord gruñó.
—Si pudiéramos encontrar a un phalyd las montañas se sacudirían de asombro.
Elade Tharos se giró hacia él.
—Karak de los uryd, tengo un phalyd entre mis seguidores. Por lo tanto, serán rathyd, sunyd, uryd y phalyd. —Se volvió de nuevo hacia la viuda Dayliss.— Sabio. Avancemos entonces en silencio y aferremos este secreto. Hasta que los cuatro estemos de acuerdo en que debe ser revelado.
Miró a los demás, y cada uno de ellos asintió. Incluso Tonith Agra.
Sólo entonces comenzaron su descenso.
Mientras el agua tamborileaba a través de cavernas ocultas detrás de las brillantes paredes de hielo, y el calor creciente del sol hacía que las rocas emitieran vapor.


Copyrigh Steven Erikson


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Unos apuntes sobre el prólogo.
Erikson ya señaló que había estado releyendo todos los fragmentos de la saga principal relacionados con la historia de Karsa Orlong y solo con este primer adelanto parece más que evidente. Entre los teblor que aparecen en la escena podemos destacar a dos principalmente, que ya conocemos de La Casa de Cadenas: la viuda Dayliss y el joven caudillo Elade Tharos.
La primera es la mujer uryd que Karsa pretendía convertir en su mujer, pero que en realidad estaba enamorada de Bairoth Gild (el guerrero que acompañaba a Karsa en su incursión a Lago de Plata y que duda constantemente de su comportamiento). Como bien sabéis Bairoth encontraba la muerte a manos de los malazanos y de ahí la razón de que Dayliss sea ahora viuda.
El segundo personaje, el joven caudillo rathyd que está uniendo a los teblor, es más interesante todavía. Responde al nombre de Elade Tharos y el mismo reconoce que vio morir a su padre bajo la espada de Karsa Orlong.
¿Podemos identificarlo? Pues si: en La Casa de Cadenas, durante la incursión de Karsa, Bairoth y Delum a través de tierras teblor acaban con una compañía de guerreros rathyd... salvo un "joven de apenas 40 años" al que Karsa desprecia y que no se molesta ni en tratar de matar. El joven huye, espantado, para alertar a los habitantes de su aldea. No volvemos a saber nada más de este personaje, del que ni siquiera se menciona su nombre, pero Delum Thord hace entonces una advertencia a Karsa:
"El joven, has colocado una imagen en su cabeza. Una imagen que se endurecerá, cuyos colores no se desvanecerán, sino que se avivarán. El eco de los chillidos resonará con más fuerza en su cráneo. Rostros conocidos, congelados para toda la eternidad en expresiones de dolor. Este joven, Karsa Orlong, se convertirá en adulto. Debe ponerse en cabeza, y nadie desafiará su fiereza, la madera resplandeciente de su voluntad, el aceite de su deseo. Karsa Orlong, has creado un enemigo de los uryd, un enemigo que hará palidecer a todos los que hemos conocido hasta ahora".
Todo parece indicar que Elade Tharos ha quedado marcado para siempre por Karsa.

Y finalmente llegamos al propio Karsa Orlong, que se ha convertido nada menos que en el Dios Hastiado (el dios que, como acabamos de descubrir, es el que da título a la primera novela de la trilogía). Como ya había adelantado Erikson en su ensayo Pisando terreno peligroso, aunque la trilogía del Testigo estará centrada en Karsa Orlong, tardaremos mucho en encontrarnos con el toblakai. Como vemos, Karsa es practicamente un ascendiente, con su propia hueste de adoradores... aunque se encuentra en un lugar apartado de todos, y que solo sus hijas saben como llegar hasta él (las mismas hijas con las que se encontraba en Darujhistan al final de Doblan por los mastines). 

[Sobre la traducción de 'Shattered God' como Dios Hastiado: el significado más claro y directo quizá sea sin duda el de Dios Roto, Destrozado (tanto por lo que Karsa deja a su paso como por la imagen tatuada en su rostro); pero 'shatter' también tiene el significado de cansado, harto, hastiado. Aunque es arriesgado guiarse solo por un prólogo para decidirse por el significado concreto que debería tener este nombre tan importante, lo que indicaba Erikson en su ensayo sobre esta trilogía ("Al final de El Dios Tullido Karsa estaba harto. Va a llevar mucho para que se mueva") es lo que me ha decidido para traducirlo como el Dios Hastiado.]





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