La fantasía épica nos ha ido acostumbrando a que el género deba trasladarnos a mundos que viven anclados en remedos más o menos cercanos al medievo europeo. Raro es el autor que se aleja demasiado de esas ambientaciones imaginarias donde sus sociedades tienen una anquilosada estructura con castas férreamente separadas, con una tecnología que apenas difiere de cualquier país de la Europa occidental del siglo XIV y con unas formas de pensar que no sorprenderían a cualquier campesino, clérigo o noble superviviente de la Peste Negra.
Son mundos fantásticos donde los reinos y las monarquías totalitarias son el pan de cada día, donde no hay lugar para los estados que tratan de otorgar derechos y deberes a todos sus ciudadanos por igual, donde la tecnología está reducida a su mínima expresión y donde la guerra se sigue librando a espadazo limpio. Solo la inclusión de la magia, la existencia de criaturas inteligentes no humanas o la intervención directa de seres divinos reales hace que nos permita identificarlos como obras de la ficción fantástica.
Todos los lectores de fantasía nos sentimos cómodos cuando entramos en propuestas así. Porque no es algo que se haya quedado solo en El Señor de los Anillos, las aventuras de la Era Hiboria de Conan o de los autores que buscaron replicar el éxito de J. R. R. Tolkien y Robert Howard, por mencionar a dos de los grandes referentes del género. Esto es algo que todavía pervive en grandes propuestas del género más cercanas a nosotros.
Buenas prueba de ello lo tenemos en el mundo de Osten Ard en el que Tad Williams desarrolla su tetralogía de Añoranzas y pesares, o los Siete Reinos de Poniente vívidamente recreados por George R. R. Martin en su inolvidable (e inconclusa) Canción de hielo y fuego. Estos dos últimos autores son pruebas vivientes de que la influencia medieval, bien aprovechada y dirigida, sirve para cimentar obras con un desarrollo lo suficientemente original y llamativo para alejarlas del simple calco de un mundo real para darle un ligero barniz de fantasía.
Afortunadamente, la larga historia de la fantasía le ha permitido ir liberándose de este marco seudomedieval y también tenemos otras voces que buscan ambientaciones diferentes en las que desarrollar sus historias para ofrecernos algo distinto. En un campo literario tan amplio y libre como el fantástico siempre debería haber caminos diferentes que recorrer, y hay muchos creadores que se han ido aventurando por ellos. Hace algún tiempo ya os hablé de cómo algunos autores de ficción especulativa se habían alejado de los mundos de sabor medieval para darle una mayor frescura o un rumbo diferente a sus historias.