SINOPSIS [Advertencia, la sinopsis contiene spoilers del desenlace del segundo libro de Ken Liu]:
La princesa Théra deja el trono en manos de su hermano pequeño para luchar contra los lyucu en Ukyu-Gondé. Ha cruzado el legendario Muro de las Tormentas con una flota de guerra y diez mil combatientes. En Dara, mientras tanto, las corrientes de poder fluctúan al vaivén de las rivalidades de los líderes lyucu y la corte del Diente de León. Aquí, padres e hijos, maestros y discípulos, emperatriz y pékyu, alimentan las semillas de planes que tardarán años en germinar. En todas partes, el espíritu de la innovación flota en el ambiente como semillas de diente de león y el pueblo, los olvidados y los ignorados empiezan a ingeniar soluciones para una nueva era.
En la tradición de las grandes epopeyas de nuestra historia, Ken Liu construye en esta saga una historia de formidable alcance y magnitud.
En la tradición de las grandes epopeyas de nuestra historia, Ken Liu construye en esta saga una historia de formidable alcance y magnitud.
RESEÑA: La saga de la Dinastía del Diente de León es la propuesta fantástica con la que el norteamericano Ken Liu nos ha introducido en un mundo de evidente inspiración oriental para narrarnos el destino de un gran reino que tiene que luchar contra si mismo y contra las fuerzas que lo amenazan desde fuera. En el archipiélago de las islas Dara se desarrolla el drama esta tetralogía de fantasía que se encuentra ya completa en español gracias al sello Runas, por lo que tenéis ya cerrada la historia formada por La gracia de los reyes, El muro de las tormentas, El trono velado y Huesos que hablan.
A lo largo de su saga, Liu ha ido explorando las distintas dinámicas del poder y del choque entre culturas, así como desarrollos tecnológicos originales que se alejan de las formas occidentales y que le han valido a su propuesta estilística y narrativa el sello o calificativo de silkpunk (una forma de definirla ya que sus constructos, máquinas y tecnologías se basan en las sedas, cañas y diversos materiales propios de las culturas orientales). Pero más allá de este envoltorio oriental tecnológico también está imbuido de una profunda filosofía propia de las culturas ancestrales de China, Japón y todo el sureste asiático, que permite que nos introduzcamos en una ambientación sugerente y llamativa, que al tiempo que nos resulta reconocible también permite que nuestra imaginación vuele hasta una tierra profundamente diferente a nuestra realidad.
Cada nueva novela de la Dinastía ha ido ampliando nuestra visión de este rico y fascinante mundo imaginado por Liu. Así en La gracia de los reyes (aquí mi reseña completa) se nos metía en un conflicto político-bélico interno bastante limitado, una devastadora guerra civil por el dominio del trono de las propias islas Dara; mientras que El muro de las tormentas (mi reseña) el autor nos abría más la perspectiva introduciendo en escena una invasión extranjera, con la llegada de una gran fuerza armada de otra civilización con unas raíces culturales muy diferentes a las del archipiélago.
Por eso no resultará sorprendente confirmar que en El trono velado vamos a ver las consecuencias de ambos conflictos, creando un drama que se desarrolla sobre las huellas dejadas por las dos novelas previas, con una profunda y enriquecedora reflexión sobre lo que significa la fusión de las culturas. Un proceso siempre difícil, más aún cuando se produce por la fuerza y de forma abrupta, como vemos que ocurre tanto en el corazón de las islas Dara como en las lejanas estepas de Ukyu.
Si no habéis terminado todavía la segunda entrega de la saga de Liu podéis encontraros en esta reseña con revelaciones de lo ocurrido en el desenlace de El muro de las tormentas, así que esperad a seguir por aquí cuando estéis al día.
“Todo el mundo sabe contar historias. Así es como encontramos sentido a la vida que vivimos. Tenemos que contarnos historias para poder soportar todas las manipulaciones aleatorias a las que nos someten el destino y la fortuna”.
Vamos a entrar, pues, en lo que nos trae la tercera novela de la Dinastía del Diente de León.
El trono velado arranca llevándonos atrás en el tiempo pera ser testigos de la primera llegada a Ukyu y Gondé de la flota enviada por el emperador Mapideré. Veremos así como la llegada de los dara a este territorio de grandes estepas y donde los garinafin vuelan lanzando fuego también fue un suceso violento y atroz, donde un pueblo trata de imponer su forma de vida sobre los que considera unos bárbaros inferiores. Porque si El muro de las tormentas se nos mostraba a los lycu como los terribles invasores, los antagonistas bárbaros, con El trono velado veremos que estos también sufrieron el maltrato brutal y engreído de los dara, que se consideran por encima de estos ‘salvajes’. Liu abre su tercera novela ofreciéndonos la otra cara de una misma moneda, asistiendo a los orígenes de un choque de civilizaciones que se miran con incomprensión, repulsión o desprecio. Todo ello para hacernos reflexionar sobre si es posible comprender a aquellos criados en otra cultura, surgidos de una civilización tan diferente como ajena a nuestro punto de vista. Como se pregunta cierto personaje en la novela “¿Es realmente imposible imaginar la vida de otro, esforzarse por conseguir un punto de vista distinto?”.
“¿De dónde viene esa obsesión por pasar a la historia en canciones o leyendas en lugar de intentar sobrevivir en este mundo? Es en el mundo de aquí y ahora donde podemos hacer cambiar las cosas”.
A continuación, tras este inicio en forma de flahsback, la trama ya retoma la historia en el punto en que concluía El muro de las tormentas. El viaje de la flota liderada por la princesa Théra, la antigua emperatriz de los Dara que ha establecido una alianza con el heredero agon, viaja rumbo a Ukyu y Gondé. Liu nos cuenta la odisea de una coalición que está siendo amenazada desde todos lados, perseguida por los lyucu y completamente incomunicada con las islas Dara a las que pretende auxiliar desde la distancia. Contra todo ello luchan Théra y su prometido Takval, dispuestos a conseguir un futuro donde sus dos pueblos (dara y agon) puedan plantar cara a los lyucu, guiados por la esperanza de “encontrar la manera de equilibrar las facciones rivales, los celos, las desconfianza mutua, todas las fuerzas que amenazaban con deshacer esta alianza”.
Mientras tanto, las islas Dara enfrentan sus propios desafíos durante la tregua firmada entre los invasores lyucu y los nativos isleños, paz que caducará en solo dos años. Jia, la viuda del inigualable Kuni Garu, sigue manteniéndose como emperatriz regente evitando pasar el poder al príncipe Phyro, el legítimo heredero del trono. Jia está empeñada en usar todos los recursos del poder para poder librar al pueblo de una desastrosa nueva guerra, un intención que saltaría por los aires si Phyro gobernara ya que el joven príncipe está deseoso de reanudar la luchar contra los invasores y vengar así a su padre.
Y en la parte ocupada por los invasores lyucu, estos tratan de asegurar una tierra donde imponer su forma de vida sobre los nativos y extender su propia cultura. Unos invasores que viven en constante tensión entre los que buscan tratar de adaptarse al mundo dara o los tradicionalistas-extremistas que consideran que deben borrar todo rastro de la cultura isleña a la que están dominando para mantener solo sus costumbres.
La tregua entre ambos pueblos, entre recién llegados y nativos del archipiélago Dara, es en realidad una espera llena de desconfianzas y planes secretos ante la próxima apertura del muro de las tormentas, le que permite a Liu indagar en las complejas relaciones entre las dos culturas, sobre sus intenciones de convivir pero también de prepararse para lo que parece una reanudación inevitable del conflicto, y sobre todo de mostrarnos como va surgiendo todo un nuevo pueblo nacido del mestizaje de ambos.
“Vivimos en un mundo en el que, para salvar a muchos, a veces hay que sacrificar a unos pocos. Pero es mejor que sigan vivos para condenarme a que yo siga sus ideales y lleve a todos a la muerte”.
MUNDOS EN CONFLICTO
Toda la novela de Liu gira pues en torno a las complejas relaciones entre distintas culturas y pueblos, con los dara, lyucu y agon como tres grupos que se miran con miedo, repulsa, asco, rechazo o condescendencia. Los distintos personajes de cada uno de estos pueblos nos ofrecen sus perspectivas, siempre profundas y bien construidas, en un fascinante caleidoscopio donde el escritor ahonda en los abismos que nos separan, las brechas que parecen insalvables entre las distintas sociedades, culturas y, en última instancia, las mismas personas. La dificultad de ponerse en la piel de otro, de ver en igualdad de condiciones otras raíces culturales y formas de vida que son intrínsecamente divergentes, es la semilla del conflicto que desarrolla El trono velado.
Pero como he dicho la novela también ahonda en el mestizaje, un proceso igualmente esperanzador y peligroso. Y es que tanto en Dara como en Ukyu los tres pueblos empiezan a convivir, a mezclar sus formas de pensar y de comportarse, haciendo surgir nuevas formas de entender el mundo que les rodea y de transmitirlo a las siguientes generaciones. Liu nos ofrece una visión completa de todo el espectro de comportamientos posibles: desde los radicales que solo consideran que hay que imponer su forma de vida sobre los que consideran inferiores y estigmatizando a los que no tienen sangre pura, hasta los idealistas que piensan que ambas culturas pueden convivir con respeto y dar lugar a un nuevo mundo. O los que simplemente se van adaptando a estos cambios paulatinos e inevitables, viendo como de forma más o menos natural del choque brutal inicial va naciendo toda una sociedad mestiza que va extendiendo nuevas formas sociales y culturales que ya no son puramente ni dara ni lyucu ni agon.
“La perfección es imposible. Pero pensar que por eso deberíamos dejar de intentar mejorar las cosas es lo que hace posible la maldad”.
Todas estas perspectivas tienen su parte y su desarrollo en la larga trama a través de la extensa galería de protagonistas que pueblan sus páginas. Es casi imposible hacer un repaso justo y completo en solo unas líneas a los grandes personajes que pueblan El trono velado, donde Liu es capaz de plasmar distintas personalidades y formas de concebir la realidad, llenas de matices y complejidades. Destacan especialmente esa Théra que abandona su patria para forjar una nueva alianza, tratando de mantener vivas las fuentes de su cultura en una tierra extraña pero también aceptando lo que el pueblo de su esposo puede ofrecerle. Sigue siendo un personaje fascinante la emperatriz viuda Jia, tan maquiavélica como realista, defensora de que hay que usar el poder con todas sus consecuencias sin dejarse atar por “abstracciones vacías como el honor”. El príncipe Timu que desde su posición de liderazgo trata de buscar el entendimiento con los conquistadores y lograr que los dara sigan manteniendo el mayor número posible de costumbres y libertades propias, aunque para ello tenga que ser visto como un traidor colaboracionista. O el príncipe Phyro, el futuro emperador que considera que la única manera honrosa de vengar a su padre es llevar la guerra a los lycu para poder liberarse de los invasores, aunque haya que desatar una nueva guerra desastrosa. O la joven y decidida princesa Fara, dispuesta a escapar de su jaula dorada para poder comprender mejor el complejo mundo que la rodea. El autor explora desde sus múltiples perspectivas el conflicto, dejándonos una visión multifacética y enriquecedora, donde afortunadamente no nos quedamos con buenos y malos sin matices.
Como podéis comprobar en este tercer libro también saltan la primer plano las nuevas generaciones, los hijos más jóvenes de los príncipes del trono de Dara pero también descendientes de la casta gobernante de los invasores y sencillamente gente del pueblo humilde (entre los que destacan los miembros de la Banda de las Flores, de los que hablaré más adelante). Y muchos de los personajes centrales de la obra, como no podía ser de otra manera, son mestizos nacidos de la fusión de los dara y los lyucu, que tienen que hacer frente al desprecio de los demás y a sus propios conflictos internos por culpa de sus orígenes.
Aquí conviene destacar especialmente a personajes como Savo Ryoto, el hijo de una de las principales guerreras lyucu que establece una estrecha relación con la erudita dara Nazu Tei. Viviendo ambos en la parte de Dara conquistada, tienen que adaptarse a una sociedad donde se impone una nueva visión de la historia, pero la maestra se empeñará en abrir los ojos de su joven pupilo a una realidad brutal, un mundo cimentado sobre una montaña de muerte y dolor. La reinterpretación de la Historia por los poderosos y el uso del pasado para justificar el nuevo orden son los cimientos de un mundo que busca imponerse sobre otro, de una civilización que busca hacer desaparecer a la otra por muy alto que sea el precio a pagar en sangre y cadáveres. Solo unos pocos son capaces de esforzarse por buscar un camino diferente porque “sin una mayor comprensión por ambas partes, nuestro terrible pasado se repetirá generación tras generación”.
“Ambos lucharon por grandes ideales. Pero matar es algo terrible, y cada vez que matas a alguien, un poco de ti muere. En nuestras leyendas, decimos que son grandes aquellos que matan a miles, a cientos de miles, incluso millones, pero a menudo no son más que caparazones vacíos, cadáveres vivientes en los que proyectamos nuestras fantasías sobre el heroísmo y la nobleza”.
Con una prosa tan cuidada como seductora, que como un hechizo hipnótico atrapa al lector, el autor norteamericano es capaz de reflexionar en su saga sobre multitud de temas profundamente actuales alrededor de las dinámicas sociales e históricas. Y es que a través de su obra fantástica Liu ahonda de una forma fascinante en los cimientos culturales de los pueblos, en la importancia de los relatos que se construyen para respaldar la supuesta superioridad de sus formas de vida, y en la imposición cultural de los usos y costumbres de los vencedores. Por eso durante la novela se explora la importancia de las formas de transmisión de la cultura, ya sea a través de los relatos orales de los chamanes o de la enseñanza institucionalizada, que permiten que los lyucu o los dara mantengan sus particularidades y sus diferencias. También se profundiza en lo difícil que es abandonar esa jaula mental y social aunque uno descubra todas las mentiras o manipulaciones sobras las que se construye la supuesta superioridad de su cultura, porque como bien recalca cierto personaje “Un hombre no renuncia a una vida de adoctrinamiento en la devoción a su tribu, a su patria, a un mito imaginado tras descubrir que las cosas no eran como le habían contado”.
UN DESENLANCE CON PROBLEMAS
Y así llegamos al problema del tercio final de El trono velado. Aunque en realidad, se puede decir que es un problema en la estructura general de la novela. Porque como ya avisó con antelación Ken Liu, en realidad la tercera y cuarta entrega de la Dinastía del Diente de León conforman una única obra separada editorialmente por culpa de su gigantesca extensión. Esto hace que sus momentos de clímax estén irregularmente repartidos a lo largo de El trono velado, y así nos encontramos con que una de sus tramas principales se corta casi al llegar a su ecuador y nos dejará completamente en vilo hasta el cuarto tomo.
Además en la parte final de la obra asistimos a la presentación de todo un nuevo grupo de personajes, los miembros de la singular Banda de las Flores, que saltan al primer plano en lo que por momentos parece convertirse en una novela corta independiente añadida como parte final de El trono velado. Estos personajes son un grupo de inteligentes y habilidosos artistas ambulantes, una extraña familia que vaga por Dara y que protagoniza una aventura culinaria y de espías en la ciudad de Ginpen.
Aunque narrativamente parece una ruptura respecto a la trama general, en realidad sirve para profundizar desde nuevas perspectiva en el enfrentamiento soterrado entre invasores e invadidos, al mismo tiempo que presenta a estos nuevos protagonistas que ya se nos va dejando caer que serán clave para el desenlace del conflicto. Es cierto que su historia se extiende demasiadas páginas (más contenida podría haber servido igual para los propósitos de Liu y nos hubiera dejado un tramo final más ágil), donde nos introduce en un concurso culinario al más puro estilo Master Chef en Dara y que se va entremezclando con las grandes luchas secretas entre los grandes políticos enfrentados.
Aún así, si el lector puede aceptar este giro en la dirección general, el desenlace de la obra tiene un clímax adecuado, que logra reconectar con la trama mucho mayor de la saga y que nos anticipa un mayor papel de la Banda de las Flores en el conflicto final por el dominio del archipiélago Dara. Así que aunque por su extensión y divergencia del resto de El trono velado este último tercio a veces juega en contra de la obra, Liu siempre mantiene su exquisita narración al tiempo que logra hacer crecer el trasfondo de su rico mundo y nos presenta nuevas piezas para el juego final que nos espera en la cuarta entrega.
“La guerra es una consecuencia del odio, pero el odio siempre se basa en el amor egoísta, un amor que pretende confinar en lugar de expandir: el amor por el hogar puede convertirse en el odio hacia los forasteros; el amor por el país puede convertirse en arrogancia hacia otros estados; el amor a los compañeros de viaje puede convertirse en el deseo de suprimir a cualquiera que piense diferente”.
EN CONCLUSIÓN
En El trono velado tenemos pues una extensa tercera novela que además de continuar lo que ya se inició en El muro de las tormentas, explorando las consecuencias de la invasión, sirve también para introducir muchos personajes nuevos, de una generación más joven (tanto en las islas Dara como en Ukyu). Una trama que goza de varios clímax repartidos de forma desigual por culpa de una estructura irregular, que se sale de lo habitual, y que hace malabares continuos con las diferentes tramas que el autor tiene abiertas. Con una primera parte que es un gran flashback que nos lleva al tiempo de La gracia de los reyes, con un tramo medio donde se entrelazan los sucesos de Ukyu y Dara pero donde una de estas tramas principales es cortada en seco para dejarnos colgados hasta el cuarto libro; y un último tercio que se convierte casi en una novela corta añadida, en la que se introduce a toda una nueva galería de personajes (principalmente los singulares miembros de la Banda de las Flores) que se intuye que deberán ser claves en la resolución de la saga.
Todo ello nos deja en El trono velado con un final tremendamente abierto y cortado abruptamente en seco, de cara al cuarto volumen. Se puede achacar pues un clímax incompleto para el desenlace, pero es que la verdadera conclusión de la saga de Liu aguarda en Huesos que hablan, esa otra mitad del gran libro final que son la tercera y cuarta novela.
“Si no nos han atacado es porque todavía están consolidando su gobierno. Es el poder, el poder real y desnudo, lo que determina lo que se puede y lo que se deber hacer, no abstracciones vacías como el honor”.
No obstante las contras apuntadas con antelación, Liu sigue demostrando que es un narrador excepcional que nos deja una historia contada con mimo y cariño en cada una de sus palabras; pero también un autor con una mirada inquisitiva y profunda sobre los problemas sociales y culturales de gran escala, de los choques entre civilizaciones, de las numerosas aristas de sus enfrentamientos y de las consecuencias del mestizajes. La riqueza de perspectivas otorgadas por sus diversos personajes convierten a El trono velado a una de las más detalladas y profundas exploraciones de las consecuencias de la conquista y enfrentamiento entre culturas, de los choques entre las distintas formas de ver el mundo y del dolor, la opresión, la muerte y la sangre a los que parecen condenados por la incomprensión los pueblos diferentes que cruzan sus caminos. Solo por eso, la Dinastía del Diente de León sigue siendo una de las obras más ambiciosas del género fantástico y una experiencia lectora que consigue mantener encendida la imaginación y la reflexión del que se acerca a sus páginas durante toda su extensión. Una experiencia seductora a la que Huesos que hablan tiene que poner punto final, en un gran desenlace que espero sea tan memorable como lo leído hasta el momento.
“No se puede borrar la verdad del corazón de las personas. Los tiranos pueden dominar la tierra, el mar y el cielo, pero el corazón del hombre siempre será libre”.
VALORACIÓN
FICHA
El trono velado (Dinastía del Diente de Léon, 3)
Ken Liu
Runas
Traducción de Francisco Muñoz de Bustillo
Tapa dura, 922 páginas
34,95 euros
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Es una excelente reseña. Sería interesante que hicieras una comparación entre esta saga y otras asiáticas como The Poppy War, La guerra de Jade, o la pentaología de la Leyenda de los Otori.
ResponderEliminarDaría para un buen artículo, además este año estoy muy metido en esas sagas que ya ha caído Fonda Lee, Ken Liu y Rebecca Kuang. Me lo apunto.
EliminarBuena reseña, yo tengo aun en la lista los dos primeros, pero siendo como soy no la empezare hasta que tenga los cuatro. Que también te digo que el rollo oriental en la fantasía me esta picando el gusanillo ya que estoy un poco saturado del tema occidental.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Sobre todo te recomiendo tener juntos el tercero y el cuarto, porque aunque yo me voy a tomar un respiro entre ambos, lo suyo es leerlos seguidos porque es un único libro final partido en dos.
EliminarGracia por comentar ;)
Para mí el primer volumen fue de menos a más, me gustó más de lo que imaginaba al principio. El segundo estuvo bien. Pero con este no pude, la verdad, me quedé por la mitad.
ResponderEliminarAhora que nos cuentas que el final es abierto ya no me arrepiento tanto.
Un poco en esta línea (aunque mucho más loco y original) está Materia Celeste, de Richard Garfinkle.
Los fui leyendo a medida qué e iban saliendo. Empecé con reticencias pero me gustaron mucho. Aunque creo que los más redondos son el primero y el segundo.
ResponderEliminarEn el cuarto lo mejor es que de cara al final se toman unas decisiones bastante valientes que deberían aprender muchos líderes actuales.