-Los hombres a quienes persigo.
-¿Y por qué los persigue?
-Porque quemaron la granja. Se llevaron a mis niños. Colgaron a mi amigo.
-Oigan -decía el tabernero-, no quiero problemas en mi...
-Yo tampoco quería problemas -Lamb le interrumpió-, pero me siguen a todas partes. Los problemas se han convertido en un hábito. -Acababa de apartarse de la cara los cabellos empapados y abría mucho los ojos, que también le brillaban mucho, y la boca, para respirar deprisa sin dejar de sonreír. Pero no como lo hubiera hecho cualquier hombre que se dispusiese a emprender un trabajo arduo, sino como aquel que va a comenzar una tarea agradable, sin prisas, como si una comida exquisita le aguardase a su final.
-Les he seguido la pista a tres de ellos -dijo Lamb-. Localicé su rastro hace dos días y lo he seguido.
Se hizo otra pausa que los dejó a todos sin respiración.
-¿Y adónde llevaba ese rastro?
-Adonde terminan vuestras putas piernas.
Lamb en Tierras rojas, de Joe Abercrombie.
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