No cabe duda de que la literatura fantástica tiene la enorme fuerza y el inigualable poder de explorar ambientaciones que nunca podremos vivir en nuestro día a día cotidiano. No es un mero sentido de la evasión, porque se convierten en ejercicios de inmersión profunda en otras realidades que nos ofrecen la oportunidad de vivir en nuestras carnes lo maravilloso, lo sugerente o lo terrible de una forma plena. Como bien ha apuntado Steven Erikson en alguna ocasión la fantasía tiene la capacidad de tomar una metáfora, hacerla real y explorarla hasta límites que la literatura realista más cotidiana no puede permitirse.
Imagen de Darkmoon Art para Pixebay. |
La recreación fantástica llevada a sus límites más extremos nos permite vivir estas otras realidades, y poder recorrer estos entornos imaginados por autores que nos hacen maravillarnos o sobrecogernos. Y sin duda, una de las ambientaciones más recurrentes de la fantasía épica o de la literatura fantástica en general es el mundo natural, donde la mayoría de sus personajes viven sus aventuras o tienen que enfrentar sus desafíos. Su plasmación más arquetípica son los bosques, esos lugares ancestrales donde puede habitar tanto lo mágico como el peligro, donde los personajes buscan refugio o se internan en pos de respuesta. Desde los orígenes en los cuentos de hadas y en las leyendas tradicionales, el bosque siempre aparece como una amenaza que sus protagonistas tienen atravesar o como guardiana de secretos superiores que permitirán al héroe encontrar un nuevo rumbo.