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viernes, 6 de noviembre de 2020

Neandertales, el mundo malazano y el tiempo profundo, por Steven Erikson

El mundo de Malaz hace un hábil y fascinante uso de los grandes periodos temporales que muy pocas sagas fantásticas pueden llegar a igualar. Consecuencia de la visión de Steven Erikson como arqueólogo, que le permite imaginar el desarrollo a los largo de interminables milenios de culturas y civilizaciones, desde su ascenso hasta su caída. Y todo ello siempre empapado de un profundo sentimiento de empatía y cercanía con las personas que conforman dichas civilizaciones, por muy ancestrales y remotas que nos resulten.
Esta semana el creador de Malaz el Libro de los Caídos nos ha dejado en su perfil de facebook un interesante ensayo que nos desvela sus pensamientos sobre los neandertales y su relación con el homo sapiens, y como todo ello acabó reflejado en el universo fantástico malazano. En este nuevo texto Erikson nos habla de su pasión infantil por los ejércitos de esqueletos, inevitable enemigo en los juegos de rol o las películas fantásticas, su influencia para crear a los t´lan imass en Malaz y su relación con la pasión profesional del autor canadiense por la cultura neandertal. Y por supuesto, como no podía ser de otra manera, del t'lan imass más inolvidable: del inefable Onos T'oolan, el gran Tool que da nombre al ensayo.
Aprovecho para recomendaros también la lectura del ensayo 'El regalo inmortal', donde Erikson también reflexiona sobre los neandertales y su relación con nosotros, así como su influencia a la hora de dar vida a los imass.
Sin más, os dejo la traducción de este nuevo ensayo, que no contiente spoilers. Disfrutadlo.



El uso de Tool
Neandertales, el mundo malazano y el tiempo profundo
por Steven Erikson

Todo jugador con un personaje recién creado sabe que se enfrentará a un esqueleto más temprano que tarde. Se sitúan junto a los lobos y los goblins como la amenazas de primer nivel para tu halfling llorón o tu elfo con capa empuñando un cuchillo. Uno puede imaginarse las clásicas películas animatrónicas de peleas de espadas con esqueletos frenéticos en alguna cueva o en cualquier otro lugar (astutamente jugado en las películas de Indiana Jones), pero incluso cuando era niño viendo a Simbad o Ulises cruzando espadas con estos enemigos flacuchos, seguía preguntándome ¿cómo demonios se pusieron de pie esos esqueletos, y mucho menos eran capaz de blandir una espada? Sin tendones, sin ligamentos, sin músculos. Cuerdas, decidí, finalmente. Cuerdas y gomas elásticas usadas de  forma inteligente. "¡Busca las gomas elásticas, Simbad! ¡Córtalas!"
Una reunión de esqueletos animados debería llamarse Clatter [Traqueteo, ruido]. Pero divago.
A pesar de mi precoz sarcasmo, cuando era niño amaba esos esqueletos. Probablemente todavía lo haga, con algunas salvedades, que es de lo que en parte trata este ensayo. En cuanto al sarcasmo, bueno, eso se quedó conmigo también, pero no tratemos eso en este ensayo (¡dado lo que sucedió la última vez!). Recuerdo estar sentado en el cine, en una de las primeras proyecciones del Conan de Arnie, y casi inclinándome hacia adelante con expectación cuando la película se acercaba a la primera escena de verdadero horror del primer relato de Conan, donde, perseguido por lobos en invierno, Conan se interna en una cripta, donde roba la espada de un rey muerto y luego tiene que luchar contra ese rey muerto (¿debería realmente tener que advertir sobre spoilers para una historia corta escrita hace unos cien años?).


¿Y que pasó? Nada. Ningún rey liche resucitado, nada desagradable. De acuerdo, recuerdo haber pensado, van a evitar lo sobrenatural (¡entonces no es realmente Conan para nada!), solo que no lo hicieron. Así que hasta el día de hoy, esa maldita película no tiene sentido. Podría ser mucho mejor. ¿Fue por su clasificación PG? Quién sabe, pero esa única oportunidad de un verdadero horror sobrenatural se perdió por completo. Mierda.
Si hubiera continuado por el lado académico de la arqueología, habría guiado mi camino hacia Europa o Israel, para excavar sitios neandertales. Tal como estaban las cosas, mi interés se mantuvo a pesar de no haber tomado nunca una pala en ninguna cueva de Europa (¿todavía hay tiempo? ¿Quizás?), y he pasado el resto de mi vida pensando en los neandertales con más frecuencia de lo que es saludable, probablemente. Llamadlo obsesión. Yo lo llamo argumentación.
La frenología es el estudio de las mediciones de la capacidad cerebral para calibrar los niveles de inteligencia. En su día fue un gran respaldo, como justificación científica, del racismo. A Hitler le encantaba. En general, ahora se reconoce como un disparate (y dado lo pequeño que es mi cráneo, eso es algo bueno). Curiosamente, queda un remanente, un área de estudio legítimo que persiste en una especie de frenología 'light' ('light' en el sentido de que el término nunca se menciona y sería recibido con horror, incluso aunque muchos de sus principios sigan en uso), y ese es la paleoantropología: el estudio de la evolución de los homínidos. Ahora, antes de que los tres paleoantropólogos que lean esto se vuelvan locos, reconozco que se han agregado algunos complementos cruciales al estudio de los cráneos de homínidos antiguos, por ejemplo, la dentición. Pero tarde o temprano, especialmente cuando se trata de homínidos anteriores, alguien comienza a hablar de los lóbulos frontales, el neocórtex y el espacio o falta de él, según lo determine la morfología general del cráneo. ¡No lo neguéis, vosotros tres! La medida del volumen y la superficie interior del cráneo todavía se sigue utilizando como medida de la inteligencia.


Una de las primeras objeciones al descubrimiento del Hobbit en Flores fue el tamaño de su cerebro, especialmente porque se encontraron herramientas de piedra junto a los huesos (ahora este último detalle está siendo cuestionado, pero creo que es un poco irrelevante, ya que alcanzar la isla de Indonesia habría requerido algún tipo de embarcación de todos modos). ¡El cerebro era demasiado pequeño! Luego, los parientes un poco más grandes del hobbit fueron encontrados en Dimansi, en Georgia, y quedó claro que el tamaño del cráneo no establece una correlación correcta sobre la inteligencia (el cuervo que me visita a diario, exigiendo cacahuetes, estaría de acuerdo conmigo).
Lo que me lleva a los neandertales. Como nuestros primos más cercanos en términos evolutivos, había mucho en juego a la hora de distinguirlos (con su fracaso implícito, es decir, como un tipo de humano que se extinguió) de nosotros. Sin duda, sus cráneos son morfológicamente diferentes. No más pequeños, ni mucho menos. De hecho, en promedio, su capacidad cerebral excede la de los humanos modernos en un par de cientos de centímetros cúbicos. Pero la forma en que se organizaba ese cerebro se convirtió en el objetivo de aquellos paleoantropólogos, consciente o inconscientemente, decididos a mantenernos especiales a los modernos (es decir, somos superiores), lo que a su vez está ligado al argumento tautológico sobre por qué sobrevivimos, y ellos no (¡Somos superiores!).
Recuerdo, en el laboratorio de la Universidad de Manitoba, sostener en mis manos un molde de un cráneo de neandertal. Era robusto. Pesado. Tenía una mandíbula enorme pero sin mentón. La parte posterior del cráneo tenía unas pronunciadas crestas occipitales para sujetar los pesados y fuertes músculos del cuello y la espalda. Se parecía al cráneo de Ernest Borgnine (no es que hubiera visto el cráneo de Borgnine, simplemente lo suponía), solo que más grande.


Se argumentó, durante un tiempo, que las diferencias morfológicas entre los cráneos neandertales y los modernos sugerían que el primero era más primitivo y ser más primitivo un indicativo de menor inteligencia, menor sofisticación, quizás ni siquiera poseían consciencia de si mismos. También se argumentó, durante un tiempo, que los neandertales no podían hablar (ya que en ese momento no se había encontrado ningún hueso hioides). Estos argumentos, y muchos otros de temática similar, fueron más o menos recogidos de forma masiva como la razón de su fracaso evolutivo, siendo dicho fracaso definido por la extinción.
Dudo que alguien pueda argumentar, incluso hoy, que la singularidad morfológica de los cráneos neandertales indique un tipo; es decir, una subespecie de la humanidad. Y con los últimos datos genéticos... bueno, no nos adelantemos. Por lo tanto, sin lugar a dudas eran un grupo diferente de humanos, como nosotros pero diferente de nosotros, lo suficientemente cercanos como para cruzarse (como así resultó), pero cultural y adaptativamente diferentes.
Algo se me ocurrió mientras sostenía ese cráneo de neandertal. Venía de un sesgo que ya tenía, aunque había desarrollado poco en ese momento, que era que lamentaba la extinción de los neandertales. Mis simpatías estaban con ellos, pero esto no me conducía a ningún sentido de lástima (con su implícita superioridad), más bien, recuerdo haber pensado que se extinguieron los humanos equivocados.
Las teorías sobre la revolución cognitiva que flotaban en el ambiente en ese momento todavía estaban enredadas con las tautologías. La afirmación básica era que el último y más crucial momento de la evolución cognitiva alcanzó exclusivamente a los modernos (tipológicamente homo sapiens sapiens), y a su vez su milagrosa llegada garantizó el éxito de nuestra subespecie en oposición a las otras subespecies humanas conocidas por estar extintas (neandertales), mientras nos expandíamos triunfales desde África, barriendo a todos los humanos menores que encontramos en el camino.
Como habréis notado, hay un montón de revisionismo aquí. Examinamos el pasado profundo, todas las pruebas reunidas sobre la mesa, y buscamos formas en las que el registro evolutivo reafirme nuestra obvia superioridad. Uf.


Pero ese cráneo que estaba sosteniendo. Estaba pensando en ello, mirándolo, prestando especial atención a esa enorme y pesada mandíbula en un extremo y al pronunciado y grueso hueso occipital en el otro extremo. Y en mi mente apareció una imagen, la de un globo lleno de agua. Con una pesada mandíbula pegada a un extremo y un grueso trozo de hueso estriado en el otro. Apoyado en un poste justo donde la columna vertebral se introduce en la base del cráneo. Y luego dejo que la física haga lo suyo.
La forma alargada, tan fundamental para definir la taxonomía neandertal, fue un producto natural de la distribución del peso. Fue una solución física. La forma específica de este cráneo, en otras palabras, no tenía nada que ver con la inteligencia o la morfología del cerebro.
Yo habría sido un perturbador e imbécil estudiante de posgrado especializado en neandertales, eso es seguro.
Lo mejor de construir un mundo secundario como terreno de juego para contar historias es que uno puede hacer lo que quiera en ese mundo. Si quiero explorar los neandertales, no necesito notas a pie de página, revisión por pares, asesores de tesis y bofetadas rencorosas en conferencias. Si quiero postular una cultura neandertal, una con lenguaje, arte rupestre, ornamentación personal, pintura ocre roja y amarilla, prácticas funerarias (y por lo tanto un sentido del más allá, siendo una definición crucial de la revolución cognitiva), orden social complejo, la capacidad de cruzarse con mi versión de los 'modernos', bueno, puedo hacer precisamente eso.
Postular y suponer está bien, y que le den a la evidencia o la falta de ella. ¡Ja! ¡Chúpate esa, Stringer!
Luego pasan los años y los paleoantropólogos comienzan a encontrar evidencias de la cultura neandertal: lenguaje implícito, arte rupestre, ornamentación personal, uso de ocre rojo y amarillo, prácticas funerarias, orden social complejo y, de los genetistas, evidencia de mestizaje.
Choca esos cinco, Steve (en el espejo, no hay nadie más aquí).


Una fotografía acompaña a este ensayo. Los dos libros más esclarecedores y divertidos sobre los neandertales son Café Neanderthal de Bahrami y The Smart Neanderthal de Finlayson. El primero es un libro maravilloso y sentido, que no quería terminar. El último ofrece una brillante bofetada a la noción de que los neandertales eran inferiores a los humanos, o que quedaban fuera de la revolución cognitiva (¿por qué se extinguieron o se asimilaron? Mala suerte. Eso es todo. Nada más). Ancient Bones de Bohmes cubre un rango más amplio de la evolución de los homínidos, también es una tremenda lectura que desafía la premisa de 'fuera de África' para la evolución temprana (enfatizar *temprana*) de los homínidos.
El mundo de Malaz depende de su sentido del tiempo profundo. Los t'lan imass son la metáfora hecha realidad de ese tiempo profundo. Es tan simple como eso. Aparecieron por primera vez durante las partidas de rol. Quería esqueletos, ya ves, pero esqueletos increíbles. Sin gomas elásticas, solo tendones y nervios secos, y piel estirada. Oh, y hechicería brutal. Se convirtieron en el ejército definitivo, de nuevo con un doble propósito, uno de ellos metafórico. El pasado puede alcanzarnos. De hecho, siempre nos alcanza. Llega para recordarnos que no somos nada especial, en el esquema mayor de las cosas. Pero eso no es excusa para no esforzarnos al máximo, momento a momento.

Tool, ilustración de Michael Komarck.

Onos T'oolan, Tool, dio un paso al frente durante las campañas de rol en las que los Abrasapuentes conquistaron el norte de Genabackis. Se convirtió en sargento en los Abrasapuentes (aunque no usé esa parte para las novelas), o tal vez en teniente. No puedo recordarlo. Sé que mandó a Whiskeyjack y a su escuadrón, así que, teniente, supongo. Me gustó la idea de un jefe no-muerto para ese escuadrón. Lo encontré divertido. Cam también.
En Los jardines de la Luna, Tool habla con Lorn sobre la futilidad. Eso también me pareció divertido.
Así que nuestro pasado nos persigue. Los neandertales nos persiguen. Se levantan del polvo, flotan en los vientos. Están maldecidos por el fracaso, incapaces de avanzar, de evolucionar, de emerger como iguales y mirarnos a los ojos desde esa distancia infranqueable de un humano a otro. No como nosotros, pero nosotros de todos modos.
Me encanta Tool. Y en cuanto a los t'lan imass y su destino, ligados a un ritual perdido para lamentar..., bueno, he tenido un facsímil de un cráneo de imass en mis manos, mis pensamientos llenándose de un extraño anhelo, un deseo de ver a los neandertales vivir de nuevo, respirar de nuevo.
Y esa fue la columna vertebral de Memorias de hielo.
En la ficción, en un mundo inventado, existe esta magia: cuando les arrebatas su mundo, entonces puedes devolvérselo, con bendiciones y lágrimas. Mi querido pariente, el neandertal.



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