Sonreí.
—¿Y tú? ¿Qué me has traído? —bromeé.
Auri sonrió y alargó una mano. Vi brillar algo en su palma a la luz de la luna.
—Una llave —contestó con orgullo, y me la puso en la mano.
La cogí y noté su agradable peso.
—Es muy bonita —dije—. ¿Qué abre?
—La luna —respondió ella, muy seria.
—Ah, podría serme muy útil —dije examinándola.
—Eso mismo pensé yo. Así, si hay una puerta en la luna, podrás abrirla. —Se sentó en el tejado con las piernas cruzadas y me miró con una amplia sonrisa en los labios—. Aunque yo no fomentaría esa clase de comportamiento insensato.
Me puse en cuclillas y abrí el estuche del laúd.
—Te he traído un poco de pan. —Le di la hogaza de pan moreno envuelta en un paño—. Y una botella de agua.
—Esto también es muy bonito —dijo ella con gentileza. La botella parecía enorme en sus manos—. ¿Qué hay en el agua? —me preguntó al mismo tiempo que quitaba el tapón de corcho y miraba dentro.
—Flores —respondí—. Y el trozo de luna que no está en el cielo esta noche. Lo he metido también.
Auri miró hacia arriba.
—Yo ya mencioné la luna —dijo con un deje de reproche.
—Entonces, solo flores. Y el brillo del cuerpo de una libélula. Yo quería un trozo de luna, pero solo conseguí el brillo azul de una libélula.
Auri inclinó la botella y dio un sorbo de agua.
—Es maravillosa —dijo, apartando unos mechones de cabello que flotaban ante su cara.
Kvothe y Auri (por MartAiConan). |
El nombre del viento, de Patrick Rothfuss.
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