Cuando llevábamos mucho tiempo sin saber nada de la desventurada Sansa Stark (desde que en el lejano 2007 se publicara en español Festín de cuervos) hoy por fin hemos vuelto a encontrarnos con la amante de los pastelitos de limón. No cabe duda de que el próximo estreno de la quinta temporada de Juego de tronos (donde es muy posible que sepamos más de la trama de Sansa) ha hecho que George R. R. Martin nos adelante un nuevo capítulo de Vientos de invierno donde la protagonista absoluta es la bastarda Alayne Piedra.
En su blog personal Martin explica así las razones porque nos trae ahora este capítulo:
En su blog personal Martin explica así las razones porque nos trae ahora este capítulo:
Sí, lo sé, había dicho que no habría más capítulos de muestra, pero (1) había pasado más de un año desde Misericordia (aquí), (2) un montón de gente lo estaba pidiendo, y (3) Anne Groell y mis amigos en Bantam me retorcieron el brazo.
Bueno, dejo de enrrollarme y aquí os dejo el capítulo traducido gracias a la rapidez y el excelente trabajo de la página Los Siete Reinos.
ACTUALIZADO: Tras leer el capítulo no podéis perderos este análisis de lo más interesante del mismo.
ACTUALIZADO: Tras leer el capítulo no podéis perderos este análisis de lo más interesante del mismo.
ALAYNE
Ella estaba leyendo a su pequeño lord un cuento del Caballero Alado cuando Mya Piedra vino a golpear la puerta de su dormitorio, con botas y pieles y oliendo fuertemente a establo. Mya tenía pajas en el pelo y el ceño fruncido. El ceño fruncido venía de tener a Mychel Redfort cerca, sabía Alayne.
“Mi señor”, Mya informó a Lord Robert, “Los estandartes de lady
Waynwood se han visto a una hora de camino. Estará aquí pronto, con tu primo
Harry. ¿Querrás recibirles?”
“¿Por qué tendría que mencionar a Harry? “pensó Alayne. Así nunca
sacaría a Robalito de la cama. El chico lanzó un cojín. “Échale. Nunca pedí que
vinieran aquí.”
Mya pareció sin respuesta. No había nadie mejor en el Valle manejando
una mula, pero los señores eran harina de otro costal. “Ellos estaban
invitados…” dijo insegura “para el torneo. Yo no…”
Alayne cerró su libro. “Gracias, Mya. Déjame hablar con Lord Robert,
si puedes”. Con alivio en su cara, Mya marchó sin más palabra.
“Odio a ese Harry”, dijo Robalito cuando ella se fue. “Me llama primo,
pero solo está esperando a que muera para que pueda tomar Nido de Águilas. Él
cree que no lo sé, pero se equivoca”.
“Su señoría no debería creer esas estupideces”, dijo Alayne. “Estoy
seguro de que Ser Harrold le quiere mucho”. Y si los dioses son buenos, me
querrá también a mí. Su pecho se agitó un poco. “No” Lord Robert insistió. “Él
quiere el castillo de mi padre, eso es todo, así que finge”. El niño acercó su
manta a su pecho lleno de granos. “No quiero que te cases con él, Alayne. Soy
el señor de Nido de Águilas, y lo prohíbo”. Sonó como si estuviera a punto de
llorar. “Deberías casarte conmigo en su lugar. Podríamos dormir en la misma
cama cada noche, y me podrías leer historias”.
Ningún hombre se puede casar conmigo mientras mi esposo enano viva en
algún lugar en el mundo. La reina Cersei habría recogido la cabeza de una
docena de enanos, decía Petyr, pero ninguna era de Tyrion. “Robalito, no debes
decir esas cosas. Eres es el señor de Nido de Águilas y Defensor del Valle, y
debes casarte con una dama noble y tener un hijo que se siente en la Sala Alta
de la Casa Arryn cuando hayas partido”.
Robert se limpió su nariz. “Pero quiero —” ella le puso un dedo en sus
labios. “Sé lo que quieres, pero no puede ser. No soy adecuada para ser tu
esposa. Soy una bastarda”. “No me importa. Te quiero más que nadie”.
Eres un pequeño tonto. “A tus señores banderizos les importará.
Algunos creen que mi padre ascendió demasiado y es demasiado ambicioso. Si me
tomaras como esposa, dirían que él te obligó y no fue tu voluntad. Los Señores
Recusadores podrían tomar armas contra él, y a ti y a mí nos matarían”.
“¡No dejaría que te hirieran!” dijo Lord Robert. “Si ellos lo intentan
les haré volar”. Su mano empezó a temblar. Alayne acarició sus dedos. “Aquí, mi
Robalito, tranquilo”. Cuando el temblor pasó, dijo: “Debes tener una mujer
adecuada, una verdadera doncella de noble cuna.”
“No. Me quiero casar contigo, Alayne.”
Una vez tu señora madre insistió en eso, pero yo no era bastarda sino
una verdadera doncella y noble. “Mi señor es amable al decir eso”. Alayne alisó
su pelo. Lady Lysa nunca había dejado a los sirvientes tocarlo, y después de
que muriera Robert había sufrido terribles temblores siempre que alguien se
acercaba con una cuchilla, así que habían dejado que le creciera hasta que
sobrepasó sus redondos hombros y caía hasta la mitad de su fofo pecho blanco.
Él tiene pelo blanco. Si los dioses son buenos y vive lo suficiente para
casarse, su mujer admirará su pelo, seguramente. Será lo único que le guste de
él. “Cualquier hijo nuestro no sería noble. Solo un verdadero hijo de la Casa
Arryn puede desplazar a Ser Harrold como tu heredero. Mi padre encontrará una
mujer adecuada para ti, una chica de noble cuna más bella que yo. Cazaréis y
llevaréis halcones juntos, y ella te dará su favor para llevarlo en torneos.
Antes de que te des cuenta de habrás olvidado completamente de mí.”
“¡No lo haré!”
“Lo harás. Debes hacerlo.” Su voz era firme, pero gentil. “El señor
del Nido de Águilas puede hacer lo que quiera. ¿No puedo quererte, aunque me
tenga que casar con ella? Ser Harrold tiene una mujer común. Benjicot dice que
ella lleva ahora su bastardo.” Benjicot debería aprender a mantener la boca
cerrada. “¿Es lo que quieres de mí? ¿Un bastardo?”. Ella quitó sus dedos de su
alcance. “¿Me deshonrarías de esa manera?”
El chico pareció afligido. “No, nunca quise…”
Alayne se levantó. “Si le complace a mi señor, debo ir y buscar a mi
padre. Alguien debe ir a recibir a Lady Waynwood”. Antes de que su pequeño
señor pudiera encontrar palabras para protestar, hizo una pequeña reverencia y
abandonó el dormitorio, bajó a la sala y cruzó un puente cubierto de las estancias
del Lord Protector.
Tras dejar a Petyr Baelish esa mañana, había desayunado con el viejo
Oswell, que había llegado la pasada noche de Puerto Gaviota en un sudoroso
caballo. Ella esperaba que aún estuviera hablando, pero su estancia estaba
vacía. Alguien había dejado la ventana abierta y unos papeles habían caído al
suelo. El sol caía sobre las estrechas ventanas amarillas y motas de polvo
bailaban en la luz como pequeños insectos dorados. Aunque la nieve había
blanqueado las cumbres de Lanza del Gigante sobre ellos, bajo la montaña el
otoño languidecía y el invierno se abría paso entre los campos. Fuera de la
ventana podían escucharse las risas de las lavanderas en el pozo y el choque de
acero contra acero de la sala donde los caballeros se entrenaban. Buenos
sonidos.
Alayne amaba estar allí. Se sentía viva de nuevo, por primera vez
desde que su padre… desde que Lord Eddard Stark había muerto.
Cerró la ventana, reunió los papeles caídos y los apiló sobre la mesa.
Uno era la lista de competidores. Sesenta y cuatro caballeros habían sido
invitados a luchar por puestos en la nueva Hermandad de los Caballeros Alados
de Lord Robert Arryn, y sesenta y cuatro habían venido a luchar por el derecho
a llevar las alas del halcón sobre sus yelmos y proteger a su señor.
Los competidores venían de todo el Valle, de los valles de las
montañas y de la costa, de Puerto Gaviota y la Puerta de la Sangre, incluso de
Tres Hermanas. Aunque algunos estaban prometidos, solo tres estaban casados;
los ocho vencedores esperaban pasar los siguientes tres años al lado de Lord
Robert, como su propia guardia personal (Alayne habría sugerido siete, como la
Guardia Real, pero Robalito había insistido en que debía tener más caballeros
que el Rey Tommen), así que hombres mayores con mujeres e hijos no habían sido
invitados.
Y habían venido. Pensó Alayne orgullosa. Todos habían venido.
Todo se había desarrollado como Petyr dijo que lo haría el día que los
cuervos volaron. “Son jóvenes, ansiosos, hambrientos de aventura y renombre.
Lysa no les dejó ir a la guerra. Esto es lo siguiente mejor. Una oportunidad de
servir a su señor y demostrar sus habilidades. Vendrán. Incluso Harry el
Heredero.” Él había acariciado su pelo y besado su frente. “Qué hija más lista
eres.”
Era lista. El torneo, los premios, los caballeros alados, todo había
sido su idea. La madre de Lord Robert le había llenado de miedos, pero él
tomaba el coraje de los cuentos que le leía de Ser Artys Arryn, el legendario
Caballero Alado, fundador de la Casa. ¿Por qué no rodearle de Caballeros
Alados? Ella lo había pensado una noche, después de que Robalito finalmente se
durmiera. Su propia Guardia Real, para mantenerle a salvo y hacerle valiente. Y
tan pronto como le dijo a Petyr su idea hizo que se hiciera real. Él querría
estar allí para recibir a Ser Harrold. ¿Dónde podría haber ido?
Alayne descendió las escaleras de la torre para entrar en la galería
con pilares a la espalda del Gran Salón. Bajo ella, los sirvientes estaban
colocando las mesas para el festín de la tarde, mientras sus mujeres e hijas
barrían las viejas esteras y dispersaban las nuevas. Lord Nestor estaba
mostrando a Lady Waxley sus preciados tapices, con sus entrenos de caza. Los
mismos paneles habían colgado una vez en la Fortaleza Roja de Desembarco del
Rey, cuando Robert se sentaba en el Trono de Hierro. Joffrey los había quitado
y habían languidecido en un sótano hasta que Petyr Baelish acordó que se
trajeran al Valle como un regalo a Nestor Royce. No solo colgaban bellamente,
sino que el Gran Senescal se deleitaba en decir a todo aquel que le escuchara
que una vez habían pertenecido a un rey.
Petyr no estaba en el Gran Salón. Alayne cruzó la galería y descendió
las escaleras construidas en el amplio muro oeste, para llegar al ala interior
donde las justas tendrían lugar. Se habían alzado tribunas para aquellos que
quisieran ver el evento, con cuatro largas barreras entre ellas. Los hombres de
Lord Nestor estaban pintando las barreras con blanqueante, adornando las
tribunas con coloridas banderas y escudos colgantes en la puerta por la que los
competidores pasarían cuando hicieran su entrada.
Al norte del patio, tres pavos de justa se habían colocado y algunos
competidores habían cabalgado hacia ellos. Alayne les conocía por sus escudos:
las campanas de Belmore, las víboras verdes de los Lynderlys, el trineo rojo de
Breakstone, las piras negro y gris de los Tollet. Ser Mychel Redfort estaba
haciendo girar un pavo con un golpe perfectamente dirigido. Era uno de los favoritos
a ganarse las alas.
Petyr no estaba en allí, ni en ningún lugar del patio, pero ella se
volvió cuando oyó una voz llamarle. “¡Alayne!” gritó Myranda Royce, desde un
banco tallado en piedra bajo una haya, donde estaba sentada entre dos hombres.
Parecía necesitar ayuda. Sonriendo, Alayne caminó hacia su amiga.
Myranda llevaba un vestido gris de lana, una capa con capucha verde y
una mirada bastante desesperada. A cada lado suyo se sentaba un caballero. El
que estaba a su derecha tenía una barba entrecana, la cabeza calva y una
barriga que rebosaba donde el cinto para la espada debía estar. El que estaba a
su izquierda no debía tener más de dieciocho años y era delgado como una lanza.
Sus patillas pelirrojas solo servían parcialmente para ocultar sus llamativas
pecas rojas que poblaban su rostro.
El caballero calvo llevaba un sobreveste azul oscuro con el blasón de
un par de labios rosas. El pecoso pelirrojo contaba con nueve gaviotas blancas
en un campo marrón, lo que le marcaba como un Shett de Puerto Gaviota. Estaba
mirando tan intensamente a los pechos de Myranda que apenas se dio cuenta de la
llegada de Alayne hasta que Myranda se alzó para abrazarle. “Gracias, gracias,
gracias.” Le susurró Randa al oído, antes de girarse para decir “Señores, ¿les
puedo presentar a Alayne Piedra?”
“La hija del Lord Protector”, anunció el caballero calvo, todo
galante. Se alzó pesadamente. “Y tan hermosa como las historias cuentan de
ella, por lo que veo.” Para no quedar atrás, el pecoso caballero se levantó de
un salto y dijo: “Ser Ossifer dice la verdad, eres la más bella doncella en los
Siete Reinos”. Habría sido una reverencia más dulce si no lo hubiera dicho
mientras miraba a su pecho.
“¿Y ha visto a todas las doncellas, mi señor?” preguntó Alayne. “Eres
muy joven para haber viajado tanto.” Él se puso rojo, lo que solo hacía
resaltar más sus pecas. “No, mi señora. Soy de Puerto Gaviota.”
Y yo no lo soy, aunque Alayne naciera allí. Ella tendría que ser
cuidadoso con este. “Recuerdo Puerto Gaviota con afecto”, le comentó, con una
sonrisa tan vaga como placentera. A Myranda le dijo, “¿Sabes acaso dónde ha ido
mi padre, por un casual?”
“Déjeme llevarle hasta él, milady”.
“Espero que me perdonéis por arrebataros la compañía de Lady Myranda”,
dijo Alayne a los caballeros. No esperó réplica, pero tomó a la chica mayor del
brazo y la alejó del banco. Solo cuando estuvieron lejos de sus oídos le susurró
“¿Sabes dónde está mi padre?”
“Por supuesto que no. Camina rápido, mis nuevos pretendientes podrían
seguirte.” Myranda puso una mueca. “Ossifer Labios es el más aburrido caballero
del Valle, pero Uther Shett aspira a los laureles. Estoy rezando por un duelo
por mi mano y que se maten el uno al otro.”
Alayne se rió. “Seguramente Lord Nestor no se entretendría en
encontrar un pretendiente entre esos hombres.”
“Oh, podría. Mi lord padre está enfadado conmigo por matar a mi último
marido y meterle en problemas”.
“No fue tu culpa que muriera.”
“No había nadie más en la cama que yo recuerde”
Alayne no pudo más que callarse. El marido de Myranda había muerto
mientras hacía el amor con ella. “Esos hombre de Tres Hermanas que vinieron
ayer eran galantes”, dijo para cambiar de tema. “Si no te gusta Ser Ossifer o
Ser Uther, cásate con uno de ellos. Creo que el más joven era muy hermoso”.
“¿El de la capa de piel de foca?” Dijo Randa, incrédula. “Uno de sus
hermanos, entonces.”
Myranda giró los ojos. “Son de Tres Hermanas. ¿Conoces algún hombre de
allí que sepa justar? Limpian sus espadas con aceite de pescado y se lavan en
bañeras con agua de mar.”
“Bueno”, dijo Alayne “al menos son limpios.”
“Algunos tienen redes entre los dedos de los pies. Antes me casaría
con Lord Petyr. Entonces sería tu madre. ¿Cómo de pequeño es su meñique, lo
sabes?”
Alayne no se dignó a responder. “Lady Waynwood estará aquí pronto, con
sus hijos.”
“¿Es una promesa o una amenaza”dijo Myranda. “La primera Lady Waynwood
debió ser una mula, pienso. ¿Cómo se explica si no que todos los hombres
Waynwood tengan cara de caballo? Si alguna vez me casara con un Waynwood le
haría jurar un voto por el cual debería ponerse el yelmo siempre que me
quisiera follar, y mantener el visor bajado.” Dio un pellizco a Alayne en el
brazo. “Mi Harry estará con ellos, creo. Me doy cuenta de que le omites. Nunca
perdonaré que me lo arrebates. Es el chico con el que me quería casar.”
“El compromiso fue cosa de mi padre”. Protestó Alayne, como había
hecho cien veces antes. Solo está bromeando, se dijo… pero tras las bromas ella
podía sentir el dolor.
Myranda se detuvo a mirar a través del patio a los caballeros que
practicaban. “Ahí está el tipo de marido que necesito.”
Unos pocos pies más allá, dos caballeros estaban luchando con espadas
romas para prácticas. Sus espadas chocaron dos veces, entonces se deslizaron
solo par ser bloqueadas por escudos que se alzaron, pero el hombre más grande
cayó al suelo tras el impacto. Alayne no podía ver el frente del escudo desde
donde estaba, pero su atacante portaba tres cuervos volando, cada uno de ellos portando
un corazón rojo entre sus garras. Tres corazones y tres cuervos. Ella supo en
ese momento como acabaría esa lucha.
Pocos momentos después el hombre más grande estaba despatarrado y
aturdido con su yelmo torcido. Cuando su escudero se lo quitó para dejar
desnuda su cabeza había sangre goteando de su cabeza. Si las espadas no fueran
romas habría sesos también. El último golpe había sido tan duro que Alayne
había hecho un gesto de dolor mientras se daba. Myranda Royce observó
concienzudamente al vencedor. “¿Crees que si se lo preguntara amablemente Ser
Lyn mataría a mis pretendientes por mí?”
“Podría, por una generosa bolsa de oro”. Ser Lyn Corbray estaba
siempre y desesperadamente carente de oro, y todo El Valle lo sabía.
“Por desgracia, solo tengo un buen par de tetas gordas. Aunque con Ser
Lyn, una salchicha gorda bajo mi falda me sería más útil.” La risa de Alayne
llamó la atención de Corbray. Dio su escudo a su tosco escudero, se quitó su
yelmo y se arregló su pelo.
“Señoras”. Su largo pelo marrón caía sobre su frente por el sudor.
“Bien golpeado, Ser Lyn”. Alayne le comentó. “Aunque temo que hayas
dejado sin sentido al pobre Ser Owen.” Corbray volvió la mirada hacia su rival
que estaba siendo ayudado a salir del patio por su escudero. “No tenía mucho
sentido antes, o no me hubiera retado”.
Hay verdad en ello, pensó Alayne, pero algún demonio travieso estaba
en ella esa mañana, así que decidió darle a Ser Lyn una estocada de cuenta
propia. Sonriendo dulcemente, dijo: “Mi lord padre me ha dicho que la nueva
mujer de tu hermano está en cinta.”
Corbray le dirigó una oscura mirada. “Lyonel manda sus disculpas. Él
se encuentra en Hogar con la hija de un vendedor, esperando a que su barriga
crezca como si fuera la primera vez que dejara a una moza embarazada.”
Oh, es una herida abierta, pensó Alayne. La primera mujer de Lyonel
Corbray no le había dado más que frágiles y enfermos bebés que murieron en su
infancia, y durante todos esos años Ser Lyn se había mantenido como heredero de
su hermano. Cuando la pobre mujer finalmente murió, sin embargo, Petyr Baelish
había aparecido para arreglar un nuevo matrimonio para Lord Corbray. La segunda
Lady Corbray tenía dieciséis años, la mujer de un rico comerciante de Puerto
Gaviota. Había venido con una inmensa dote y los hombres decían que ella era
alta, robusta, una chica sana con grandes tetas, buenas y anchas caderas. Y
fértil, también, parecía. “Todos rezamos a la Madre para que conceda a Lady
Corbray un parto fácil y un niño sano”, dijo Myranda.
Alayne no pudo reprimirse. Sonrió y dijo: “Mi padre siempre está
encantado de estar al servicio de uno de los más leales banderizos de Lord
Robert. Estoy seguro de que estaría encantado de concertar otro matrimonio para
ti también, Ser Lyn.”
“Qué amable de su parte”, los labios de Corbray se volvieron en algo
que parecía una sonrisa, aunque le dio a Alayne un escalofrío. “¿Pero qué
necesidad tengo de herederos si no tengo tierras y voy a permanecer así,
gracias a nuestro Lord Protector? No, di a tu señor padre que no necesito ninguna
de sus mulas de crianza”.
El veneno de su voz era tan denso que por un momento casi olvidó que
Lyn Corbray era el títere de su padre, comprado y pagado por ello. ¿O no lo
era? Quizás, en lugar de ser un hombre de Petyr haciéndose pasar por su
enemigo, era en realidad su enemigo haciéndose pasar por su hombre haciéndose
pasar por su enemigo.
Solo pensar en ello le hacía dar vueltas la cabeza. Alayne se dio la
vuelta abruptamente del patio y se chocó con un hombre bajo, de rostro afilado
con un cepillo de pelo naranja que tenía detrás suya. Su mano le cogió y agarró
de su brazo antes de que cayera. “Mi señora. Mis perdones si le tomé
desprevenida”.
“La culpa fue mía. No le vi parado allí.” “Nosotros los ratones somos
criaturas silenciosas.” Ser Shadrich era tan bajo que podría pasar por un
escudero, pero su rostro pertenecía al de un hombre mucho mayor. Ella vió
largas leguas en las arrugas de la comisura de su boca, viejas batallas en la
cicatriz bajo su oído y una dureza tras sus ojos que ningún chico podría tener.
Este era un hombre adulto. Sin embargo, incluso Randa era más alto que él.
“¿Estás también buscando alas?” dijo la chica Royce. “Un ratón con alas
sería una divertido de ver”.
“¿Quizás intente el combate cuerpo a cuerpo en su lugar?”. Sugirió
Alayne.
El combate cuerpo a cuerpo era un postre, una concesión para todos los
hermanos, tíos, padres y amigos que habían acompañado a los competidores a las
Puertas de la Luna para verles ganar sus alas doradas, pero habría premios para
los campeones, y una oportunidad de ganar recompensas.
“Una buena melée es todo lo que un caballero errante puede desear,
salvo que se encuentre una bolsa de dragones. Y eso no es muy probable, ¿no?”
“Supongo que no. Pero debes excusarnos, señor, tengo que encontrar a
mi señor padre”.
Cuernos sonaron desde lo alto del muro. “Demasiado tarde”, dijo
Myranda “Están aquí. Tendremos que hacer los honores nosotras.” Sonrió. “La
última en llegar a la puerta se tendrá que casar con Uther Shett”.
Hicieron una carrera, raudas a lo largo del patio y a través de los
establos, con las faldas volando, mientras caballeros y sirvientes las miraban,
y cerdos y pollos se disgregaban a su paso. No era muy digno de una dama, pero
Alayne se encontró riendo. Por un pequeño momento, se olvidó de quién era, y
dónde estaba estaba, y se sorprendió recordando días brillantes y fríos en
Invernalia, cuando ella corría con su amiga Jeyne Poole, mientras Arya iba
detrás intentando alcanzarles.
Cuando llegaron al portón ambas estaban con la cara roja y sudando.
Myranda había perdido su capa en algún lugar por el camino. Habían llegado
justo a tiempo. Las compuertas habían sido alzadas y una columna de jinetes de
veinte hombres estaba pasando bajo ella. A su cabeza cabalgaba Anya Waynwood,
Señora de Roble de Hierro, adusta y delgada, con su pelo gris recogido con una
bufanda. Su capa de montar era de lana dura ribeteada de piel marrón, y asida
junto a su cuello por un broche nielado con la forma de la rueda rota de su
Casa.
Myranda Royce dio un paso adelante e hizo una reverencia. “Lady Anya.
Bienvenida a las Puertas de la Luna.”
“Lady Myranda. Lady Alayne.” Anya Waynwood inclinó su cabeza hacia
cada una. “Es bueno por vuestra parte el recibirnos. Permíteme presentar a mi
nieto, Ser Roland Waynwood”. Inclinó la cabeza hacia el caballero del que
hablaba. “Y este es mi más joven hijo, Ser Wallace Waynwood. Y por supuesto mi
pupilo, Ser Harrold Hardyng.”
Harry el Heredero, pensó Alayne. Mi futuro marido, si él me quiere. Un
súbito terror la llenó. Se preguntó si su rostro estaba rojo. No le mires,
recordó para si misma, no mires, no le admires, no te quedes embobada. Mira a
otro lado. Su pelo debía ser un desastre tras esa carrera. Le tomó toda su
voluntad impedirse intentar poner las mechas del pelo en su sitio. No te
preocupes de tu estúpido pelo. Tu pelo no importa. Es él quien importa. Él, y
los Waynwoods.
Ser Roland era el más mayor de los tres, aunque no mayor de
veinticinco. Era más alto y musculoso que Ser Wallace, pero ambos tenían
rostros largas y la cara chupada, con hebras de pelo marrón y narices
contraídas. Feos y con cara de caballo, pensó Alayne.
Harry, sin embargo…
Mi Harry. Mi señor, mi amante, mi prometido.
Ser Harrold Hardyng parecía hasta la última pulgada cómo un futuro
lord; con buenas proporciones y hermoso, rígido como una lanza, duro con
músculos. Hombres lo suficientemente mayores como para haber conocido a Jon
Arryn en su juventud decían que Ser Harrold se le parecía, lo sabía. Tenía un
pelo rubio arenoso, ojos azules pálidos, una nariz aguileña. Joffrey también
era hermoso, cierto, recordó. Un hermoso monstruo, es lo que era era. El
pequeño Lord Tyrion era más amable, por muy deforme que fuera.
Harry le estaba mirando. Sabe quién soy, se dio cuenta, y no parece
contento de verme. Fue solo entonces cuando se dio fijó en su heráldica. Aunque
su sobreveste y los jaeces del caballo tenían los patrones de los diamantes
rojos y blancos de la Casa Hardyng, su escudo era cuarteado. Las armas de
Hardyng y Waynwood estaban dispuestas en el primer y tercer cuarto,
respectivamente, pero en el segundo y cuarto llevaba la luna y el halcón de la
Casa Arryn, azul cielo y crema. A Robalito no le gustaría eso.
Ser Wallace dijo, “¿Somos los u-u-últimos?”
“Lo sois, señores” replicó Myranda Royce, ignorando absolutamente el
tartamudeo.
“¿Cu-cu-cuándo las ju-ju-justas comenzarán?”
“Oh, pronto, rezo por ello” dijo Randa. “Algunos de los competidores
llevan aquí desde casi un ciclo de luna, participando de la carne e hidromiel
que les proporciona mi padre. Todos buenos hombres, y muy valientes…aunque
comen mucho.”
Los Waynwood rieron y hasta Harry el Heredero sacó una pequeña
sonrisa. “Estaba nevando en los pasos, de lo contrario habríamos llegado aquí
antes”, dijo Lady Anya.
“Si supiéramos que esta belleza nos esperaría en las Puertas,
habríamos volado” dijo Ser Roland. Aunque sus palabras estaban dirigidas a
Myranda Royce, sonrió a Alayne cuando las decía.
“Para volar necesitaréis alas”, replicó Randa, “y hay aquí algunos
caballeros que podrían tener algo que decir con respecto a eso.”
“Estoy esperando tener esa animosa discusión”. Ser Roland se bajó del
caballo, se giró hacia Alayne, y sonrió “Había oído que la hija de Lord Meñique
era de rostro bello y llena de gracia, pero nadie me dijo que era una ladrona”.
“Me ofende, mi señor. ¡No soy una ladrona!”
Ser Roland puso su mano sobre su corazón. “¿Cómo explicar si no este
agujero en mi pecho, de dónde has robado mi corazón?”
“Solo te está to-tomando el pelo, mi señora”, tartamudeó Ser Wallace.
“Mi so-so-sobrino nunca ha tenido un co-co-corazón”.
“La rueda Waynwood tiene una rueda tuerta, y aquí tenemos a mi tío”.
Ser Roland dio un cachete a Wallace detrás de su oído. “Los escuderos deben
estar callados mientras los caballeros están hablando.”
Ser Wallace se puso rojo. “Ya no soy un es-escudero, mi señora. Mi
so-sobrino sabe bien que fui a-ar-arm-a-ar-arm….”
“¿Nombrado caballero?” Alayne sugirió gentilmente.
“Nombrado”, dijo Wallace Waynwood, agradecido.
Robb tendría su edad, si estuviera vivo, no pudo dejar de pensar, pero
Robb murió siendo un rey, y este es solo un chico.
“Mi señor padre os ha asignado cuartos en la Torre Este”. Le contaba
Lady Myranda a Lady Waynwood, “pero temo que vuestros caballeros deban
compartir una cama. Las Puertas de la Luna nunca fueron hechas para alojar
tantos nobles visitantes.”
“Estará en la Torre Halcón, Ser Harrold”, dijo Alayne. Lejos de
Robalito. Esto era intencional, lo sabía. Petyr Baelish no dejaba estas cosas
al azar. “Si le place, le enseñaré sus estancias yo misma”. Esta vez sus ojos
se encontraron con los de Harry. Ella sonrió solo para él, e hizo una
silenciosa plegaria a la Doncella. Por favor, no necesito que me ame, solo que
le guste, solo un poco, eso será suficiente por ahora.
Ser Harrold la miró fríamente. “¿Por qué debería ir escoltado a algún
lado por la bastarda de Meñique?”
Los tres Waynwood le miraron de soslayo. “Eres un huésped aquí,
Harry”, le reprochó Lady Anya, con un tono helado. “Espero que lo recuerdes.”
La armadura de una dama es su cortesía. Alayne podía sentir la sangre
sobre su rostro. Sin lágrimas, rezó. Por favor, por favor, no debo llorar.
“Como deseéis, señor. Y ahora si me excusas, la bastarda de Meñique debe
encontrar a su lord padre y hacerle saber que has venido, para poder empezar el
torneo en la mañana.” Y espero que tu caballo caiga, Harry el Heredero, así que
te caigas sobre tu estúpida cabeza en el primer lance. Mostró a los Waynwood un
rostro de piedra mientras ellos soltaban torpes disculpas por su compañía.
Cuando acabaron se dio la vuelta y marchó.
Cerca del fuerte, chocó con Ser Lothor Brune y casi le derriba.
“¿Harry el Heredero? Harry el Imbécil, diría yo. Es solo un escudero que ha
ascendido demasiado.”
Alayne estaba tan agradecida que le abrazó. “Gracias. ¿Habéis visto a
mi padre, señor?”
“Abajo en las criptas”, dijo Ser Lothar, “inspeccionando los graneros
de Lord Nestor con Lord Grafton y Lord Belmore.”
Las criptas eran grandes, oscuras y sucias. Alayne encendió una
candela y se agarró la falda mientras descendía. Casi al final oyó la estridente
voz de Lord Grafton y la siguió.
“Los mercaderes están clamando para comprar y los lores clamando para
vender”, estaba diciendo el de Puerto Gaviota cuando les encontró. Aunque no
era un hombre alto, Grafton era ancho, con amplios brazos y hombros. Su pelo
era como un mocho sucio rubio. “¿Cómo voy a parar eso, mi señor?”
“Pon guardias en los muelles. Si es necesario, retén los barcos. Cómo
no importa, mientras no haya comida que salga de El Valle.”
“Esos precios, sin embargo…” protestó el gordo Lord Belmore, “…esos
precios son más que justos”.
“Tú dices más que justos, mi señor. Yo digo que menos de lo que
desearíamos. Espera. Si es necesario, compra tú la comida y mantenla encerrada.
El invierno se acerca. Los precios subirán.”
“Quizás” dijo Belmore, dudoso.
“Yohn Bronce no esperará”, se quejó Grafton. “Él no necesita mandar
barcos desde Puerto Gaviota, tiene sus propios puertos. Mientras estamos
acumulando nuestras cosechas, Royce y los otros Señores Recusadores convertirán
las suyas en plata, estate seguro de eso.”
“Esperemos eso” dijo Petyr. “Cuando sus graneros estén vacíos,
necesitarán cada pieza de su plata para comprarnos sustento a nosotros. Y
ahora, si me excusa mi señor, parece que mi hija me necesita.”
“Lady Alayne”, dijo Lord Grafton. “Parecen brillantes tus ojos esta
mañana.”
“Eres amable de decir eso, mi señor. Padre, siento interrumpir, pero
pensé que querría saber que los Waynwood han llegado.”
“¿Y está Ser Harrold con ellos?”
El horrible Ser Harrold. “Lo está.” Lord Belmore se río. “Nunca pensé
que Royce le dejaría venir. ¿Es ciego o solamente estúpido?”
“Es honorable. Algunas veces significa lo mismo. Si él negaba al
muchacho la oportunidad de probarse, podría crear un enfrentamiento entre
ellos, así que ¿por qué no dejarle justar? El chico no tiene habilidad
suficiente para ganar un puesto ente los Caballeros Alados.”
“Supongo que no”, dijo Belmore a regañadientes. Lord Grafton besó a
Alayne en la mano, y los dos lores se fueron, dejándola a solas con su señor
padre. “Ven,” dijo Petyr, “camina conmigo.”. Le tomó del brazo y le condujo a
un lugar más profundo entre las criptas, pasada una mazmorra vacía. “¿Y cómo
fue tu primer encuentro con Harry el Heredero?”
“Es horrible.”
“El mundo está lleno de horrores, cariño. Ya deberías saber eso. Ya
has visto suficientes.”
“Sí,” dijo ella “¿pero por qué debe ser tan cruel? Me llamó tu
bastardo. En mitad del patio, enfrente de todo el mundo.”
“Hasta donde él sabe, es lo que eres. El casamiento nunca fue su idea,
y Yohn Bronce sin duda le habrá advertido de mis artimañas. Eres mi hija. No se
fía de ti y cree que eres inferior a él.”
“Bueno, no lo soy. Él puede pensar que es un gran caballero, pero Ser
Lothor dice que es solo un escudero que ha llegado demasiado alto”.
Petyr puso un brazo alrededor suyo. “Sí, lo es, pero es también el
heredero de Robert. Traer a Harry aquí era solo la primera parte de nuestro
plan, pero ahora tenemos que mantenerle, y solo tú puedes hacer eso. Tiene una
debilidad por las caras bonitas, ¿y qué cara es más bonita que la tuya? Encántale.
Embelésale. Embrújale.”
“No sé cómo”, dijo con tristeza.
“Oh, creo que sí lo sabes”. dijo Meñique, en una de esas sonrisas que
llegaban a sus ojos. “Tú serás la más bella mujer en el salón esta noche, tan
hermosa como tu madre a tu edad. No puedo sentarte en la tarima conmigo, pero
tendrás un puesto de honor alto y debajo un candelabro en un muro. El fuego
hará brillar tu pelo y todos verán lo bello que es tu rostro. Mantén una
cuchara larga para alejar a los escuderos, cariño. No querrás tener a niños
verdes cerca cuando los caballeros vengan a pedir tu favor.”
“¿Quién querría pedir el favor de una bastarda?”
“Harry, si tuviera el cerebro que los dioses dan a un ganso… pero no
lo tiene. Elige otro galán y concédele el favor. No querrás verle demasiado
pronto.”
“No”, dijo Alayne. “Lady Waynwood insistirá en que Harry baile
contigo, eso te lo puedo prometer. Esa será tu oportunidad. Sonríe al chico.
Tócale cuando hables. Búrlale, para picar su orgullo. Si parece que responde,
dile que te sientes agobiada y pídele que te lleve afuera a respirar un poco de
aire puro. Ningún caballero podría negarle esa petición a una bella dama.”
“Sí,” dijo “pero él piensa que soy una bastarda.”
“Una bella bastarda, y la hija del Lord Protector.” Petyr la acercó y
besó en ambas mejillas. “La noche te pertenece, querida. Recuerda eso,
siempre.”
“Lo intentaré, padre” dijo ella.
El festín provó ser todo lo que su padre había prometido. Sesenta y
cuatro platos fueron servidos, en honor de los sesenta y cuatro competidores
que habían venido a competir por las alas de plata ante su señor. De los ríos y
los lagos vino lucio, trucha y salmón, de los mares cangrejos, bacalao y
arenques. Había patos, y capones, pavos con sus plumas y cisnes en leche de
almendras. Lechones eran servidos con manzanas en su boca, y tres grandes toros
habían sido asados en las chimeneas del patio del castillo, ya que habían sido
demasiado grandes para pasar por las puertas de la cocina. Hogazas de pan
caliente llenaban las mesas de caballete del salón de Lord Nestor, y enormes
ruedas de queso fueron traídas de las criptas. La mantequilla estaba recién
batida, y había puerros y zanahorias, cebollas asadas, remolachas, nabos y
chirivías.
Y lo mejor de todo, los cocineros de Lord Nestor habían preparado una
espléndida sutileza, un pastel de limón con la forma de Lanza del Gigante, de
doce pies de alto y un Nido de Águilas hecho de azúcar.
Por mí, pensó Alayne, cuando la traían. A Robalito le gustaban también
los pasteles de limón, pero solo después de que ella dijera que eran sus
favoritos. La tarta había requerido cada limón del Valle, pero Petyr había
prometido que mandaría traer más de Dorne. Había regalos también, espléndidos
regalos. Cada competidor recibió una capa de tela de plata y un broche
lapislázuli con la forma de un par de alas de halcón. Finas dagas de plata
fueron entregadas a padres y hermanos que habían venido a presenciar las
justas. Para las madres, hermanas y damas había rollos de tela de seda y
encajes de Myr.
“Lord Nestor nos recibe con su generosa mano” escuchó Alayne decir a
Serd Edmund Breakstone. “Su generosa mano y un meñique”, replicó Lady Waynwood,
con un gesto hacia Petyr Baelish. Breakstone no tardó en entender su
significado. La verdadera fuente de generosidad no era Lord Nestor sino el Lord
Protector.
Cuando el último plato había sido servido y recogido, las mesas fueron
alzadas de sus sitios para dejar espacio para el baile, y los músicos entraron.
“¿No hay cantantes?” preguntó Ben Coldwater.
“El pequeño señor no les soporta” respondió Ser Lymond Lynderly. “No
desde Marillion.”
“Ah… ése es el hombre que asesinó a Lady Lysa, ¿no?”
Alayne alzó la voz. “Su música le complacía mucho, y ella le mostró
demasiado favor, quizás. Cuando se casó con mi padre se volvió loco y la empujó
por la Puerta de la Luna. Lord Robert ha odiado a los cantantes desde entonces.
Sin embargo, aún sigue gustándole la música.”
“Como a mí”, dijo Coldwater. Alzándose, le ofreció su mano a Alayne.
“¿Me honrarías con este baile, mi señora?”
“Es muy amable” dijo, mientras él la conducía hacia la pista. Fue su
primer compañero esa tarde, pero estuvo lejos de ser último. Como Petyr había
prometido, los jóvenes caballeros acudían a ella, rivalizando por su favor.
Tras Ben vino Andrew Tollett, el bello Ser Byron, Ser Morgath con su nariz
roja, y Ser Shadrich el Ratón Loco. Tras él Ser Albar Royce, el corpulento y aburrido
hermano de Myranda y heredero de Lord Nestor. Bailó con los tres Sunderland,
ninguno de los cuales tenía redes entre los dedos, aunque no pudo saber nada de
si lo tenían en los dedos de los pies. Uther Shett apareció para ofrecerle sus
babosos cumplidos mientras le pisaba los pies, pero Ser Taegon el Medio Salvaje
provó ser el alma de la cortesía. Tras ellos, Ser Roland Waynwood la recogió y
la hizo reír con sus comentarios burlándose de la otra mitad de caballeros del
salón. Su tío Wallace tomó su turno también e intentó hacer lo mismo, pero no
le venían las palabras. Alayne finalmente sintió lástima de él y empezó a
parlotear alegremente para excusar su vergüenza. Cuando el baile acabó, se
excusó y volvió a su sitio a beber un vaso de vino.
Y allí se encontraba el mismo Harry el Heredero; alto, hermoso,
ceñudo: “Lady Alayne, ¿podría ser tu compañero en este baile?”
Ella lo pensó un momento. “No. No lo creo.”
El color inundó sus mejillas. “Fui imperdonablemente rudo contigo en
el patio. Debes perdonarme.”
“¿Debo?” Ella se tocó el pelo, dio un sorbo de vino y le hizo esperar.
“¿Cómo puedo perdonar a alguien que ha sido imperdonablemente rudo? ¿Me lo
explicarías, señor?”
Ser Harrold pareció confuso. “Por favor. Un baile.”
Encántale. Embelésale. Embrújale. “Si insistes.”
Él asintió, le ofreció su brazo y le llevó al piso. Mientras esperaban
a que la música volviera, Alayne miró al estrado, donde Lord Robert se sentaba
mirándoles. Por favor, rezó, no hagas que empiece a retorcerse y temblar. No
aquí. No ahora. El maestre Coleman se habría asegurado de que bebiera una
fuerte dosis de leche dulce antes del festín, pero incluso así…
Entonces los músicos comenzaron a tocar y ella estaba bailando.
Di algo, se urgió a sí misma. Nunca harás que Ser Harry te quiera si
no tienes valor para hablar con él. ¿Le debo decir lo bien que baila? No,
probablemente lo haya oído una docena de veces esta noche. Además, Petyr dijo
que no debía parecer ansiosa. En lugar de eso dijo: “He oído que vas a ser
padre”. No es algo que la mayoría de las chicas fueran a decir a su futuro
compromiso, pero quería ver si Ser Harrold mentiría.
“Si. Cissy era bonita cuando retozamos, pero tras dar a luz se quedó
tan gorda como una vaca, así que Lady Anya organizó que se casara con uno de
sus hombres de armas. Es diferente con Azafrán.”
“¿Azafrán?” Alayne intentó no reírse. “¿De verdad?” Ser Harrold tuvo
la gracia de sonrojarse. “Su padre dice que ella es más preciada para él que el
oro. Es rico, el hombre más rico de Puerto Gaviota. Una fortuna en especias.”
“¿Cómo llamarás al bebé?” preguntó. “¿Canela si es una chica? ¿Clavo
si es chico?”
Eso casi le hizo tropezar. “Mi señora bromea.”
“Oh, no”, Petyr aullará cuando le diga lo que he dicho. “Azafrán es
muy bella, ¿sabes? Alta y delgada, con grandes ojos marrones y pelo como miel.”
Alayne alzó su cabeza. “¿Más bella que yo?”
Ser Harrold estudió su rostro. “Tú eres lo suficientemente bella, te
lo concedo. Cuando Lady Anya me habló por primera vez del enlace, temía que te
parecieras a tu padre.”
“¿Con la barba de punta y todo?”Alayne rió.
“Nunca quise decir…”
“Espero que justes mejor de lo que hablas.”
Por un momento él pareció impactado. Pero mientras la canción estaba
acabando, se echó a reír. “Nadie me dijo que eras lista.”
Tiene unos bonitos dientes, pensó ella, lisos y blancos. Y cuando
sonríe, tiene los más bonitos hoyuelos. Ella deslizó un dedo sobre su mejilla.
“Si alguna vez nos casamos, mandarás a Azufre de vuelta a su padre. Seré todo
el picante que tú querrás.”
Él sonrió. “Mantendré esa promesa, mi señora. Hasta ese día, ¿podría
llevar tu favor en el torneo?”
“No podrás. Se lo he prometido… a otro.” No sabía aún a quién, pero sabía
que encontraría a alguien.
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