Hace ya bastante tiempo, al poco de publicar Danza de Dragones en Estados Unidos, George R. R. Martin colgó en su página web (aquí) el primer capítulo de adelanto de Winds of Winter. El autor pretenede así hacernos más corta la espera hasta la llegada del sexto libro de la saga, pero parece que todavía tardaremos bastante en tener entre las manos Vientos de Invierno. Por eso mismo dejo aquí la taducción del capítulo que Martin colgó en su web, protagonizado por Theon.
THEON
La voz del rey sonaba ahogada por la rabia. —Sois peor pirata que Salladhor Saan.
Theon Greyjoy abrió los ojos. Los hombros le ardían y no podía mover las manos. Durante lo que dura la mitad de un latido, temió estar de regreso en su antigua celda de Fuerte Terror, y que la mezcla de recuerdos en su cabeza no fuera más que un sueño febril. Se había dormido, comprendió. Eso, o se había desmayado por el dolor. Cuando trató de moverse, se balanceó de lado a lado, con la espalda arañando la piedra. Colgaba de un muro dentro de una torre, con las muñecas encadenadas a un par de oxidados aros de hierro.
El aire apestaba a turba quemada. El suelo era tierra aplastada. Escalones de madera subían en espiral por dentro de las paredes hasta llegar al techo. No vio ventanas. La torre era húmeda, oscura y sin confort alguno. Una silla de alto respaldo y una mesa arañada que descansaba sobre tres caballetes constituían su único mobiliario. No había ningún retrete a la vista, aunque Theon vio un orinal en un sombrío hueco. La única luz provenía de las velas sobre la mesa. Sus pies colgaban a seis pies por encima del suelo.
—Las deudas de mi hermano —murmuraba el rey—. Las de Joffrey también, aunque esa abominación bastarda no fuera de mi familia.
Theon se retorció en sus cadenas. Él conocía esa voz. Stannis. Theon Greyjoy rió. Una punzada de dolor subió por sus brazos, desde los hombros hasta las muñecas. Todo lo que había hecho, todo lo que había sufrido, Foso Cailin, Fuerte Túmulo e Invernalia, Abel y sus lavanderas, Carroña y sus Umbers, el viaje a través de la nieve, todo eso solo había servido para cambiar un torturador por otro.
—Alteza —dijo suavemente una segunda voz—. Perdonad, pero vuestra tinta se ha congelado. —El braavosi, supo Theon. ¿Cuál era su nombre? Tycho… Tycho algo.. — ¿Quizá un poco de calor…?
Theon Greyjoy abrió los ojos. Los hombros le ardían y no podía mover las manos. Durante lo que dura la mitad de un latido, temió estar de regreso en su antigua celda de Fuerte Terror, y que la mezcla de recuerdos en su cabeza no fuera más que un sueño febril. Se había dormido, comprendió. Eso, o se había desmayado por el dolor. Cuando trató de moverse, se balanceó de lado a lado, con la espalda arañando la piedra. Colgaba de un muro dentro de una torre, con las muñecas encadenadas a un par de oxidados aros de hierro.
El aire apestaba a turba quemada. El suelo era tierra aplastada. Escalones de madera subían en espiral por dentro de las paredes hasta llegar al techo. No vio ventanas. La torre era húmeda, oscura y sin confort alguno. Una silla de alto respaldo y una mesa arañada que descansaba sobre tres caballetes constituían su único mobiliario. No había ningún retrete a la vista, aunque Theon vio un orinal en un sombrío hueco. La única luz provenía de las velas sobre la mesa. Sus pies colgaban a seis pies por encima del suelo.
—Las deudas de mi hermano —murmuraba el rey—. Las de Joffrey también, aunque esa abominación bastarda no fuera de mi familia.
Theon se retorció en sus cadenas. Él conocía esa voz. Stannis. Theon Greyjoy rió. Una punzada de dolor subió por sus brazos, desde los hombros hasta las muñecas. Todo lo que había hecho, todo lo que había sufrido, Foso Cailin, Fuerte Túmulo e Invernalia, Abel y sus lavanderas, Carroña y sus Umbers, el viaje a través de la nieve, todo eso solo había servido para cambiar un torturador por otro.
—Alteza —dijo suavemente una segunda voz—. Perdonad, pero vuestra tinta se ha congelado. —El braavosi, supo Theon. ¿Cuál era su nombre? Tycho… Tycho algo.. — ¿Quizá un poco de calor…?
—Conozco una manera más rápida. —Stannis desenvainó su daga. Por un instante, Theon pensó que iba a apuñalar al banquero. “No obtendréis una gota de sangre de ese, mi señor”, podría haberle dicho. El rey apoyó la hoja de su cuchillo contra la yema de su pulgar izquierdo, y cortó—. Así. Firmaré con mi propia sangre. Eso debería hacer felices a vuestros amos.
—Si eso complace a Vuestra Alteza, complacerá al Banco de Hierro. —Stannis mojó una pluma en la sangre que brotaba de su pulgar y garabateó su nombre en la pieza de pergamino.
—Partiréis hoy. Lord Bolton puede atacarnos pronto. No os quiero atrapado en medio de la lucha.
—También yo lo preferiría—. El braavosi deslizó el rollo de pergamino dentro de un tubo de madera. —Espero tener el honor de servir a Vuestra Alteza de nuevo cuando estéis sentado en el Trono de Hierro.
—Esperáis tener vuestro oro de vuelta, queréis decir. Ahorraos vuestras galanterías. Es efectivo lo que necesito de Braavos, no vacías cortesías. Decidle al guardia de fuera que necesito a Justin Massey.
—Con placer. El Banco de Hierro siempre se alegra de ser útil—. El banquero hizo una reverencia.
Cuando salía por la puerta, entró otra persona; un caballero. Los caballeros del rey habían estado yendo y viniendo toda la noche, recordó débilmente Theon. Este parecía ser el pariente del rey. Delgado, de pelo oscuro y ojos duros, con la cara marcada por la viruela y viejas cicatrices, vestía una desvaída túnica bordada con tres polillas.
—Mi señor, —anunció— el maestre está fuera. Y Lord Arnolf envía noticia de que estará encantado de desayunar con vos.
—¿El hijo también?
—Y los nietos. Además, Lord Wull solicita audiencia. Quiere…
—Sé lo que quiere. —El rey señaló a Theon—. A él. Wull lo quiere muerto. Flint, Norrey… todos ellos lo quieren muerto. Por los niños que mató. Venganza para su precioso Ned.
—Si eso complace a Vuestra Alteza, complacerá al Banco de Hierro. —Stannis mojó una pluma en la sangre que brotaba de su pulgar y garabateó su nombre en la pieza de pergamino.
—Partiréis hoy. Lord Bolton puede atacarnos pronto. No os quiero atrapado en medio de la lucha.
—También yo lo preferiría—. El braavosi deslizó el rollo de pergamino dentro de un tubo de madera. —Espero tener el honor de servir a Vuestra Alteza de nuevo cuando estéis sentado en el Trono de Hierro.
—Esperáis tener vuestro oro de vuelta, queréis decir. Ahorraos vuestras galanterías. Es efectivo lo que necesito de Braavos, no vacías cortesías. Decidle al guardia de fuera que necesito a Justin Massey.
—Con placer. El Banco de Hierro siempre se alegra de ser útil—. El banquero hizo una reverencia.
Cuando salía por la puerta, entró otra persona; un caballero. Los caballeros del rey habían estado yendo y viniendo toda la noche, recordó débilmente Theon. Este parecía ser el pariente del rey. Delgado, de pelo oscuro y ojos duros, con la cara marcada por la viruela y viejas cicatrices, vestía una desvaída túnica bordada con tres polillas.
—Mi señor, —anunció— el maestre está fuera. Y Lord Arnolf envía noticia de que estará encantado de desayunar con vos.
—¿El hijo también?
—Y los nietos. Además, Lord Wull solicita audiencia. Quiere…
—Sé lo que quiere. —El rey señaló a Theon—. A él. Wull lo quiere muerto. Flint, Norrey… todos ellos lo quieren muerto. Por los niños que mató. Venganza para su precioso Ned.
—¿Los complaceréis, Alteza?
—Ahora mismo, el cambiacapas me es más útil vivo. Tiene conocimientos que podemos necesitar. Traed dentro al maestro.
—El rey tomó un pergamino de la mesa y entrecerró los ojos sobre él. Una carta, sabía Theon. Su roto sello era de cera negra, dura y brillante. Sé lo que dice, pensó, entre risitas. Stannis miró arriba.
—El cambiacapas se remueve.
—Theon. Mi nombre es Theon. —Tenía que recordar su nombre.
—Sé tu nombre. Sé lo que hiciste.
—La salvé. —El muro exterior de Invernalia tenía ochenta pies de alto, pero en la zona donde había saltado, la nieve se había apilado hasta una profundidad de más de cuarenta. Una almohada blanca y fría. La chica se había llevado la peor parte. Jeyne, su nombre es Jeyne, pero ella nunca se lo diría. Theon había aterrizado sobre ella y había roto alguna de sus costillas—. Salvé a la chica, —dijo—. Escapamos.
—Ahora mismo, el cambiacapas me es más útil vivo. Tiene conocimientos que podemos necesitar. Traed dentro al maestro.
—El rey tomó un pergamino de la mesa y entrecerró los ojos sobre él. Una carta, sabía Theon. Su roto sello era de cera negra, dura y brillante. Sé lo que dice, pensó, entre risitas. Stannis miró arriba.
—El cambiacapas se remueve.
—Theon. Mi nombre es Theon. —Tenía que recordar su nombre.
—Sé tu nombre. Sé lo que hiciste.
—La salvé. —El muro exterior de Invernalia tenía ochenta pies de alto, pero en la zona donde había saltado, la nieve se había apilado hasta una profundidad de más de cuarenta. Una almohada blanca y fría. La chica se había llevado la peor parte. Jeyne, su nombre es Jeyne, pero ella nunca se lo diría. Theon había aterrizado sobre ella y había roto alguna de sus costillas—. Salvé a la chica, —dijo—. Escapamos.
Stannis resopló.
—Caísteis. Umber la salvó. Si Mors Carroña y sus hombres no hubieran estado en el exterior del castillo, Bolton os habría recuperado a ambos en unos instantes.
Carroña. Theon recordó. Un hombre viejo, grande y poderoso, de rostro rubicundo y barba blanca y desgreñada. Se sentaba en una silla alta, envuelto en la piel de un oso de las nieves gigante, cuya cabeza le servía de capucha. Bajo ella llevaba un parche en el ojo, de cuero teñido de blanco, que le recordó a Theon a su tío Euron. Le hubiera gustado arrancarlo de la cara de Umber, para asegurarse que debajo tan solo había una cuenca vacía, no un ojo negro brillando con malicia. En su lugar, había susurrado a través de sus dientes rojos y dicho:
—Soy… —…un cambiacapas y el asesino de su familia — había terminado Carroña. — Sujetarás esa lengua mentirosa o la perderás.
Después, Umber había mirado a la chica de cerca, entrecerrando su único ojo bueno.
—¿Eres la hija menor?
Y Jeyne había afirmado con la cabeza. —Arya. Mi nombre es Arya.
—Arya de Invernalia, sí. La última vez que estuve dentro de esos muros, vuestro cocinero nos sirvió un filete y un pastel de riñones. Hechos con cerveza, creo, lo mejor que he probado nunca. ¿Cuál era su nombre, el del cocinero?
—Gage, —dijo inmediatamente Jeyne— .Era un buen cocinero. Hacía pasteles de limón para Sansa cada vez que conseguía limones.
Carroña se mesó la barba.
—Estará muerto ahora, supongo. Como lo estará también ese herrero vuestro. ¿Cuál era su nombre?
Jeyne había dudado. Mikken, pensó Theon. Su nombre era Mikken. El herrero del castillo nunca había hecho pasteles de limón para Sansa, lo que lo hacía mucho menos importante que el cocinero del castillo en el pequeño y dulce mundo que había compartido con su amiga Jeyne Poole. Recuerda, maldita seas. Tu padre era el mayordomo, tenía a su cargo a todo el personal. El nombre del herrero era Mikken, Mikken, Mikken. ¡Hice que lo mataran delante de mí!
—Mikken,— dijo Jeyne. Mors Umbers gruñó.
—Sí. —Lo que pudo haber dicho o hecho a continuación, Theon nunca lo supo, porque entonces fue cuando el chico apareció corriendo, blandiendo una lanza y gritando que el rastrillo de la puerta principal de Invernalia se estaba levantando. Y como había sonreído Carroña al oírlo.
Theon se retorció en sus cadenas y guiño los ojos hacia abajo, hacia el rey.
—Carroña nos encontró, sí, él nos envió aquí, pero fui yo quien la salvó. Preguntadle vos mismo. —Ella se lo contaría. “Me has salvado”, había susurrado Jeyne mientras la llevaba a través de la nieve. Estaba pálida de dolor, pero había pasado una mano por su mejilla y le había sonreído. “Yo salvé a Lady Arya,” le susurró Theon en respuesta. Y entonces, todas a la vez, las lanzas de Mors Umber aparecieron a su alrededor.
—¿Esta es vuestra manera de agradecérmelo? —preguntó a Stannis, pateando débilmente contra el muro. Sus hombros le causaban una completa agonía. Su propio peso estaba arrancándolos de su sitio. ¿Cuánto tiempo llevaba allí colgado? La torre no tenía ventanas, no tenía manera de saberlo. —Quitadme las cadenas y os serviré.
—¿Cómo serviste a Roose Bolton y Robb Stark? –Stannis resopló—. Creo que no. Tengo un final más cálido en mente para ti, cambiacapas. Pero no hasta que hayamos acabado contigo.
“Tiene intención de matarme”. El pensamiento resultó extrañamente reconfortante. La muerte no asustaba a Theon Greyjoy. La muerte significaría un fin para el dolor.—Acabad conmigo, pues, —urgió al rey—. Decapitadme y ensartad mi cabeza en una lanza. Yo asesiné a los hijos de Lord Eddard, debo morir. Pero hacedlo rápido. Él viene.
—¿Quién viene? ¿Bolton?
—Lord Ramsay, —siseó Theon—. El hijo, no el padre. No debes confundirlos. Roose… Roose está a salvo dentro de los muros de Invernalia con su nueva y gorda esposa. Ramsay viene.
—Ramsay Nieve, quieres decir. El bastardo.
—¡Nunca le llaméis así! —La saliva salpicó desde los labios de Theon—. Ramsay Bolton, no Ramsay Nieve, nunca Nieve, nunca, debéis recordar su nombre, u os hará daño. —Puede intentarlo. Sea cual sea el nombre que use.
La puerta se abrió con un golpe de frio viento negro y un remolino de nieve. El caballero de las polillas había regresado con el maestre a por el que el rey había enviado, sus ropas grises recogidas bajo una pesada piel de oso. Detrás de él entraron otros dos caballeros, portando sendas jaulas con un cuervo cada una. Uno era el hombre que había estado con Asha cuando el banquero lo entregó, un hombre corpulento con un cerdo alado en su túnica El otro era más alto y musculoso, de hombros más anchos. El peto del grandullón tenía incrustaciones de plata sobre el acero; aunque estaba arañada y manchada, aún brillaba a la luz de las velas. La capa que vestía por encima se sujetaba con un corazón ardiente.
—El maestre Tybald, —anunció el caballero de las polillas. El maestre se hincó de rodillas. Era pelirrojo y de hombros redondos, con ojos muy juntos que se mantenían parpadeando hacia Theon, quien colgaba del techo.
—Alteza. ¿Cómo puedo serviros?
Stannis no respondió inmediatamente. Estudió al hombre ante él, con el ceño fruncido.
—Levantaos. —El maestre se alzó—. Sois maestre en Fuerte Terror. ¿Cómo es que estáis aquí con nosotros?
—Lord Arnolf me trajo para atender a sus heridos.
—¿A sus heridos? ¿O a sus cuervos?
—Ambos, Vuestra Alteza.
—Ambos. —Stannis escupió la palabra—. El cuervo de un maestre vuela a un sitio y solo a un sitio. ¿Es eso correcto? El maestre limpió el sudor de sus cejas con su manga.
—N-No completamente, Vuestra Alteza. La mayoría, sí. Unos pocos pueden ser enseñados para volar entre dos castillos. Tales pájaros son muy apreciados. Y uno muy de vez en cuando puede aprender los nombres de tres o cuatro o cinco castillos, y volar a cada uno de ellos cuando se le ordena. Pájaros tan listos como esos aparecen una vez cada cien años. Stannis hizo un gesto hacia los negros pájaros en las jaulas.
—Estos dos no son tan listos, supongo.
—No, Vuestra Alteza. Ojala fuera así.
—Decidme, entonces. ¿A dónde están entrenados a volar? El maestre Tybald no contestó. Theon Greyjoy pateó débilmente, rió por lo bajo. ¡Atrapado!
—¿Eres la hija menor?
Y Jeyne había afirmado con la cabeza. —Arya. Mi nombre es Arya.
—Arya de Invernalia, sí. La última vez que estuve dentro de esos muros, vuestro cocinero nos sirvió un filete y un pastel de riñones. Hechos con cerveza, creo, lo mejor que he probado nunca. ¿Cuál era su nombre, el del cocinero?
—Gage, —dijo inmediatamente Jeyne— .Era un buen cocinero. Hacía pasteles de limón para Sansa cada vez que conseguía limones.
Carroña se mesó la barba.
—Estará muerto ahora, supongo. Como lo estará también ese herrero vuestro. ¿Cuál era su nombre?
Jeyne había dudado. Mikken, pensó Theon. Su nombre era Mikken. El herrero del castillo nunca había hecho pasteles de limón para Sansa, lo que lo hacía mucho menos importante que el cocinero del castillo en el pequeño y dulce mundo que había compartido con su amiga Jeyne Poole. Recuerda, maldita seas. Tu padre era el mayordomo, tenía a su cargo a todo el personal. El nombre del herrero era Mikken, Mikken, Mikken. ¡Hice que lo mataran delante de mí!
—Mikken,— dijo Jeyne. Mors Umbers gruñó.
—Sí. —Lo que pudo haber dicho o hecho a continuación, Theon nunca lo supo, porque entonces fue cuando el chico apareció corriendo, blandiendo una lanza y gritando que el rastrillo de la puerta principal de Invernalia se estaba levantando. Y como había sonreído Carroña al oírlo.
Theon se retorció en sus cadenas y guiño los ojos hacia abajo, hacia el rey.
—Carroña nos encontró, sí, él nos envió aquí, pero fui yo quien la salvó. Preguntadle vos mismo. —Ella se lo contaría. “Me has salvado”, había susurrado Jeyne mientras la llevaba a través de la nieve. Estaba pálida de dolor, pero había pasado una mano por su mejilla y le había sonreído. “Yo salvé a Lady Arya,” le susurró Theon en respuesta. Y entonces, todas a la vez, las lanzas de Mors Umber aparecieron a su alrededor.
—¿Esta es vuestra manera de agradecérmelo? —preguntó a Stannis, pateando débilmente contra el muro. Sus hombros le causaban una completa agonía. Su propio peso estaba arrancándolos de su sitio. ¿Cuánto tiempo llevaba allí colgado? La torre no tenía ventanas, no tenía manera de saberlo. —Quitadme las cadenas y os serviré.
—¿Cómo serviste a Roose Bolton y Robb Stark? –Stannis resopló—. Creo que no. Tengo un final más cálido en mente para ti, cambiacapas. Pero no hasta que hayamos acabado contigo.
“Tiene intención de matarme”. El pensamiento resultó extrañamente reconfortante. La muerte no asustaba a Theon Greyjoy. La muerte significaría un fin para el dolor.—Acabad conmigo, pues, —urgió al rey—. Decapitadme y ensartad mi cabeza en una lanza. Yo asesiné a los hijos de Lord Eddard, debo morir. Pero hacedlo rápido. Él viene.
—¿Quién viene? ¿Bolton?
—Lord Ramsay, —siseó Theon—. El hijo, no el padre. No debes confundirlos. Roose… Roose está a salvo dentro de los muros de Invernalia con su nueva y gorda esposa. Ramsay viene.
—Ramsay Nieve, quieres decir. El bastardo.
—¡Nunca le llaméis así! —La saliva salpicó desde los labios de Theon—. Ramsay Bolton, no Ramsay Nieve, nunca Nieve, nunca, debéis recordar su nombre, u os hará daño. —Puede intentarlo. Sea cual sea el nombre que use.
La puerta se abrió con un golpe de frio viento negro y un remolino de nieve. El caballero de las polillas había regresado con el maestre a por el que el rey había enviado, sus ropas grises recogidas bajo una pesada piel de oso. Detrás de él entraron otros dos caballeros, portando sendas jaulas con un cuervo cada una. Uno era el hombre que había estado con Asha cuando el banquero lo entregó, un hombre corpulento con un cerdo alado en su túnica El otro era más alto y musculoso, de hombros más anchos. El peto del grandullón tenía incrustaciones de plata sobre el acero; aunque estaba arañada y manchada, aún brillaba a la luz de las velas. La capa que vestía por encima se sujetaba con un corazón ardiente.
—El maestre Tybald, —anunció el caballero de las polillas. El maestre se hincó de rodillas. Era pelirrojo y de hombros redondos, con ojos muy juntos que se mantenían parpadeando hacia Theon, quien colgaba del techo.
—Alteza. ¿Cómo puedo serviros?
Stannis no respondió inmediatamente. Estudió al hombre ante él, con el ceño fruncido.
—Levantaos. —El maestre se alzó—. Sois maestre en Fuerte Terror. ¿Cómo es que estáis aquí con nosotros?
—Lord Arnolf me trajo para atender a sus heridos.
—¿A sus heridos? ¿O a sus cuervos?
—Ambos, Vuestra Alteza.
—Ambos. —Stannis escupió la palabra—. El cuervo de un maestre vuela a un sitio y solo a un sitio. ¿Es eso correcto? El maestre limpió el sudor de sus cejas con su manga.
—N-No completamente, Vuestra Alteza. La mayoría, sí. Unos pocos pueden ser enseñados para volar entre dos castillos. Tales pájaros son muy apreciados. Y uno muy de vez en cuando puede aprender los nombres de tres o cuatro o cinco castillos, y volar a cada uno de ellos cuando se le ordena. Pájaros tan listos como esos aparecen una vez cada cien años. Stannis hizo un gesto hacia los negros pájaros en las jaulas.
—Estos dos no son tan listos, supongo.
—No, Vuestra Alteza. Ojala fuera así.
—Decidme, entonces. ¿A dónde están entrenados a volar? El maestre Tybald no contestó. Theon Greyjoy pateó débilmente, rió por lo bajo. ¡Atrapado!
—Respondedme. Si soltáramos estos pájaros, ¿regresarían a Fuerte Terror? —El rey se inclinó hacia delante—. ¿O, en lugar de eso, volarían a Invernalia?
El maestre Tybald se orinó en sus ropajes. Theon no podía ver la oscura mancha expandiéndose desde donde colgaba, pero el olor de la orina era claro y fuerte.
—El maestre Tybald ha perdido su lengua, —señaló Stannis a sus caballeros—. Godry, ¿cuántas jaulas has encontrado?
—Tres, Alteza, —dijo el corpulento caballero del peto plateado—. Una estaba vacía.
—Vu-vuestra Alteza, mi orden jura servir, nosotros…
—Lo sé todo sobre vuestros votos. Lo que quiero saber es qué decía la carta que habéis enviado a Invernalia. ¿Tal vez comunicasteis a Lord Bolton dónde encontrarnos?
—Se-señor. —Los redondeados hombros de Tybald se alzaron con orgullo. —Las reglas de mi orden me prohíben divulgar los contenidos de las cartas de Lord Arnolf.
—Vuestros votos son más fuertes que vuestra vejiga, parece.
—Vuestra Alteza debe entender…”
—¿Debo? —El rey se encogió de hombros—. Si eso creéis. Sois un hombre de conocimiento, después de todo. Tuve un maestre en Rocadragón que era casi un padre para mí. Tengo un gran respeto por vuestra orden y sus votos. Sin embargo, Sir Clayton no comparte mis sentimientos. Si os pongo a su cargo, podría estrangularos con vuestra propia cadena o sacaros el ojo con una cuchara.
—Sólo uno, Alteza, —comentó voluntarioso el calvo caballero, el del cerdo alado—. Le dejaría el otro.
—¿Cuántos ojos necesita una maestre para leer una carta?, —preguntó Stannis—. Uno debería ser suficiente, creo. No deseo dejaros incapaz de llevar a cabo vuestros deberes para con vuestro señor. Sin embargo, los hombres de Roose Bolton pueden estar dirigiéndose a atacarnos incluso en estos momentos, por lo que debéis entender si prescindo de ciertas cortesías. Os lo preguntaré una vez más. ¿Qué había en el mensaje que enviasteis a Invernalia?
El maestre se estremeció. —Un m-mapa, Alteza.
El rey se reclinó en su silla. —Sacadlo de aquí, —ordenó—.
Dejad los cuervos. —Una vena latía en su cuello—. Confinad esta gris desgracia a una de las cabañas hasta que decida qué hacer con él.
—Así se hará, —declaró el corpulento caballero. El maestre se desvaneció en medio de otro golpe de frio y nieve. Solo el caballero de las tres polillas permanecía.
Stannis fulminó con la mirada al colgante Theon. —No eres el único cambiacapas aquí, parece. Ojalá que todos los caballeros en los Siete Reinos tuvieran un solo cuello… —Se volvió hacia su caballero—. Sir Richard, mientras estoy desayunando con Lord Arnolf, debéis desarmar a sus hombres y ponerlos bajo custodia. La mayoría estarán dormidos. No les hagáis daño alguno, a menos que se resistan. Podría ser que fueran ignorantes. Interroga a algunos acerca de este punto… pero dulcemente. Si no tienen conocimiento de esta traición, tendrán una oportunidad para probar su lealtad. —Agitó una mano para despedirlo—. Enviadme a Justin Massey.
Otro caballero, supo Theon en cuanto Massey entró. Este era bien parecido, con una barba rubia limpiamente recortada y pelo liso y espeso, tan pálido que parecía más blanco que dorado. Su túnica portaba la espiral triple, un signo antiguo para una Casa antigua. —Se me ha comunicado que Vuestra Alteza necesita de mí, —dijo con la rodilla en el suelo. Stannis asintió con la cabeza. —Escoltaréis al banquero braavosi de regreso al Muro. Escoged seis buenos hombres y tomad doce caballos.
—¿Para montar o para comer?
Al rey no le pareció divertido el comentario. —Os quiero lejos antes del mediodía, ser. Lord Bolton podría atacarnos en cualquier momento, y es imperativo que el banquero regrese a Braavos.
Debéis acompañarlo a través del Mar Estrecho.
El maestre Tybald se orinó en sus ropajes. Theon no podía ver la oscura mancha expandiéndose desde donde colgaba, pero el olor de la orina era claro y fuerte.
—El maestre Tybald ha perdido su lengua, —señaló Stannis a sus caballeros—. Godry, ¿cuántas jaulas has encontrado?
—Tres, Alteza, —dijo el corpulento caballero del peto plateado—. Una estaba vacía.
—Vu-vuestra Alteza, mi orden jura servir, nosotros…
—Lo sé todo sobre vuestros votos. Lo que quiero saber es qué decía la carta que habéis enviado a Invernalia. ¿Tal vez comunicasteis a Lord Bolton dónde encontrarnos?
—Se-señor. —Los redondeados hombros de Tybald se alzaron con orgullo. —Las reglas de mi orden me prohíben divulgar los contenidos de las cartas de Lord Arnolf.
—Vuestros votos son más fuertes que vuestra vejiga, parece.
—Vuestra Alteza debe entender…”
—¿Debo? —El rey se encogió de hombros—. Si eso creéis. Sois un hombre de conocimiento, después de todo. Tuve un maestre en Rocadragón que era casi un padre para mí. Tengo un gran respeto por vuestra orden y sus votos. Sin embargo, Sir Clayton no comparte mis sentimientos. Si os pongo a su cargo, podría estrangularos con vuestra propia cadena o sacaros el ojo con una cuchara.
—Sólo uno, Alteza, —comentó voluntarioso el calvo caballero, el del cerdo alado—. Le dejaría el otro.
—¿Cuántos ojos necesita una maestre para leer una carta?, —preguntó Stannis—. Uno debería ser suficiente, creo. No deseo dejaros incapaz de llevar a cabo vuestros deberes para con vuestro señor. Sin embargo, los hombres de Roose Bolton pueden estar dirigiéndose a atacarnos incluso en estos momentos, por lo que debéis entender si prescindo de ciertas cortesías. Os lo preguntaré una vez más. ¿Qué había en el mensaje que enviasteis a Invernalia?
El maestre se estremeció. —Un m-mapa, Alteza.
El rey se reclinó en su silla. —Sacadlo de aquí, —ordenó—.
Dejad los cuervos. —Una vena latía en su cuello—. Confinad esta gris desgracia a una de las cabañas hasta que decida qué hacer con él.
—Así se hará, —declaró el corpulento caballero. El maestre se desvaneció en medio de otro golpe de frio y nieve. Solo el caballero de las tres polillas permanecía.
Stannis fulminó con la mirada al colgante Theon. —No eres el único cambiacapas aquí, parece. Ojalá que todos los caballeros en los Siete Reinos tuvieran un solo cuello… —Se volvió hacia su caballero—. Sir Richard, mientras estoy desayunando con Lord Arnolf, debéis desarmar a sus hombres y ponerlos bajo custodia. La mayoría estarán dormidos. No les hagáis daño alguno, a menos que se resistan. Podría ser que fueran ignorantes. Interroga a algunos acerca de este punto… pero dulcemente. Si no tienen conocimiento de esta traición, tendrán una oportunidad para probar su lealtad. —Agitó una mano para despedirlo—. Enviadme a Justin Massey.
Otro caballero, supo Theon en cuanto Massey entró. Este era bien parecido, con una barba rubia limpiamente recortada y pelo liso y espeso, tan pálido que parecía más blanco que dorado. Su túnica portaba la espiral triple, un signo antiguo para una Casa antigua. —Se me ha comunicado que Vuestra Alteza necesita de mí, —dijo con la rodilla en el suelo. Stannis asintió con la cabeza. —Escoltaréis al banquero braavosi de regreso al Muro. Escoged seis buenos hombres y tomad doce caballos.
—¿Para montar o para comer?
Al rey no le pareció divertido el comentario. —Os quiero lejos antes del mediodía, ser. Lord Bolton podría atacarnos en cualquier momento, y es imperativo que el banquero regrese a Braavos.
Debéis acompañarlo a través del Mar Estrecho.
—Si va a haber una batalla, mi lugar está aquí con vos.
—Vuestro lugar está donde yo diga. Tengo quinientas espadas tan buenas como la vuestra, o mejores, pero vos tenéis maneras agradables y una lengua locuaz, y me serán más útiles en Braavos que aquí. El Banco de Hierro me ha abierto sus cofres. Recogeréis su dinero y contrataréis barcos y mercenarios. Una compañía de buena reputación, si podéis encontrar alguna. La Compañía Dorada sería mi primera elección, si no estuvieran bajo contrato. Buscadlos en las Tierras Disputadas, si es necesario. Pero primero contratad tantas espadas como podáis encontrar en Braavos y enviádmelas por Guardiaoriente. También arqueros, necesitamos más arcos.
Un mechón del pelo de Ser Justin había caído sobre uno de sus ojos. Se lo recolocó y dijo: —Los capitanes de las compañías libres se unirían a un señor con mayor agrado que a un mero caballero, Alteza. No poseo ni tierras, ni título, ¿por qué deberían venderme sus espadas?
—Acudid a ellos con ambas manos llenas de dragones dorados, —dijo el rey en tono ácido—. Eso resultará persuasivo. Veinte mil hombres deberían bastar. No regreséis con menos.
—Mi señor, ¿puedo hablar libremente?
—Solo si habláis rápido.
—Vuestra Alteza debería ir a Braavos con el banquero.
—¿Es ese vuestro consejo? ¿Qué debería huir? —La cara del rey se oscureció—. También fue ese vuestro consejo en el Aguasnegras, si recuerdo bien. Cuando la batalla se volvió contra nosotros, dejé que vos y Horpe me arrastrarais de regreso a Rocadragón como un perro apaleado.
—El día estaba perdido, Alteza.
—Sí, eso dijisteis. “El día está perdido, mi señor. Retroceded ahora para poder pelear otro día”. Y ahora queréis que salga corriendo por el Mar Estrecho…
—…para levantar un ejército, sí. Como Aegor Ríos hizo tras la Batalla del Campo Hierbarroja, donde Daemon Fuegoscuro cayó.
—Vuestro lugar está donde yo diga. Tengo quinientas espadas tan buenas como la vuestra, o mejores, pero vos tenéis maneras agradables y una lengua locuaz, y me serán más útiles en Braavos que aquí. El Banco de Hierro me ha abierto sus cofres. Recogeréis su dinero y contrataréis barcos y mercenarios. Una compañía de buena reputación, si podéis encontrar alguna. La Compañía Dorada sería mi primera elección, si no estuvieran bajo contrato. Buscadlos en las Tierras Disputadas, si es necesario. Pero primero contratad tantas espadas como podáis encontrar en Braavos y enviádmelas por Guardiaoriente. También arqueros, necesitamos más arcos.
Un mechón del pelo de Ser Justin había caído sobre uno de sus ojos. Se lo recolocó y dijo: —Los capitanes de las compañías libres se unirían a un señor con mayor agrado que a un mero caballero, Alteza. No poseo ni tierras, ni título, ¿por qué deberían venderme sus espadas?
—Acudid a ellos con ambas manos llenas de dragones dorados, —dijo el rey en tono ácido—. Eso resultará persuasivo. Veinte mil hombres deberían bastar. No regreséis con menos.
—Mi señor, ¿puedo hablar libremente?
—Solo si habláis rápido.
—Vuestra Alteza debería ir a Braavos con el banquero.
—¿Es ese vuestro consejo? ¿Qué debería huir? —La cara del rey se oscureció—. También fue ese vuestro consejo en el Aguasnegras, si recuerdo bien. Cuando la batalla se volvió contra nosotros, dejé que vos y Horpe me arrastrarais de regreso a Rocadragón como un perro apaleado.
—El día estaba perdido, Alteza.
—Sí, eso dijisteis. “El día está perdido, mi señor. Retroceded ahora para poder pelear otro día”. Y ahora queréis que salga corriendo por el Mar Estrecho…
—…para levantar un ejército, sí. Como Aegor Ríos hizo tras la Batalla del Campo Hierbarroja, donde Daemon Fuegoscuro cayó.
—No me deis lecciones de historia, ser. Daemon Fuegoscuro fue un rebelde y un usurpador, Aegor Ríos era un bastardo. Cuando huyó, juró que regresaría para poner a un hijo de Daemon sobre el Trono de Hierro. Nunca lo hizo. Las palabras son viento, y el viento que empuja exiliados por el Mar Estrecho raramente los vuelve a traer. Ese chico, Viserys Targaryen también hablaba de regresar. Se me escapó entre los dedos en Rocadragón, tan solo para malgastar su vida mendigando mercenarios. ‘El rey mendigo’, lo llamaban en las Ciudades Libres. Bien, yo no mendigo, no huiré de nuevo. Soy el heredero de Robert, el legítimo rey de Poniente. Mi lugar está entre mis hombres. El vuestro está en Braavos. Id con el banquero, y haced lo que os he mandado.
—Como ordenéis, —dijo Ser Justin.
—Podría ser que perdiéramos esta batalla, —dijo el rey sombríamente—. En Braavos podéis oír que estoy muerto. Puede que incluso sea cierto. Debéis encontrar mis mercenarios pese a todo.
El caballero dudó. —Alteza, si estáis muerto… —…vengaréis mi muerte, y sentaréis a mi hija en el Trono de Hierro. O moriréis en el intento.
Ser Justin puso una mano sobre la empuñadura de su espada. —Sobre mi honor de caballero, tenéis mi palabra.
—Oh, y llevaos la chica Stark con vos. Entregádsela al Lord Comandante Nieve en vuestro camino a Guardiaoriente. —Stannis golpeó con los dedos el pergamino que reposaba ante él. — Un auténtico rey paga sus deudas.
Las paga, sí, pensó Theon. Las paga con moneda falsa. John Nieve vería a través de la impostura a la primera. El resentido bastardo de Stark había conocido a Jeyne Poole, y siempre había tenido cariño a su pequeña medio hermana Arya.
—Los hermanos negros os acompañarán hasta el Castillo Negro, —siguió el rey—. Los hombres del hierro permanecerán aquí, supuestamente para luchar por nosotros. Otro regalo de Tycho Nestoris. Como yo lo veo, tan solo nos retrasarán. Los hombres del hierro se hicieron para los barcos, no los caballos. Lady Arya debe tener compañía femenina, también. Tomad a Alysane Mormont.
Ser Justin se colocó el peló de nuevo. —¿Y Lady Asha?
El rey lo consideró durante un momento. “No”.
—Un día, Vuestra Alteza necesitará tomar las Islas del Hierro. Será mucho más fácil con la hija de Balon Greyjoy como marioneta, con uno de vuestros leales hombres como su señor esposo.
—¿Vos? —El rey frunció el ceño—. La mujer está casada, Justin.
—Un matrimonio por poderes, nunca consumado. Fácil de anular. Además, el novio es anciano. Puede que muera pronto.
A causa de una espada a través de su barriga, si llegas a tenerla a tu alcance, lord gusano. Theon sabía cómo pensaban estos caballeros.
Stannis apretó los labios.
—Servidme bien en este asunto de los mercenarios, y puede que consigáis vuestro deseo. Hasta entonces, la mujer debe seguir siendo mi cautiva.
Ser Justin inclinó su cabeza.
—Comprendo. Eso solo pareció irritar al rey. —No necesito vuestra comprensión. Solo vuestra obediencia. Poneos en camino, ser.
Esta vez, cuando el caballero marchó, el mundo de más allá de la puerta pareció más blanco que negro.
Stannis Baratheon caminó por la estancia. La torre era pequeña, húmeda y estrecha. Unos cuantos pasos llevaron al rey hasta Theon.
—¿Cuántos hombres tiene Bolton en Invernalia?
—Cinco mil. Seis. Más. —Hizo una horrible mueca al rey, todo dientes rotos y astillados—. Más que vos.
—¿Cuántos pretende enviar contra nosotros?
—Como ordenéis, —dijo Ser Justin.
—Podría ser que perdiéramos esta batalla, —dijo el rey sombríamente—. En Braavos podéis oír que estoy muerto. Puede que incluso sea cierto. Debéis encontrar mis mercenarios pese a todo.
El caballero dudó. —Alteza, si estáis muerto… —…vengaréis mi muerte, y sentaréis a mi hija en el Trono de Hierro. O moriréis en el intento.
Ser Justin puso una mano sobre la empuñadura de su espada. —Sobre mi honor de caballero, tenéis mi palabra.
—Oh, y llevaos la chica Stark con vos. Entregádsela al Lord Comandante Nieve en vuestro camino a Guardiaoriente. —Stannis golpeó con los dedos el pergamino que reposaba ante él. — Un auténtico rey paga sus deudas.
Las paga, sí, pensó Theon. Las paga con moneda falsa. John Nieve vería a través de la impostura a la primera. El resentido bastardo de Stark había conocido a Jeyne Poole, y siempre había tenido cariño a su pequeña medio hermana Arya.
—Los hermanos negros os acompañarán hasta el Castillo Negro, —siguió el rey—. Los hombres del hierro permanecerán aquí, supuestamente para luchar por nosotros. Otro regalo de Tycho Nestoris. Como yo lo veo, tan solo nos retrasarán. Los hombres del hierro se hicieron para los barcos, no los caballos. Lady Arya debe tener compañía femenina, también. Tomad a Alysane Mormont.
Ser Justin se colocó el peló de nuevo. —¿Y Lady Asha?
El rey lo consideró durante un momento. “No”.
—Un día, Vuestra Alteza necesitará tomar las Islas del Hierro. Será mucho más fácil con la hija de Balon Greyjoy como marioneta, con uno de vuestros leales hombres como su señor esposo.
—¿Vos? —El rey frunció el ceño—. La mujer está casada, Justin.
—Un matrimonio por poderes, nunca consumado. Fácil de anular. Además, el novio es anciano. Puede que muera pronto.
A causa de una espada a través de su barriga, si llegas a tenerla a tu alcance, lord gusano. Theon sabía cómo pensaban estos caballeros.
Stannis apretó los labios.
—Servidme bien en este asunto de los mercenarios, y puede que consigáis vuestro deseo. Hasta entonces, la mujer debe seguir siendo mi cautiva.
Ser Justin inclinó su cabeza.
—Comprendo. Eso solo pareció irritar al rey. —No necesito vuestra comprensión. Solo vuestra obediencia. Poneos en camino, ser.
Esta vez, cuando el caballero marchó, el mundo de más allá de la puerta pareció más blanco que negro.
Stannis Baratheon caminó por la estancia. La torre era pequeña, húmeda y estrecha. Unos cuantos pasos llevaron al rey hasta Theon.
—¿Cuántos hombres tiene Bolton en Invernalia?
—Cinco mil. Seis. Más. —Hizo una horrible mueca al rey, todo dientes rotos y astillados—. Más que vos.
—¿Cuántos pretende enviar contra nosotros?
—No más de la mitad. —Era una suposición, cierto, pero le parecía correcta. Roose Bolton no era hombre que se lanzara ciegamente a la nieve, con mapa o sin él. Mantendría su fuerza principal en reserva, sus mejores hombres junto a él, confiado en el masivo muro doble de Invernalia—. El castillo estaba abarrotado. Los hombres estaban a punto de lanzarse al cuello unos de otros, los Manderly y Frey en especial. Serán ellos a los que su señoría enviará tras vos, aquellos de los que se alegrará de librarse.
—Wyman Manderly. —La boca del rey se torció con desprecio—. Lord Demasiado-gordo-para-montar-a-caballo. Demasiado gordo para venir a mí, aunque no para ir a Invernalia. Demasiado gordo para doblar su rodilla y ofrecerme su espada, aunque ahora la blande por Bolton. Envié a mi Señor de la Cebolla a tratar con él, y el Señor Demasiado-gordo hizo una carnicería con él y colgó su cabeza y manos sobre los muros de Puerto Blanco para que se regodearan los Frey. Y los Frey… ¿ha sido olvidada ya la Boda Roja?
—El norte recuerda. La Boda Roja, los dedos de Lady Hornwood, el saqueo de Invernalia, Bosquespeso y Ciudadela Torrhen, lo recuerdan todo—. Bran y Rickon. Solo eran los hijos del molinero—. Frey y Manderly nunca juntarán sus fuerzas. Vendrán por vos, pero por separado. Lord Ramsay no estará lejos, en su retaguardia. Quiere a su novia de regreso. Quiere a su Hediondo—. La sonrisa de Theon fue a medias una risita y a medias un sollozo—. Lord Ramsay es al que Vuestra Alteza debe temer.
Stannis se erizó al oírlo. —Derroté a vuestro tio Victarion y su Flota del Hierro en las costas de Fair Isle, la primera vez que vuestro padre se coronó. Mantuve Bastión de Tormentas contra el poder de El Rejo durante un año, y tomé Rocadragón de los Targaryen. Aplasté a Mance Rayder en el Muro, aunque me superaba veinte veces. Dime, cambiacapas, ¿qué batallas ha ganado el Bastardo de Bolton para que deba temerlo? ¡No debéis llamarle eso! Una ola de dolor atravesó a Theon Greyjoy. Cerró los ojos e hizo una mueca. Cuando los volvió a abrir, dijo “No lo conocéis”.
—Wyman Manderly. —La boca del rey se torció con desprecio—. Lord Demasiado-gordo-para-montar-a-caballo. Demasiado gordo para venir a mí, aunque no para ir a Invernalia. Demasiado gordo para doblar su rodilla y ofrecerme su espada, aunque ahora la blande por Bolton. Envié a mi Señor de la Cebolla a tratar con él, y el Señor Demasiado-gordo hizo una carnicería con él y colgó su cabeza y manos sobre los muros de Puerto Blanco para que se regodearan los Frey. Y los Frey… ¿ha sido olvidada ya la Boda Roja?
—El norte recuerda. La Boda Roja, los dedos de Lady Hornwood, el saqueo de Invernalia, Bosquespeso y Ciudadela Torrhen, lo recuerdan todo—. Bran y Rickon. Solo eran los hijos del molinero—. Frey y Manderly nunca juntarán sus fuerzas. Vendrán por vos, pero por separado. Lord Ramsay no estará lejos, en su retaguardia. Quiere a su novia de regreso. Quiere a su Hediondo—. La sonrisa de Theon fue a medias una risita y a medias un sollozo—. Lord Ramsay es al que Vuestra Alteza debe temer.
Stannis se erizó al oírlo. —Derroté a vuestro tio Victarion y su Flota del Hierro en las costas de Fair Isle, la primera vez que vuestro padre se coronó. Mantuve Bastión de Tormentas contra el poder de El Rejo durante un año, y tomé Rocadragón de los Targaryen. Aplasté a Mance Rayder en el Muro, aunque me superaba veinte veces. Dime, cambiacapas, ¿qué batallas ha ganado el Bastardo de Bolton para que deba temerlo? ¡No debéis llamarle eso! Una ola de dolor atravesó a Theon Greyjoy. Cerró los ojos e hizo una mueca. Cuando los volvió a abrir, dijo “No lo conocéis”.
—No más de lo que él me conoce a mí.
—Me conoce, —gritó uno de los cuervos que el maestre había dejado atrás. Golpeó sus negras alas contra las barras de su jaula—. Conoce, —gritó de nuevo. Stannis se volvió.
—Detén ese ruido.
Detrás de él, la puerta se abrió. Los Karstark habían llegado.
Doblado y retorcido, el castellano de Bastión Kar se inclinaba pesadamente sobre su bastón a medida que se acercaba a la mesa. La capa de Lord Arnolf era de fina lana gris, bordeada en sable negro y abrochada con una estrella plateada. Un rico adorno, pensó Theon, sobre un pobre remedo de hombre. Había visto esa capa antes, lo sabía, y había visto al hombre que la llevaba. En Fuerte Terror. Recuerdo. Se sentó y cenó con Lord Ramsay y Umber Mataputas, la noche que sacaron a Hediondo de su celda.
El hombre junto a él solo podía ser su hijo. Cincuenta, juzgó Theon, con cara redonda y blanda, como la de su padre, si Lord Arnolf engordara. Tras él, caminaban tres hombres más jóvenes. Los nietos, asumió. Uno llevaba cota de malla. El resto estaban vestidos para el desayuno, no para la batalla. Estúpidos.
—Alteza. —Arnolf Karstark inclinó su cabeza—. Es un honor. —Buscó un asiento. En su lugar, sus ojos encontraron a Theon—. ¿Y quién es este? —El reconocimiento llegó un latido después de las palabras. Lord Arnolf palideció. Su estúpido hijo permaneció ajeno.
—No hay sillas, —observó el bobalicón. Uno de los cuervos gritó dentro de su jaula.
—Solo la mía. —Stannis se sentó en ella—. No es el Trono de Hierro, pero aquí y ahora cumple su cometido—. Una docena de hombres entraron a través de la puerta de la torre, liderados por el caballero de las polillas y el hombre corpulento con el peto plateado—. Sois hombres muertos, comprendedlo, —siguió el rey—. Sólo queda por determinar la manera de vuestra muerte. Estáis avisados, así que no me hagáis perder el tiempo con negaciones. Confesad y tendréis el mismo final amable que el Joven Lobo dio a Lord Rickard. Mentid y arderéis. Escoged.
—Me conoce, —gritó uno de los cuervos que el maestre había dejado atrás. Golpeó sus negras alas contra las barras de su jaula—. Conoce, —gritó de nuevo. Stannis se volvió.
—Detén ese ruido.
Detrás de él, la puerta se abrió. Los Karstark habían llegado.
Doblado y retorcido, el castellano de Bastión Kar se inclinaba pesadamente sobre su bastón a medida que se acercaba a la mesa. La capa de Lord Arnolf era de fina lana gris, bordeada en sable negro y abrochada con una estrella plateada. Un rico adorno, pensó Theon, sobre un pobre remedo de hombre. Había visto esa capa antes, lo sabía, y había visto al hombre que la llevaba. En Fuerte Terror. Recuerdo. Se sentó y cenó con Lord Ramsay y Umber Mataputas, la noche que sacaron a Hediondo de su celda.
El hombre junto a él solo podía ser su hijo. Cincuenta, juzgó Theon, con cara redonda y blanda, como la de su padre, si Lord Arnolf engordara. Tras él, caminaban tres hombres más jóvenes. Los nietos, asumió. Uno llevaba cota de malla. El resto estaban vestidos para el desayuno, no para la batalla. Estúpidos.
—Alteza. —Arnolf Karstark inclinó su cabeza—. Es un honor. —Buscó un asiento. En su lugar, sus ojos encontraron a Theon—. ¿Y quién es este? —El reconocimiento llegó un latido después de las palabras. Lord Arnolf palideció. Su estúpido hijo permaneció ajeno.
—No hay sillas, —observó el bobalicón. Uno de los cuervos gritó dentro de su jaula.
—Solo la mía. —Stannis se sentó en ella—. No es el Trono de Hierro, pero aquí y ahora cumple su cometido—. Una docena de hombres entraron a través de la puerta de la torre, liderados por el caballero de las polillas y el hombre corpulento con el peto plateado—. Sois hombres muertos, comprendedlo, —siguió el rey—. Sólo queda por determinar la manera de vuestra muerte. Estáis avisados, así que no me hagáis perder el tiempo con negaciones. Confesad y tendréis el mismo final amable que el Joven Lobo dio a Lord Rickard. Mentid y arderéis. Escoged.
—Yo escojo esto. —Uno de los nietos agarró la empuñadura de su espada e intentó desenfundarla.
Eso probó ser un pobre elección. La hoja del nieto no se había liberado de su vaina cuando dos de los caballeros del rey estuvieron sobre él. Terminó con su antebrazo en el suelo y la sangre brotando del muñón, y con uno de sus hermanos tropezando hacia las escaleras, sujetándose una herida en la barriga. Subió seis escalones antes de caer de nuevo al suelo.
Ni Arnolf Karstark ni su hijo se movieron.
—Lleváoslos, —ordenó el rey—. Verlos me revuelve el estómago. —En unos instantes, los cinco hombres habían sido atados y sacados de la estancia. El que había perdido el brazo de la espada se había desmayado por la pérdida de sangre, pero su hermano de la barriga herida gritaba por los dos—. Así trato con la traición, cambiacapas, —informó Stannis a Theon.
—Mi nombre es Theon.
—Como deseéis. Decidme, Theon, ¿cuántos hombres tenía con él Mors Umber en Invernalia?
—Ninguno. Hombres no. —Hizo una mueca ante su propio ingenio—. Tenía niños. Yo los vi. —Aparte de un puñado de sargentos casi inválidos, los guerreros que Carroña había traído desde Último Refugio apenas eran lo suficientemente mayores para afeitarse—. Sus lanzas y hachas tenían más edad que las manos que las empuñaban. Era Mataputas Umber quien tenía los hombres, dentro del castillo. También los vi. Viejos, todos ellos.
—Theon rió—. Mors se llevó los jovencitos y Hother los barbagrises. Todos los hombres de verdad se fueron con Gran Jon y murieron en la Boda Roja. ¿Es lo que queríais saber, Alteza?
El rey Stannis ignoró la burla.
—Niños, —fue todo lo que dijo, con disgusto—. Los niños no sostendrán mucho a Lord Bolton.
—No mucho, —estuvo de acuerdo Theon—. No mucho en absoluto.
Eso probó ser un pobre elección. La hoja del nieto no se había liberado de su vaina cuando dos de los caballeros del rey estuvieron sobre él. Terminó con su antebrazo en el suelo y la sangre brotando del muñón, y con uno de sus hermanos tropezando hacia las escaleras, sujetándose una herida en la barriga. Subió seis escalones antes de caer de nuevo al suelo.
Ni Arnolf Karstark ni su hijo se movieron.
—Lleváoslos, —ordenó el rey—. Verlos me revuelve el estómago. —En unos instantes, los cinco hombres habían sido atados y sacados de la estancia. El que había perdido el brazo de la espada se había desmayado por la pérdida de sangre, pero su hermano de la barriga herida gritaba por los dos—. Así trato con la traición, cambiacapas, —informó Stannis a Theon.
—Mi nombre es Theon.
—Como deseéis. Decidme, Theon, ¿cuántos hombres tenía con él Mors Umber en Invernalia?
—Ninguno. Hombres no. —Hizo una mueca ante su propio ingenio—. Tenía niños. Yo los vi. —Aparte de un puñado de sargentos casi inválidos, los guerreros que Carroña había traído desde Último Refugio apenas eran lo suficientemente mayores para afeitarse—. Sus lanzas y hachas tenían más edad que las manos que las empuñaban. Era Mataputas Umber quien tenía los hombres, dentro del castillo. También los vi. Viejos, todos ellos.
—Theon rió—. Mors se llevó los jovencitos y Hother los barbagrises. Todos los hombres de verdad se fueron con Gran Jon y murieron en la Boda Roja. ¿Es lo que queríais saber, Alteza?
El rey Stannis ignoró la burla.
—Niños, —fue todo lo que dijo, con disgusto—. Los niños no sostendrán mucho a Lord Bolton.
—No mucho, —estuvo de acuerdo Theon—. No mucho en absoluto.
—No mucho, —gritó el cuervo desde su jaula. El rey lanzó una mirada irritada al pájaro.
—Ese banquero braavosi afirmaba que Ser Aenys Frey está muerto. ¿Hizo eso un niño?
—Veinte niños barbilampiños, con picas, —le dijo Theon—. La nieve cayó con fuerza durante días. Tan fuerte que no podías ver los muros del castillo desde diez yardas, no más de lo que los hombres de las almenas podían ver más allá de esos muros. Así que Carroña ordenó a sus niños que cavaran fosos fuera de las puertas del castillo, entonces sopló su cuerno para atraer a Lord Bolton fuera. En su lugar, consiguió a los Frey. La nieve había cubierto los fosos, así que cabalgaron hacia ellos. Aenys se rompió el cuello, oí, pero Ser Hosteen solo perdió un caballo, una auténtica pena. Estará enfadado.
Extrañamente, Stannis sonrió.
—Los enemigos enfadados no me preocupan. La ira hace a los hombros estúpidos, y Hosteen Frey ya era estúpido para empezar, si la mitad de lo que he oído de él es cierto. Dejémosle venir.
—Lo hará.
—Bolton se equivoca, —declaró el rey—. Todo lo que tenía que hacer era sentarse dentro de su castillo mientras nos morimos de hambre. En su lugar, ha enviado parte de su fuerza para presentar batalla. Sus caballeros irán montados, los nuestros deberán pelear a pie. Sus hombres estarán bien alimentados, los nuestros irán a la batalla con barrigas vacías. Nada importa. Ser Estúpido, Lord Demasiado-gordo, el Bastardo, dejadlos venir. Dominamos el terreno, y eso se convertirá en nuestra ventaja.
—¿El terreno? —dijo Theon—. ¿Qué terreno? ¿Aquí? ¿Está torre mal levantada? ¿Esta ruina de poblacho? No hay terreno alto aquí, ni muros tras los que ocultarse, ni defensas naturales.
—Aún.
—Aún, —gritaron los dos cuervos al unísono. Después, uno graznó y el otro murmuró, “Árbol, árbol, árbol”.
—Ese banquero braavosi afirmaba que Ser Aenys Frey está muerto. ¿Hizo eso un niño?
—Veinte niños barbilampiños, con picas, —le dijo Theon—. La nieve cayó con fuerza durante días. Tan fuerte que no podías ver los muros del castillo desde diez yardas, no más de lo que los hombres de las almenas podían ver más allá de esos muros. Así que Carroña ordenó a sus niños que cavaran fosos fuera de las puertas del castillo, entonces sopló su cuerno para atraer a Lord Bolton fuera. En su lugar, consiguió a los Frey. La nieve había cubierto los fosos, así que cabalgaron hacia ellos. Aenys se rompió el cuello, oí, pero Ser Hosteen solo perdió un caballo, una auténtica pena. Estará enfadado.
Extrañamente, Stannis sonrió.
—Los enemigos enfadados no me preocupan. La ira hace a los hombros estúpidos, y Hosteen Frey ya era estúpido para empezar, si la mitad de lo que he oído de él es cierto. Dejémosle venir.
—Lo hará.
—Bolton se equivoca, —declaró el rey—. Todo lo que tenía que hacer era sentarse dentro de su castillo mientras nos morimos de hambre. En su lugar, ha enviado parte de su fuerza para presentar batalla. Sus caballeros irán montados, los nuestros deberán pelear a pie. Sus hombres estarán bien alimentados, los nuestros irán a la batalla con barrigas vacías. Nada importa. Ser Estúpido, Lord Demasiado-gordo, el Bastardo, dejadlos venir. Dominamos el terreno, y eso se convertirá en nuestra ventaja.
—¿El terreno? —dijo Theon—. ¿Qué terreno? ¿Aquí? ¿Está torre mal levantada? ¿Esta ruina de poblacho? No hay terreno alto aquí, ni muros tras los que ocultarse, ni defensas naturales.
—Aún.
—Aún, —gritaron los dos cuervos al unísono. Después, uno graznó y el otro murmuró, “Árbol, árbol, árbol”.
La puerta se abrió. Más allá, el mundo era blanco. El caballero de las tres polillas entró, sus piernas cubiertas de nieve. Golpeó con el pie para sacudírsela y habló.
—Alteza, los Karstark han sido arrestados. Unos pocos se resistieron y murieron por ello. La mayoría estaban demasiado confusos y se rindieron sin problema. Los hemos reunido en la Sala Larga y los hemos confinado allí.
—Bien hecho.
—Dicen que no saben nada. Los que hemos interrogado.
—Eso dicen.
—Podemos interrogarlos con métodos más persuasivos…
—No. Los creo. Karstark no podría haber guardado el secreto de su traición si la hubiera compartido con cada criado de baja cuna a su servicio. Algún lancero borracho podría haberla mencionado una noche mientras yacía con una puta. No necesitaban saber. Son hombres de Bastión Kar. Cuando el momento hubiera llegado, habrían obedecido a sus señores, como han hecho toda su vida.
—Como digáis, mi señor.
—¿Qué hay de vuestras pérdidas?
—Uno de los hombres de Lord Peasebury murió y dos de los míos fueros heridos. Sin embargo, si os place, Alteza, los hombres están muy nerviosos. Cientos de ellos se han reunido alrededor de la torre, preguntándose qué ha pasado. Historias de traición corren de boca en boca. Nadie sabe en quién confiar, o quién será el siguiente en ser arrestado. Los norteños, especialmente…
—Tengo que hablar con ellos. ¿Sigue esperando Wull?
—Él y Artos Flint. ¿Los recibiréis?
—Enseguida. Primero, la kraken.
—Como ordenéis. —El caballero se retiró.
Mi hermana, pensó Theon, mi dulce hermana. Aunque había perdido toda sensación en sus brazos, sintió como se le revolvían las tripas, lo mismo que cuando ese banquero braavosi sin sangre lo presento a Asha como un ‘regalo’. El recuerdo aún le irritaba. El corpulento caballero de calva incipiente que la acompañaba no había tardado en pedir ayuda, por lo que no habían tenido más que unos momentos antes de que Theon fuera arrastrado para encarar al rey. Fue suficiente. Había odiado la mirada en la cara de Asha cuando se dio cuenta de quién era; el asombro en sus ojos, la piedad en su voz, la manera en que su boca se torció con disgusto. En lugar de abalanzarse para abrazarle, había dado un paso atrás. “¿El Bastardo te ha hecho esto?”, había preguntado.
—No le llames eso—. Entonces, las palabras salieron a borbotones de Theon. Trató de contarle todo, todo sobre Hediondo y el Fuerte Terror y Kyra y las llaves, como Lord Ramsay no tomaba más que piel, salvo que tú le suplicaras. Le dijo como había salvado a la chica, saltando desde el muro del castillo a la nieve. —Volamos. Deja que Abel haga una canción sobre ello, volamos—. Entonces, tuvo que contarle quién era Abel y hablar acerca de las lavanderas. Para entonces, Theon se dio cuenta de lo extraño e incoherente que sonaba todo, aunque las palabras no se detuvieron. Tenía frio, estaba enfermo y cansado… y débil, tan débil, tan absolutamente débil.
Ella tenía que comprender. Ella es mi hermana. Él nunca tuvo la intención de hacer daño a Bran o a Rickon. Hediondo le hizo asesinar a esos niños, no Hediondo él, sino el otro. —No soy un asesino de mi propia sangre—, insistió. Le contó como compartía la cama con las putas de Ramsay, la advirtió de que Invernalia estaba repleta de fantasmas. —Las espadas han desaparecido. Cuatro, creo, o cinco. No lo recuerdo. Los reyes de piedra están enfadados—. Para entonces, estaba temblando, agitado como una hoja en otoño. —El árbol corazón conocía mi nombre. Los antiguos dioses. Theon, les oí susurrar. No había viento, pero las hojas se movían. Theon, decían. Mi nombre es Theon—. Era bueno decir el nombre. Cuanto más lo decía, más difícil resultaba olvidarlo. —Tienes que conocer tu nombre—, había dicho a su hermana. —Tú… Tú me dijiste que eras Esgred, pero era mentira. Tu nombre es Asha—.
—Lo es—, había dicho su hermana, tan suavemente que temió que podría estar llorando. Theon odiaba eso. Odiaba a las mujeres lloriqueando. Jeyne Poole había lloriqueado todo el camino desde Invernalia hasta aquí, lloriqueado hasta que su cara se puso púrpura como una remolacha y las lágrimas se habían congelado en sus mejillas, y todo porque él le había contado que debía seguir siendo Arya, o los lobos podrían enviarlos de regreso. —Te entrenaron en un burdel—, le recordó, susurrando en su oído para que los otros no pudieran oírle. —Jeyne es lo más parecido a una puta, debes seguir siendo Arya—. No quería herirla. Era por su propio bien, y el suyo. Ella debía recordar su nombre. Cuando la punta de su nariz se volvió negra por la congelación, y uno de los jinetes de la Guardia de la Noche le dijo que perdería una parte, Jeyne había lloriqueado sobre ello también. —A nadie le importará el aspecto de Arya, en tanto en cuenta sea la heredera de Invernalia—, le aseguró. —Un centenar de hombres querrán desposarla. Un millar—
El recuerdo dejó a Theon temblando en sus cadenas.
—Dejadme bajar, —suplicó—. Solo por un momento, después podéis colgarme de nuevo. —Stannis Baratheon lo miró desde abajo, pero no contestó. “Árbol”, gritó un cuervo. “Árbol, árbol, árbol”.
Entonces, el otro pájaro dijo “Theon”, claro como el día, en el momento en que Asha caminaba atravesando la puerta.
Qarl la Doncella estaba con ella, y Tristifer Botley. Theon conocía a Botley desde que eran niños, creciendo juntos en Pyke. ¿Por qué se había traído sus mascotas? ¿Pretendería liberarlo? Acabaría como los Karstark si lo intentaba.
Al rey tampoco le complació su presencia. —Vuestros guardias pueden esperar fuera. Si pretendiera haceros daño, dos hombres no me disuadirían. Los nacidos del hierro inclinaron la cabeza y se retiraron. Asha hincó una rodilla.
—Vuestra Alteza. ¿Tiene que estar así encadenado mi hermano? Parece una pobre recompensa por haberos traído a la chica Stark.
La boca del rey se retorció.
—Alteza, los Karstark han sido arrestados. Unos pocos se resistieron y murieron por ello. La mayoría estaban demasiado confusos y se rindieron sin problema. Los hemos reunido en la Sala Larga y los hemos confinado allí.
—Bien hecho.
—Dicen que no saben nada. Los que hemos interrogado.
—Eso dicen.
—Podemos interrogarlos con métodos más persuasivos…
—No. Los creo. Karstark no podría haber guardado el secreto de su traición si la hubiera compartido con cada criado de baja cuna a su servicio. Algún lancero borracho podría haberla mencionado una noche mientras yacía con una puta. No necesitaban saber. Son hombres de Bastión Kar. Cuando el momento hubiera llegado, habrían obedecido a sus señores, como han hecho toda su vida.
—Como digáis, mi señor.
—¿Qué hay de vuestras pérdidas?
—Uno de los hombres de Lord Peasebury murió y dos de los míos fueros heridos. Sin embargo, si os place, Alteza, los hombres están muy nerviosos. Cientos de ellos se han reunido alrededor de la torre, preguntándose qué ha pasado. Historias de traición corren de boca en boca. Nadie sabe en quién confiar, o quién será el siguiente en ser arrestado. Los norteños, especialmente…
—Tengo que hablar con ellos. ¿Sigue esperando Wull?
—Él y Artos Flint. ¿Los recibiréis?
—Enseguida. Primero, la kraken.
—Como ordenéis. —El caballero se retiró.
Mi hermana, pensó Theon, mi dulce hermana. Aunque había perdido toda sensación en sus brazos, sintió como se le revolvían las tripas, lo mismo que cuando ese banquero braavosi sin sangre lo presento a Asha como un ‘regalo’. El recuerdo aún le irritaba. El corpulento caballero de calva incipiente que la acompañaba no había tardado en pedir ayuda, por lo que no habían tenido más que unos momentos antes de que Theon fuera arrastrado para encarar al rey. Fue suficiente. Había odiado la mirada en la cara de Asha cuando se dio cuenta de quién era; el asombro en sus ojos, la piedad en su voz, la manera en que su boca se torció con disgusto. En lugar de abalanzarse para abrazarle, había dado un paso atrás. “¿El Bastardo te ha hecho esto?”, había preguntado.
—No le llames eso—. Entonces, las palabras salieron a borbotones de Theon. Trató de contarle todo, todo sobre Hediondo y el Fuerte Terror y Kyra y las llaves, como Lord Ramsay no tomaba más que piel, salvo que tú le suplicaras. Le dijo como había salvado a la chica, saltando desde el muro del castillo a la nieve. —Volamos. Deja que Abel haga una canción sobre ello, volamos—. Entonces, tuvo que contarle quién era Abel y hablar acerca de las lavanderas. Para entonces, Theon se dio cuenta de lo extraño e incoherente que sonaba todo, aunque las palabras no se detuvieron. Tenía frio, estaba enfermo y cansado… y débil, tan débil, tan absolutamente débil.
Ella tenía que comprender. Ella es mi hermana. Él nunca tuvo la intención de hacer daño a Bran o a Rickon. Hediondo le hizo asesinar a esos niños, no Hediondo él, sino el otro. —No soy un asesino de mi propia sangre—, insistió. Le contó como compartía la cama con las putas de Ramsay, la advirtió de que Invernalia estaba repleta de fantasmas. —Las espadas han desaparecido. Cuatro, creo, o cinco. No lo recuerdo. Los reyes de piedra están enfadados—. Para entonces, estaba temblando, agitado como una hoja en otoño. —El árbol corazón conocía mi nombre. Los antiguos dioses. Theon, les oí susurrar. No había viento, pero las hojas se movían. Theon, decían. Mi nombre es Theon—. Era bueno decir el nombre. Cuanto más lo decía, más difícil resultaba olvidarlo. —Tienes que conocer tu nombre—, había dicho a su hermana. —Tú… Tú me dijiste que eras Esgred, pero era mentira. Tu nombre es Asha—.
—Lo es—, había dicho su hermana, tan suavemente que temió que podría estar llorando. Theon odiaba eso. Odiaba a las mujeres lloriqueando. Jeyne Poole había lloriqueado todo el camino desde Invernalia hasta aquí, lloriqueado hasta que su cara se puso púrpura como una remolacha y las lágrimas se habían congelado en sus mejillas, y todo porque él le había contado que debía seguir siendo Arya, o los lobos podrían enviarlos de regreso. —Te entrenaron en un burdel—, le recordó, susurrando en su oído para que los otros no pudieran oírle. —Jeyne es lo más parecido a una puta, debes seguir siendo Arya—. No quería herirla. Era por su propio bien, y el suyo. Ella debía recordar su nombre. Cuando la punta de su nariz se volvió negra por la congelación, y uno de los jinetes de la Guardia de la Noche le dijo que perdería una parte, Jeyne había lloriqueado sobre ello también. —A nadie le importará el aspecto de Arya, en tanto en cuenta sea la heredera de Invernalia—, le aseguró. —Un centenar de hombres querrán desposarla. Un millar—
El recuerdo dejó a Theon temblando en sus cadenas.
—Dejadme bajar, —suplicó—. Solo por un momento, después podéis colgarme de nuevo. —Stannis Baratheon lo miró desde abajo, pero no contestó. “Árbol”, gritó un cuervo. “Árbol, árbol, árbol”.
Entonces, el otro pájaro dijo “Theon”, claro como el día, en el momento en que Asha caminaba atravesando la puerta.
Qarl la Doncella estaba con ella, y Tristifer Botley. Theon conocía a Botley desde que eran niños, creciendo juntos en Pyke. ¿Por qué se había traído sus mascotas? ¿Pretendería liberarlo? Acabaría como los Karstark si lo intentaba.
Al rey tampoco le complació su presencia. —Vuestros guardias pueden esperar fuera. Si pretendiera haceros daño, dos hombres no me disuadirían. Los nacidos del hierro inclinaron la cabeza y se retiraron. Asha hincó una rodilla.
—Vuestra Alteza. ¿Tiene que estar así encadenado mi hermano? Parece una pobre recompensa por haberos traído a la chica Stark.
La boca del rey se retorció.
—Tenéis una lengua valiente, mi señora. No muy diferente de la de vuestro hermano cambiacampas.
—Gracias, Alteza.
—No era un cumplido. —Stannis lanzó una larga mirada a Theon—. La aldea carece de calabozos, y tengo más prisioneros de lo que había anticipado al detenernos aquí. —Hizo un gesto a la arrodillada Asha—. Podéis levantaros.
Se puso de pie.
—El braavosi pagó el rescate de mis siete hombres a Lady Glover. Con alegría yo pagaría un rescate por mi hermano.
—No hay suficiente oro en vuestras Islas del Hierro. Las manos de vuestro hermano están empapadas de sangre. Farring me urge para que lo entregue a R’hllor.
—También Clayton Suggs, no lo dudo.
—Él, Coliss Penny, todos los demás. Incluso aquí Sir Richard, que solo ama al Señor de la Luz cuando sirve a sus propósitos.
—El coro del dios rojo solo conoce una canción.
—En tanto la canción sea placentera a los oídos de dios, dejémosles cantar. Los hombres de Lord Bolton estarán aquí antes de lo que crees. Solo Mors Umber permanece entre nosotros y él, y tu hermano me cuenta que sus filas están formadas enteramente por jóvenes barbilampiños. A los hombres les gusta saber que su dios está con ellos cuando van a la batalla.
—No todos tus hombres adoran al mismo dios.
—Soy consciente de eso. No soy el tonto que fue mi hermano.
—Theon es el último hijo superviviente de mi madre. La muerte de sus hermanos la hizo añicos. Su muerte aplastará lo que queda de ella… Pero no he venido para suplicaros por su vida.
—Sabio. Lo lamento por vuestra madre, pero no perdono la vida de los cambiacapas. Especialmente de este. Asesinó a dos hijos de Eddard Stark. Cada norteño a mi servicio me abandonaría si le mostrará alguna clemencia. Vuestro hermano debe morir
—Gracias, Alteza.
—No era un cumplido. —Stannis lanzó una larga mirada a Theon—. La aldea carece de calabozos, y tengo más prisioneros de lo que había anticipado al detenernos aquí. —Hizo un gesto a la arrodillada Asha—. Podéis levantaros.
Se puso de pie.
—El braavosi pagó el rescate de mis siete hombres a Lady Glover. Con alegría yo pagaría un rescate por mi hermano.
—No hay suficiente oro en vuestras Islas del Hierro. Las manos de vuestro hermano están empapadas de sangre. Farring me urge para que lo entregue a R’hllor.
—También Clayton Suggs, no lo dudo.
—Él, Coliss Penny, todos los demás. Incluso aquí Sir Richard, que solo ama al Señor de la Luz cuando sirve a sus propósitos.
—El coro del dios rojo solo conoce una canción.
—En tanto la canción sea placentera a los oídos de dios, dejémosles cantar. Los hombres de Lord Bolton estarán aquí antes de lo que crees. Solo Mors Umber permanece entre nosotros y él, y tu hermano me cuenta que sus filas están formadas enteramente por jóvenes barbilampiños. A los hombres les gusta saber que su dios está con ellos cuando van a la batalla.
—No todos tus hombres adoran al mismo dios.
—Soy consciente de eso. No soy el tonto que fue mi hermano.
—Theon es el último hijo superviviente de mi madre. La muerte de sus hermanos la hizo añicos. Su muerte aplastará lo que queda de ella… Pero no he venido para suplicaros por su vida.
—Sabio. Lo lamento por vuestra madre, pero no perdono la vida de los cambiacapas. Especialmente de este. Asesinó a dos hijos de Eddard Stark. Cada norteño a mi servicio me abandonaría si le mostrará alguna clemencia. Vuestro hermano debe morir
—Entonces, haced la tarea vos mismo, Alteza. —El frio en la voz de Asha hizo que Theon temblara en sus cadenas—. Llevadle por el lago al islote en el que crecen los árboles corazón y cortad su cabeza con esa espada hechizada que portáis. Así es como Eddard Stark lo hubiera hecho. Theon asesinó a los hijos de Lord Stark. Dádselo a los dioses de Lord Stark. Los antiguos dioses del norte. Dádselo al árbol.
Y de repente, se produjo un salvaje golpeteo, cuando los cuervos del maestre comenzaron a saltar y golpear las jaulas con sus alas, sus negras plumas volando a medida que golpeaban los barrotes con bajos y estridentes graznidos. “El árbol”, graznó uno, “el árbol, el árbol”, mientras que el segundo tan solo gritaba, “Theon, Theon, Theon”.
Theon Greyjoy sonrió. Saben mi nombre, pensó.
Y de repente, se produjo un salvaje golpeteo, cuando los cuervos del maestre comenzaron a saltar y golpear las jaulas con sus alas, sus negras plumas volando a medida que golpeaban los barrotes con bajos y estridentes graznidos. “El árbol”, graznó uno, “el árbol, el árbol”, mientras que el segundo tan solo gritaba, “Theon, Theon, Theon”.
Theon Greyjoy sonrió. Saben mi nombre, pensó.
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